Tal y como hemos explicado en días anteriores la alimentación complementaria se debería empezar a ofrecer a partir de los seis meses de edad. Ese momento coincide con el momento en que los niños “se vuelven tontos”.
Bueno, no es que se vuelvan tontos literalmente, sino que los seis meses es el momento en que los padres quitamos a los niños la autonomía de decidir la cantidad de alimento que deben tomar (y luego decimos que queremos hijos autónomos) y en vez de confiar en ellos empezamos a preguntarnos: “¿Cuánto tiene que comer mi hijo”?.
Los bebés deciden cuánto quieren y cuándo lo quieren, por eso se dice que la lactancia materna tiene que ser a demanda y que el biberón también tiene que ser a demanda. Curiosamente es de esta manera como se obtienen los mejores resultados en cuanto a crecimiento y ganancias de peso.
Un buen día cumplen seis meses, acuden a la visita de control con su pediatra y la confianza en el bebé se retira completamente: “Medio plátano, media pera, media manzana y el zumo de media naranja”. “Tres judías, media patata, un tomate y 30 gramos de pollo”.
Esto son tan sólo dos ejemplos de cómo los niños, que sabían perfectamente cuánto y cuándo comer, pierden la posibilidad de decidir sobre lo que deben comer.
Al mostrar menús de este tipo se traslada el control de la alimentación del bebé a la madre, que prepara lo que le han recomendado para su bebé, apareciendo de forma casi inmediata las primeras preocupaciones.
Es tremendamente habitual (demasiado, diría yo), escuchar a madres dubitativas relatar los menús que toman sus hijos, con horarios y cantidades, para saber si lo hacen bien o si no deberían comer más.
El caso es que las recomendaciones típicas suelen ser elevadas, como lo son también las expectativas de las madres. Esto hace que muchos niños acaben con el síndrome del “niño mal comedor”, pese a que esté ganando peso de manera correcta.
Como hiciera en el post de “El biberón también se da a demanda“, vuelvo a poner datos de las necesidades de energía de los niños y niñas (Butte, 2000). Como veis la variabilidad es enorme:
Como dato curioso, si observamos el máximo de energía que puede necesitar un bebé varón de seis meses, 779 kcal/d, y la mínima cantidad diaria que puede necesitar un niño varón de 2 años, 729 kcal/d, vemos que un niño de seis meses puede necesitar más cantidad de alimento que uno de 2 años.
Imaginad la hipotética situación en que un niño de 2 años y su primito de 6 meses son sentados juntos para comer y que ambos ingieran prácticamente la misma cantidad de comida. Lo más probable es que el de 2 años reciba un sermón porque “no come nada” y sea incluso comparado con su primo: “Venga, come… Fíjate en Alex, ¿ves? Sólo tiene seis meses y come lo mismo que tú. De verdad, María (hermana), mañana mismo lo llevo para que le den vitaminas o algo”.
Conocer la cantidad de kcal diarias que necesita un bebé realmente no sirve para nada. Primero porque como podéis ver las variaciones son impresionantes y segundo porque nadie en su sano juicio va a preparar un menú diario controlando las kcal que aportan cada alimento al niño.
Los niños y niñas, por lo tanto y pese a haber cumplido seis meses, siguen teniendo la capacidad de comer lo que necesitan y cuándo lo necesitan. Esta habilidad, llamada hambre, la tienen desde que nacen y la pierden el día que mueren.
¿Acaso alguien nos dice qué cantidad de comida tenemos que comer?
Foto | Flickr (smoorenburg)
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