Hace un par de días os comentaba lo difícil que puede llegar a ser seguir una filosofía de crianza con apego, o crianza respetuosa, cuando tienes tres o más niños, porque por la falta de tiempo para todos y lo intensos que pueden llegar a ser los niños nuestra paciencia puede llegar a pender de un hilo en más de un momento.
No quiero decir con eso que en mi caso personal el estilo educativo en el que me siento a gusto haya quedado desfasado, o que yo haya dejado de confiar en él, pero sí me he dado cuenta de que hay muchas parejas que han hecho bandera de la crianza con apego mientras su hijo era un bebé que luego, al crecer y cambiar las cosas, han cambiado mucho su manera de educar y han acabado haciendo muchas de las cosas que criticaron. Hoy quiero hablar de ello, de cuando a lo de criar con apego le llega la fecha de caducidad.
Repite, Armando, ¿hay gente a la que le caduca el modo de educar?
Pues sí, así es. Llevo siete años criando a mis hijos del mejor modo que sé y del modo que creo que es mejor. Este modo es el que podría definirse como crianza con apego, crianza respetuosa o crianza natural, que vendría a ser algo así como respetar al niño y sus tiempos, tratar de entender por qué hace las cosas que hace y tratarle con el mismo respeto que te gustaría haber recibido cuando fuiste niño y con el mismo respeto que quieres que tenga hacia ti como padre.
Dentro de ese respeto está el darle lo que crees que necesita en cada momento, a todos los niveles: amamantarle (la madre, claro), por ser el mejor alimento posible y por ser mucho más, pasar mucho tiempo con él, hablarle, jugar con él, cogerlo en brazos cuando lo necesite y/o cuando lo necesites, dormir con él si así duerme mejor, utilizar el diálogo para solucionar los problemas, servir de ejemplo para que aprendan con nosotros, hacerles saber que son importantes para nosotros y hacerles sentir del mismo modo y, un poco en definitiva, hacerles partícipes de nuestras vidas, compartiéndolas juntos, porque al nacer un niño los padres dejamos de ser una pareja y pasamos a ser una familia.
En estos siete años he conocido a muchas parejas que han emprendido el camino más o menos a la par que nosotros (Miriam y yo) e incluso hemos compartido horas de charlas y risas, comentando lo bien que nos va y lo duro que es a veces criar de una manera que, a pesar de parecer la mejor para los bebés y niños, origina tanto conflicto.
No sé por qué, o quizás si lo sé, muchas de las personas con que he coincidido en persona, o a veces sólo he conocido de manera virtual, porque la red está muy viva y a veces compartes más con los "desconocidos" que con los de tu entorno directo, han acabado por bajarse del carro, por apearse, y han llegado a hacer cosas que no puedo llegar a entender.
Personas que han hablado de sus lactancias y de cuánto han luchado por ellas y que han acabado haciendo unos destetes terriblemente traumáticos para sus hijos, personas que han antepuesto el bienestar de sus hijos al suyo cuando eran bebés y que han defendido su posición de no llevar a los niños a la guardería a capa y espada y que han acabado por llevarlos para "poder descansar", personas que han hablado de lo importante que es pasar mucho tiempo con ellos y que con el tiempo han acabado por hacer miles de cosas sin ellos, cosas en las que ellos podrían estar presentes (como viajar, por ejemplo), personas que hablaban de lo bien que dormían con sus hijos y que han acabado por no aceptar que una vez están en su cama puedan volver a la cama grande o personas que no permitían que nadie hablara de premios ni castigos y que han acabado por premiar y castigar, igual que aquellos a los que criticaban. Son sólo ejemplos concretos, algunos de los que he visto y vivido.
La maternidad y la paternidad puede llegar a ser algo muy intenso
La mayoría de personas podríamos ser consideradas "del montón" en la mayoría de cosas que hacemos. Unas cosas se nos dan mejor, otras peor, pero la mayoría no llegamos a la excelencia en ningún proyecto de los que llevamos a cabo. La (p)maternidad es un arma de doble filo en este sentido, porque puedes llegar a sentirte excelente y acabar gastando más energía en ti y en tu lucha personal que en tu hijo (ahora me explicaré, o lo intentaré).
Estamos en un punto de transición, dejando atrás el estilo autoritario con el que nos educaron y empezando a abrazar uno mucho más respetuoso y democrático, y las personas que se acogen a él, las que educan a sus hijos según los principios de la teoría del apego ven enseguida que sus bebés están más tranquilos, lloran menos, son más felices y, en consecuencia, los padres también lo son.
Respetan las necesidades de sus bebés y eso quiere decir que la mayoría les da el pecho a demanda, acaba colechando, llevándoles en mochilas y fulares por gusto o para evitar los llantos del cochecito y haciendo varias cosas que mucha gente del entorno desaprueba. Madres y suegras que te dicen que lo coges demasiado en brazos, pediatras y enfermeras que te dicen que le estás dando demasiado el pecho, que ya lo tienes que cambiar por el biberón, gente que te llama blanda por dejar que duerma en tu cama y madres que te explican lo bueno que sería para tu hijo que lo llevaras a la guardería a socializar.
Esto hace que educar a tu hijo se vuelva algo muy intenso, algo que debes defender, una batalla con todo el mundo que hace que te cierres y rechaces muchas relaciones porque no eres capaz de entender que lo hagan tan diferente con sus hijos... que les dejen en la guardería y te digan eso de "y lo cojo a la tarde, y así me echo una siesta", que les dejen llorar por la noche porque "se despertaba dos veces y vaya noches...", cuando el tuyo se despierta más, que te cuenten que "al final le tuve que pegar, que si no, no hay manera", etc.
La maternidad, la paternidad, acaba siendo entonces una cruzada, una especie de batalla continua. Tu hijo es lo primero para ti, y defiendes tu modo de hacerlo hasta el infinito y más allá, enfrentándote con los demás, quizás, sintiéndote poderoso, conocedor de una verdad que los demás no quieren ver, con ganas de difundir a los cuatro vientos que hay otro modo de hacer las cosas y buscando otras personas que compartan las mismas inquietudes, para explicarles lo genial que es esto de ser madre y padre y a la vez lo diferente que lo puede hacer la gente, que no parece querer abrir los ojos.
Entonces esto de ser madre o padre te transforma, y ahí, en la lucha por defender algo que crees que haces estupendamente bien, sientes por fin que en esto sí destacas, que sí llegas a la excelencia. El sentimiento, además, se intensifica y se hace más fuerte porque es algo que sólo hace una minoría. Si todos educaran del mismo modo, si todos hicieran lo mismo por sus hijos, ya no destacarías, ya no te sentirías pletórico. Sin embargo, quieres conseguirlo, quieres que tu mensaje llegue a los demás y quieres que eso suceda, que los niños de los demás reciban lo mismo que tu hijo, que sean respetados, que sus padres cambien.
Y sucede, parece que sucede, que algunos padres y algunas madres acaban dando más importancia a lo que el ser padre les aporta a ellos que a lo que aporta a sus hijos. He estado en lugares y quedadas, encuentros de familias, semanas de la lactancia e incluso fuimos una vez a un encuentro de homeschoolers (donde fuimos a informarnos) donde he podido ver a niños jugando semiabandonados, algunos llorando solos por haberse caído o por no saber dónde están sus padres, otros salvados por mí antes de otro susto y otros pidiéndome cosas ("tengo hambre", "me hago pipí"), y me he llegado a sentir solo como padre, al ver que ni siquiera ahí, ni siquiera donde se supone que los padres están por sus hijos, están realmente, pues algunos padres o madres están más preocupados por conocer gente o por explicar lo bien que lo hacen y lo mal que lo hacen los demás, que acaban por preocuparse, como digo, más por sí mismos que por sus hijos (ojo, no quiero generalizar, son casos puntuales, pero especialmente llamativos porque los encuentras ahí donde no esperas).
El bebé deja de serlo y las diferencias en el trato remiten
Pasa el tiempo y el bebé, ese al que le das todo lo que tienes crece. La lactancia pasa a un segundo plano, algunos se destetan solos, otros siguen mamando y otros dejan de mamar porque la madre decide dejarlo. Empieza a dormir mejor, ya no se despierta tanto, y algunos dejan ya de colechar para pasar a dormir en sus camas. Entra al colegio y, aunque al principio la separación es tremendamente dura, a medida que pasan las semanas y los meses todos os vais acostumbrando a esa nueva rutina. En definitiva, el bebé ya no lo es, y muchas de las cosas que hacías que te diferenciaban del resto de madres y padres (colecho, porteo, lactancia, tenerlo en casa cuando el resto les lleva a la guardería) ya no las haces, y ya no eres tan diferente al resto. Cuesta seguir en la brecha, cuesta seguir al pie del cañón porque ya no lo estás tanto, tu bebé ahora es un niño, ya no te necesita del mismo modo y ya no tienes tantas cosas que defender.
Creo que es aquí, justamente aquí, el punto en el que para muchos padres lo de criar con apego caduca. Quizás es porque, como digo, se han preocupado demasiado por hacer algo bien, algo que sanara su autoestima, algo en lo que fueran excelentes, y han acabado por dejar a su hijo en un segundo plano. Al crecer el niño, al no tener tanto que defender, necesitan nuevas actividades que les llene, nuevos retos, nuevas cosas que hacer en las que intentar destacar y nuevos círculos en los que los niños no tienen cabida.
Quizás es porque no se han dado cuenta de que lo de criar con apego no es hacer una serie de cosas y ya está, no es marcar la lista de la compra (yo colecho, yo amamanto, yo porteo... sí, ya crío con apego), sino que es una filosofía de vida, es tratar a los demás como quieres que te traten y es respetar para poder luego exigir respeto, algo que debes hacer con los adultos y con los niños, con tu hijo, pero también con el resto de la sociedad.
El caso es que para muchos padres la crianza con apego tiene fecha de caducidad y darme cuenta de esta realidad, a mí personalmente, me ha dejado un poco desilusionado.
¿Desilusionado?
Sí, porque para mí, como digo, no es sólo una manera de criar a tus hijos, sino más bien una manera de entender la vida y de relacionarte con los demás. Porque a mí me habría gustado que me criaran de otro modo y por ese motivo intento hacerlo diferente con mis hijos, pues no me gusta verme reflejado en ellos ni me gusta ver en mí actitudes como padre que mamé como hijo. Trato cada día de ser mejor persona para ser mejor padre, y trato de ser mejor padre para ser mejor persona.
Entonces quedas con gente, conoces otros padres que crees que son como tú, piensas que allí estarás a gusto, que allí puedes ser uno más sin tener que andar dando explicaciones y sin tener que ver cómo gritan, pegan o hacen llorar a sus hijos... y con el tiempo te das cuenta de que muchos no son como dicen ser. Crees que vas a encontrar a alguien que también ha cambiado su manera de ver la vida y te llevas un chasco al darte cuenta de que ni es tan respetuoso con los demás, ni lo es realmente con sus hijos. Quizás arrastramos tantas carencias de nuestra infancia como hijos que muchos siguen aún tratando de llenarlas, y ya se sabe, cuando sigues preocupado en el "recibir", es difícil dedicarse al "dar".
Fotos | Bring Back Words, Carly Lesser & Art Drauglis en Flickr En Bebés y más | La crianza natural, los consejos gratuitos y cómo evolucionan los padres que crían con apego (I) y (II), ¿Pero qué tiene que ver la crianza con apego con dar homeopatía, no vacunar y no dar leche?, Las ocho “B” de la crianza con apego