El control de los impulsos: test de las golosinas

El control de los impulsos: test de las golosinas
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En la década de los sesenta, el psicólogo Walter Mischel realizó un estudio con niños de cuatro años con la intención de demostrar que el nivel de control de los impulsos a esa edad podría ser premonitorio del carácter y de la manera de ser de las personas en la edad adulta.

Para llevar a cabo su investigación hizo que una persona adulta le dijera a cada niño lo siguiente: "ahora debo marcharme y regresaré en unos veinte minutos. Si lo deseas puedes tomar una golosina pero, si esperas a que vuelva, te daré dos".

Está claro que para un niño de cuatro años, tal situación es una verdadera odisea. Una lucha contra sus deseos, contra su autocontrol. De hecho recuerdo haber visto un documental en que ponían a niños en la misma situación y era muy curioso verles taparse la cara, los ojos, tumbarse en el suelo, cantar y mil cosas para evitar pensar en esa gominola que les esperaba en la mesa. También fue curioso ver a otros niños que simplemente, cogieron la gominola y se la comieron (más vale pájaro en mano...).

Unos años más tarde, cuando estos niños llegaron a la edad adolescente, fueron valorados nuevamente para buscar una asociación directa entre su capacidad de controlar los impulsos y el tipo de persona en que se habían convertido. Según Mischel los que a los cuatro años resistieron la tentación y esperaron a tener dos golosinas eran socialmente más competentes, más emprendedores y más capaces de afrontar las frustraciones de la vida. No se desconcertaban ni se quedaban sin respuesta ante la presión. No huían de los riesgos sino que los afrontaban, eran seguros de sí mismos, honrados y responsables.

En cambio, los que cogieron la golosina eran generalmente más problemáticos. Eran adolescentes más temerosos de los contactos sociales, más testarudos, más indecisos, más perturbados por las frustraciones, más inclinados a considerarse "malos" o poco merecedores, a caer en la regresión o a quedarse paralizados ante las situaciones tensas, a ser desconfiados, resentidos, celosos y envidiosos, a reaccionar desproporcionadamente y a enzarzarse en toda clase de discusiones y peleas.

Así pues, parece ser que los que de pequeñitos tienen ya capacidades para retrasar la gratificación son las personas más capaces de llevar a cabo proyectos personales tales como hacer una carrera, hacer dietas, dejar de fumar y en definitiva de acabar aquellas cosas que empiezan.

Valorando además los resultados académicos de los adolescentes se observó que aquellos niños que esperaron a los cuatro años esos veinte minutos obtuvieron mejores resultados académicos que los que se habían dejado arrastrar por sus impulsos.

Y aquí es cuando uno se pregunta: "¿Yo habría esperado?" o "¿mi hijo esperaría?". En el caso de mi hijo, no lo sé, le falta algo más de un año para los cuatro. En mi caso, no sé qué pensar. Muchas cosas de mi comportamiento actual me dicen que yo sería de los de coger la golosina, muchas otras me dicen que esperaría. Lo mejor es que nunca lo sabré. O quizá eso sea lo peor...

Vía | Libro Inteligencia Emocional de Daniel Goleman

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