Me entristece dar esta noticia sobre mi país, que, aunque asomó su nariz a la vida después de la última crisis, todavía pueden sentirse las repercusiones de sus efectos.
Cuatrocientos niños marcharán 1.700 km (no es poco decir) desde Puerto Iguazú, una ciudad en la frontera con Paraguay y Brasil.
Recorrerán cinco provincias hasta llegar a la Capital Federal para denunciar la desnutrición infantil de la que mueren decenas de niños menores de cinco años.
El lema de la marcha es "El hambre es un crimen" y piden que no muera un niño más a causa de la miseria en la que están sumidas muchas zonas del país.
Porque vamos a decir que una realidad es la Capital Federal y otra muy distinta otras zonas del país.
Sin ir más lejos, una investigación del Instituto Regional de Medicina de la Universidad del Nordeste denunció que el “45% de los niños de la ciudad capital de la provincia de Corrientes son desnutridos”.
Es paradójico que en Europa hablemos de obesidad infantil mientras que en algunos países los niños mueren de hambre.
Parece que no estuviéramos hablando de Argentina, pero sí. Un país con miles de posibilidades pero con un cáncer imposible de erradicar: la corrupción de los gobernantes.
Como bien dicen los organizadores de la marcha “en nuestro país no faltan riquezas, ni alimentos, ni platos, ni madres, ni médicos, ni maestros. Faltan en cambio la voluntad política, la imaginación institucional, la comprensión cultural y las ganas de construir una sociedad de semejantes".
Lamentable, pues estamos hablando de los niños, del futuro de un país que espero que algún día pueda levantar del todo la cabeza.
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