Los niños están aprendiendo y creciendo. Dentro de su normal desarrollo pasan momentos, por sencilla evolución o por tensiones acumuladas, en las que pierden los nervios. Los adultos, que somos su ejemplo, no estamos preparados para controlarnos en estas situaciones y a veces podemos dejarnos llevar por la tensión, teniendo nosotros un berrinche y llegando a gritarles, amenazarles o incluso darles un azote. Pero nadie nos ha enseñado como educar con buen trato y respeto, y menos cuando estamos nerviosos también nosotros.
Somos humanos, no tenemos tampoco suficiente educación emocional para haber aprendido a controlar la violencia que nos brota de dentro, pero nunca es tarde para aprender a educar con buen trato. Al fin y al cabo, si no se debe pegar, ni amenazar ni gritar, si no queremos que nuestros niños lo hagan con otras personas o con nosotros mismos, ¿puede haber algo más contraproducente que hacerlo nosotros para castigarlos por haberse equivocado?
Estoy segura que los niños, en el fondo, de lo que aprenden de verdad es del ejemplo y la vida. Si nosotros queremos mostrarles como canalizar la rabia, el miedo, los celos o la ira, primero vamos a tener que educarnos a nosotros mismos para saber hacerlo de manera equilibrada y sin perder los nervios.
Y, además, nosotros, siempre lo digo, somos los adultos. Si hay que tener concesiones con la pérdida de control de una persona, yo me inclino a aconsejar que entendamos a los niños y enseñémosles precisamente como comportarse comportándonos como quisieramos que lo hicieran ellos.
Perder el control
Para enseñar normas y comportamientos empáticos y pacíficos no es necesario usar precisamente lo contrario de lo que queremos enseñar.
Estoy segura que a ninguno nos gusta perder el control de nuestras emociones y gritar, regañar, castigar o pegar un cachete cuando los niños están alterados o traviesos. Tampoco el amenazar o hacer comentarios humillantes no son buenas maneras de reaccionar si los niños nos irritan o se portan de manera inconveniente.
Si perdemos el control estaremos haciendo justamente lo que no queremos que hagan los niños. No damos buen ejemplo. No es educar con buen trato ni de manera adecuada, pues estamos haciendo justo lo contrario de lo que queremos enseñar. ¿Verdad?
Voy a intentar dar algunas pautas para ir educándonos los mayores para ser mejores educadores.
Conflictos
La vida está llena de conflictos y en la crianza, sobre todo bajo la presión del estrés y la falta de tiempo, los conflictos van a suceder. Una manera de abordar esto es ser conscientes de que situaciones concretas pueden producir conflictos evitables y actuar antes, llegando a acuerdos o buscando soluciones que permitan que los niños no se vean en una tensión excesiva.
Eso pasa por planificar los nacimientos de manera que estemos seguros de poder atender bien a los hijos y a nosotros mismos, organizar las tareas domésticas y contar con colaboración, ser conscientes de que espacios u horarios son inadecuados para los niños y no ir exigiéndoles que se comporten como adultos o preveer cuando van a tener hambre o sueño para que no nos pille desprevenidos siempre que podamos. Parece complicado, pero de verdad que, aunque nos vayan a pasar cosas inesperadas, esta actitud, reflexiva, es de enorme ayuda.
El momento adecuado
Cuando alguien está muy nervioso, rabioso o asustado no es el momento de hablar. Ni ellos, ni nosotros.
Sobre todo con los niños que se quedan bloqueados en el conflicto. La negociación debe venir antes o después del momento de explosión, no en mitad del berrinche, ni es tampoco el momento de ponernos “por encima” haciendo valer la fuerza física para que no nos dejen en evidencia. Lo que piense la señora del supermercado importa mucho menos que lo que siente nuestro niño.
No hay nada más absurdo que un padre gritándole a un niño de tres añitos que está harto de que el niño grite. Vamos a ver, señor mío, que si usted no sabe controlarse un niño sin recursos emocionales tiene mucho más derecho a perder el control. Enséñele y acójalo, pero no se ponga mas borrico que el niño. Estoy segura que puede usted lograrlo, al fin y al cabo, es un adulto y tiene muy claro que no se debe ir gritando por los supermercados.
¿Qué pensará el niño si su padre le pega porque le ha pegado a su hermano o le grita porque él se ha puesto a gritar? Pues que los adultos estamos locos y no sabemos lo que queremos, ¿qué va a pensar?
Con este ejemplo quería explicaros que el momento para resolver los conflictos no es el de máxima tensión, ni cuando uno o el otro están sobrepasados por la violencia interna. Hay que saber callarse a tiempo.
Si los niños, desde pequeños, saben que van a ser escuchados y atendidos, que no los vamos a juzgar o a obligar innecesariamente, van a tener muchas más herramientas para confiar en nosotros y dialogar con los años. El diálogo se cimenta desde el primer año de vida. No podemos exigir ni esperar que un adolescente vaya a confiar en nosotros si nunca le hemos pedido opinión o hemos negociado nada con él desde pequeño. La confianza, como decía, se siembra.
Pedir perdón
Otra costumbre que tenemos que recuperar es la de pedir perdón, no solamente exigir que nos pidan perdón los niños. Si nos equivocamos, si perdemos el control, si actuamos mal con ellos, debemos perdirles perdón, son personas con dignidad y además nos tienen como el faro del que aprender. No podemos exigir que aprendan a pedir perdón simplemente mandándoselo u obligándoles, se lo vamos a enseñar siendo humildes y sabiendo admitir nuestros errores.
Respetando se gana respeto, no imponiendo y mucho menos usando los gritos o los castigos o los azotes. Podemos aprender a educar con respeto, que es como los niños y los adultos quieren ser tratados.
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