Dentro de pocos días hará dos meses que los niños entraron a sus clases en las diferentes guarderías y escuelas del país. Parece que hiciera mucho más tiempo, pero son apenas ocho semanas.
Tras este tiempo sigo recordando el primer día de colegio de mi hijo Jon como si fuera ahora y me sigo viendo ahí plantado, observando cómo entra en su clase, desde la distancia, con las lágrimas naciendo en mis ojos y un nudo en el estómago fruto de la duda y del recuerdo.
“Sólo va a estar dos horas”, pensé. Se trataba del periodo de adaptación ideado para que los niños vayan acostumbrándose poco a poco a entrar en un sitio nuevo, vayan conociendo el lugar, a la profesora y a sus nuevos compañeros y es el periodo, según he podido descubrir en propia piel, que los padres necesitan para acostumbrarse a la nueva situación.
Cómo separarse después de tres años
Ya os he comentado alguna vez que Jon no fue a la guardería. Mi mujer no trabaja, así que Jon y ella, ella y Jon, culo y mierda y uña y carne se separaron el día que empezó el cole después de 3 años y 8 meses de compartir todos los días y todas las noches (excepto aquella en que fuimos a parir a nuestro segundo hijo).
Trato de entender en propia piel lo que ella sintió y no puedo. No sé. No logro sentirlo, no logro ponerme en esa situación y en parte me cuesta intentarlo, porque yo lo pasé mal, muy mal, el día que Jon entró por esa puerta moviendo la manita y diciendo “Adiós papá, adiós mamá”.
Si yo lo pasé mal, que he ido a trabajar todos los días, que le he dicho adiós varias veces a la semana, ¿cómo lo puede haber pasado ella que siempre ha estado con él? No lo puedo imaginar (y ella me lo dice: “Armando, no te lo puedes imaginar”).
¿Cómo se separa entonces una madre de un hijo o un padre de un hijo para que no sea doloroso? No existe la receta, porque el sufrimiento de la separación no viene de la cabeza, sino que nace de dentro, de los propios sentimientos y los sentimientos no saben de palabras ni razones.
Sabes que no le pasará nada, pero dudas si has tomado la decisión acertada, si el colegio sabrá entender su personalidad, su manera de ser y de sentir y aunque sabes que tratarán de darle una educación sientes, en el fondo, que le van a tratar como a uno más, porque el colegio es así, 25 niños para una o dos profesoras y, en estas condiciones, es imposible pararte a valorar la individualidad de cada niño.
Cuanto más se parezcan y cuanto más se asemeje el modo de actuar de cada uno de ellos, más armónico será el funcionamiento de la clase. Útil para controlar un grupo, pero triste si pensamos en que cada niño debería poder ser él mismo, con sus inquietudes y sus deseos.
Recordando el pasado
Todos y cada uno de los momentos que una persona vive se van escribiendo en la memoria personal. Todos dejan huella. Unos más y otros menos. Unos afectan muchísimo y otros apenas nada, pero nuestro carácter, nuestra manera de actuar, de pensar y de relacionarnos con los demás es la suma de lo que viene escrito en nuestros genes (lo que traemos de serie) y de lo que recibimos desde el mismo momento en que somos concebidos hasta el día en que morimos.
Hay cosas que recordaremos siempre y hay cosas que hemos olvidado. Las que recordamos y nos desagradan, nos hacen sentir mal mientras las evocamos en la mente, sin embargo hay muchas vivencias que no recordamos, que también dejan huella en nuestro ser.
El día que vi a Jon en el colegio con otros niños, haciendo una fila, esperando para entrar mientras nos miraba con sus enormes ojos que decían “no sé dónde voy, pero miro vuestras caras, os veo tranquilos y por lo tanto creo que estaré bien”, la procesión iba por dentro. Por un momento me vi a mí mismo, al Armandito de cuatro años que empezaba el colegio en Septiembre del 83 y sentí una extraña sensación de desamparo, de vacío, de malestar.
Sentí todas y cada una de las espinas que guardo de aquella época clavarse un poco más en mi corazón y me dio pena no recordar la mayoría de ellas, porque quizá así podría superarlas.
¿Qué pasó en el 83?
Dicho así parece que viviera en un internado donde maltrataran a los niños. No, no fue así. Recordando las vivencias que siguen en mi memoria me doy cuenta que no eran para tanto. El problema es que no eran para tanto ahora que miro hacia atrás, pero sí debieron serlo para un niño de cuatro años (o al menos para el Armandito de cuatro años).
Esto me hace pensar que si yo, que me separé de mi entorno familiar con cuatro años, guardo en mi memoria consciente e inconsciente vivencias que aún ahora no he superado, qué no guardarán todos aquellos niños que entran al colegio con tres años y qué no guardarán todos aquellos que antes de ir a la escuela han ido a la guardería.
¿Por qué va Jon al colegio?
Y aquí es donde muchos os estaréis preguntando por qué mi hijo va al colegio, si no es obligatorio y si tengo tantas dudas acerca de él.
Bien, pues porque él quiere ir. Le preguntamos si querría ir con otros niños y niñas, sin papá y sin mamá y dijo que sí. Entró bien el primer día, y el segundo, y el tercero, y el cuarto, y el… y cada vez que le preguntas dice que sí, que le gusta y que quiere volver.
En el fondo siento que estaría mejor en casa y que es muy pequeño para ir al colegio (esto lo siento y lo pienso), sin embargo me doy cuenta de que él es Jon, y no Armandito y que si él ha escogido este camino debemos, como padres, hacer nuestro periodo de adaptación y acostumbrarnos a esta nueva vida.
Si estuviera mal, si no fuera contento, si llorara al entrar o al salir, si viéramos que la luz de su infancia se empezara a apagar, lo sacaríamos del colegio. Sin embargo, como digo, es feliz y, como dije hace tiempo, no tiene por qué tropezar en lo mismo que yo tropecé y no tiene por qué vivir las frustraciones de la misma manera que yo las viví.
Fotos | Armando Bastida
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