Antes de tener hijos tenía muchas dudas sobre el que sería mi papel de padre porque no sabía si sería capaz de educarles bien, de ser firme en mis decisiones y de saber decirles que "No" siempre que hiciera falta. Acostumbrado a ver a padres y madres con el "No" siempre en la boca y a niños que parecían insensibles a esos "No", no podía imaginar esas situaciones en las que haría falta algo más para conseguir el cambio de actitud de un niño, porque claro, si no te hace caso al "No", ¿qué es lo siguiente, castigarles? ¿Y si se recochinean de tu castigo, qué es lo siguiente?
Una vez ya fui padre, a medida que mi hijo iba creciendo, observé que los "No" no suelen gustar a los niños, porque enfrentas su decisión de hacer algo que para ellos tiene un interés especial (su curiosidad les hace querer hacer o tocar cosas sin pensar en las posibles consecuencias), pero me di cuenta de que después del "No" no tiene por qué venir otro "No" más enérgico, ni un castigo, ni un cachete, sino que lo que puede y suele funcionar es un "Sí". Ahora lo explico, porque me parece clave en la educación de los hijos y es la mar de sencillo. Si nuestros hijos hablaran y pudieran decirnos cómo salir victoriosos de la espiral de negatividad que antes os explicaba nos dirían: "Mamá, papá, no me digáis lo que no puedo hacer, decidme lo que sí puedo hacer".
La espiral del "No, el "NO" y lo que sigue
Tu hijo está haciendo algo que no te gusta, algo que es peligroso o algo que en según qué lugares le dejarías hacer, pero en según qué otros, no. Porque si vives en el campo o estás de vacaciones, gritar, chillar, cantar y saltar es algo normal y parte del juego de la libertad, pero si estás en comunidad y son las diez de la noche, o si estás en un hospital o un lugar donde se requiere silencio, pues no se puede hacer.
Le dices que "No", que no haga eso y le explicas la consecuencia si lo sigue haciendo: "te puedes hacer daño", "estás molestando a la gente", "otro día no podremos venir", "no puedes tocarlo porque no es nuestro", etc. Puede suceder que te haga caso pero, si hablamos de niños pequeños, que aún no entienden del todo lo que les explicamos ni tienen la capacidad de pensar más allá y razonar las consecuencias de cada uno de sus actos, lo más probable es que no nos hagan caso y sigan en sus trece, haciendo lo mismo que estaban haciendo.
Entonces es cuando ya viene el "NO", ese tan tajante que ya te pones serio, frunces el ceño y busca que la acción se detenga porque no hay lugar a la negociación. ¿Funciona? A veces sí, a veces no. Seguro que como padres os habéis visto en más de una vez en esa tesitura, con el "No", con el "NO" siguiente y dándoos cuenta de que no estáis consiguiendo demasiado. Seguro que habéis visto a otros padres y madres igual, cansados de decir "No" y "NO", sin lograr demasiado. Suspirando pensando en el momento en que crezcan y entiendan bien sus palabras y motivaciones, pero inmersos en la espiral de negatividad en que después de un "No" y un "NO" debe venir algo más.
A veces lo único que hay son un "No" tras otro. Y ves al niño haciendo lo que le place y al padre detrás, como si fuera un guardaespaldas, vigilando, no al niño, sino a lo que rodea al niño, para que no rompa nada, no toque nada que no deba tocar y no haga nada de lo que haya luego que arrepentirse. En ese momento no hablamos de un padre educador, sino de un vigilante reductor de daños que sigue el ritmo que marca su hijo.
¿Siguiendo el ritmo que marca el niño?
Sí, así es, y suena tan mal como tiene que sonar. Me explico. No pasa nada si les seguimos el juego cuando lo que hacen es inofensivo. Los niños pueden marcar muchas veces las reglas y no hay mayor problema en ello. Ceder nosotros es una buena manera de enseñarles que ellos también tienen que ceder en alguna ocasión. Pero hablo de un modo de vivir en el que los sucesos no son conflictivos para ellos ni para nosotros. Hablo de juegos, del día a día, de elecciones por parte de ellos que no revisten ningún peligro ni problema.
Ahora bien, ¿qué pasa si hablamos de otra cosa? Porque si el niño está haciendo algo que no nos gusta, si seguimos el ritmo que nos marca pero nos sentimos mal haciéndolo, si vemos que están molestando a alguien pero no somos capaces de parar la situación, entonces tenemos un problema. No estamos siendo buenos educadores y estamos perdiendo la autoridad.
Pasa entonces lo que está pasando en muchas casas, que los niños llevan el timón porque sus padres no son capaces de manejar el barco, que se cae en la permisividad y que los niños no tienen muy claro qué pueden y deben hacer, hasta dónde pueden llegar y hasta dónde no y que los padres viven en el conflicto de no querer o no saber cómo manejar la situación, inmersos en esos "No" que no llevan a ninguna parte.
El "No" que no sirve
Y es que el "No", si se usa mucho, se desgasta. Se desgasta porque unos días dices "No", luego "NO" y sigues hasta que detiene la acción, pero otros días, según que esté haciendo, dices "No" y ahí se queda, el niño sigue pero tú ya decides pasar porque "mira, tú, no me hace caso, que haga lo que quiera". O no sirve porque el niño tiene claro lo que quiere y por más "No" que le digas, él sigue en sus trece de hacer aquello que le apetece.
Cambiar el "NO" por un "Sí"
Si hay algo que nos diferencia de nuestros hijos pequeños es nuestra experiencia y nuestra inteligencia. Por ahí anda también nuestra creatividad, bastante mermada y oxidada porque en la infancia acabaron rápidamente con ella, pero por ahí anda aún y, si sabemos cómo tirar de ella, nos puede ser muy útil.
Es absurdo entrar en la espiral de negatividad de los niños y esperar continuamente a ver qué es lo próximo que se les ocurre para ir detrás a decirles que "No, esto tampoco... y no, tampoco... y esto tampoco". Porque al final parece que no pueden hacer nada porque todo lo que se les ocurre, lo divertido, no lo pueden hacer en ese momento. Pues si te ves cayendo en esa trampa, ¿por qué no haces uso de tu experiencia, tu inteligencia y tu creatividad? No le digas lo que no puede hacer, dile lo que sí puede hacer. Dale una alternativa. Elige tú lo siguiente a hacer. Ofrécele un juego. Inventa algo. Retrocede unas décadas y ponte a su nivel para imaginar qué puede divertirle.
En más de una ocasión me he visto con mis hijos y otros niños, viendo como empiezan a hacer cosas que no deberían hacer (lo del hospital, cuando vas a ver a algún enfermo es muy típico, porque se aburren y empiezan a inventar juegos y liarla en la habitación y pasillos), y al ver a los otros padres caer en el "No" continuo, sin solucionar nada, en modo "vigilante reductor de daños", he tenido que intervenir, poner cara de "lo que vamos a hacer ahora es increíble" e inventar algún juego para decirles lo que ahí sí pueden hacer: "no podemos correr por los pasillos, pero sí podemos jugar a ser espías". Y empezar así con un juego en el que cada niño debe vigilar unas puertas determinadas, mientras avanzamos sin que los demás sepan que somos espías.
Y también me he visto siendo un Jedi camuflado, junto con mis jóvenes aprendices, disimulando después de ver a Darth Vader unos metros más allá (sin que Darth Vader sepa que lo es, claro), pensando cuál es la siguiente estrategia a llevar a cabo para acabar con el Imperio.
Y he sido también un pirata, un pirata ladrón camuflado entre el gentío tratando de explicar con poca suerte, mientras guardo rápidamente a mi loro imaginario, por qué yo y los que me acompañan somos los que vienen a arreglar algo, o los médicos, o unos científicos inventores y que lo último que venimos a hacer es robar.
Y cuando han sido más pequeños simplemente he ofrecido una alternativa, un juego menos elaborado, un "desviar la atención", un "vamos a ver qué hay allí" o un "te cambio tu cuchillo afilado y puntiagudo por esto otro, mucho más chulo". Porque arrancar de las manos algo a alguien es terrible para él, un robo en toda regla de algo que le gusta, pero no es tan malo si lo que haces es un trueque y resulta que con el cambio sale ganando (o como mínimo sale despistado).
Así que, como veis, he sido muchos personajes y ellos también lo han sido. Y así los niños han dejado de hacer eso que tanto molestaba a los demás, que era peligroso o que a mí no me gustaba que hicieran o tocaran. Así, tan fácil, diciéndoles lo que sí pueden hacer sin entrar en esa absurda espiral de decir continuamente lo que un niño no puede hacer.
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