Ayer publicamos una entrada hablando de la crianza natural y de cómo los padres van evolucionando a medida que pasa el tiempo.
Explicamos que muchos padres y madres empiezan a educar a sus hijos de un modo diferente al que tenían pensado, normalmente al darse cuenta de que las necesidades de los hijos son diferentes a lo que la gran mayoría de personas explican que se les debe ofrecer.
En ese momento empiezan a descubrir otra opción de educar y se empiezan a formar a partir de ese punto de partida, dándose cuenta de que es posible criar a un hijo de un modo más respetuoso que el tradicional y queriendo mostrar lo aprendido a otras personas.
Aparecen los primeros enfados con los que quieren aconsejar
Llenos de información, de buenas intenciones y sintiéndose diferentes al resto, por tratar de mejorar el mundo en el que viven a través de sus hijos, los padres y madres que defienden la crianza natural pasan por una etapa, más o menos larga, en los que son especialmente susceptibles a las críticas ajenas.
Los padres, los suegros, la hermana mayor, la vecina del quinto, el pediatra, la que espera en la cola de la frutería detrás de ellos, el que se sienta delante en el autobús, la enfermera, la cajera del super y en definitiva un gran número de personas, que están convencidos de que la educación que recibieron sigue siendo el único camino para lograr que los niños no se conviertan en adolescentes insolentes capaces de grabar peleas en un móvil, aconsejan, de un modo gratuito y sin importarles demasiado el parecer de sus receptores, utilizar métodos más disciplinarios que los que estos padres están llevando a cabo, tales como poner horarios o fechas a los ritmos de los bebés (comer cada 3 horas, quitar el pañal antes de los dos años, etc), quitarles la teta para que coman más “comida de verdad”, etc.
Todo ello hace que estos padres y madres se sientan atacados, heridos, cuestionados y enfadados por ver que el entorno no entiende por qué tratan así a sus hijos y por qué no les tratan del modo que les sugieren.
Es más, el cabreo aumenta más todavía cuando se dan cuenta de que ellos tienen que recibir dichos consejos y lecciones con una sonrisa y casi dando las gracias cuando resulta que los demás se toman sus palabras como un ataque directo a sus capacidades como madre o padre (“¿me estás llamando mala madre?”, “perdona, pero no eres mejor madre por…”, etc.).
No todo el mundo quiere cambiar
Pronto, a medida que van explicando a más y más gente lo que es la crianza con apego, los padres se dan cuenta de que no todas las personas quieren buscar otra verdad, igual que no todas las ovejas se escaparían del rebaño si tuvieran posibilidad de hacerlo porque a veces, la necesidad de ser aceptado por la mayoría, de pertenecer a la sociedad, es mayor que las ganas de conocer otras realidades.
Aún recuerdo a una amiga que, al hablar de que quizás buscaríamos un colegio tipo Waldorf para mi hijo, nos respondió: “Pues yo no. Es que yo quiero que mi hijo sea normal”.
Se aprende a vivir y a convivir con el resto
La primera reacción al ver que hay quien prefiere no conocer otras opciones es la de incomprensión: ¿Cómo puede ser que no quieran aprender a educar a los niños con más respeto y menos violencia?, se preguntan. Sin embargo, con el paso del tiempo acaban entendiendo que no todo el mundo vive para y por sus hijos, y que es algo totalmente lícito y respetable que así sea.
Hay personas que, dicho mal y pronto, “no quieren calentarse mucho la cabeza”, y prefieren educar con el camino rápido (“he dicho que no y punto”), en vez de dedicar tiempo y palabras negociando y llegando a acuerdos que ayuden a padres e hijos a crecer ambos como personas.
Con el tiempo los padres y madres que defienden la crianza con apego y que se sentían, en parte, ciudadanos de otro mundo, casi enfadados con el resto por no aprovechar la oportunidad que se les brinda cada vez que un niño nace de construir un futuro mejor, empiezan a relativizar ciertas cosas y aprenden a vivir y a convivir con el resto.
Así entran en un momento de la vida en que viven y dejan vivir y respetan otras opciones de crianza, pese a no comulgar con ellas (bueno, no todos los padres llegan a esta fase de maduración, pero sería lo deseable, por supuesto).
Pero las críticas continúan
Sin embargo las críticas o los consejos gratuitos continúan, se siguen produciendo, y algunos padres deciden dejar hacer, sonreír, dar la razón y olvidar 0,6 segundos después el mensaje recibido. Otros padres prefieren responder, con tranquilidad y naturalidad (algunos más, otros menos), mostrando el por qué de sus actos y de su estilo de crianza.
Resumiendo
Críticas y opiniones gratuitas las recibe todo el mundo. Como se dice habitualmente, cuando eres madre, hagas lo que hagas, lo harás mal.
La crítica o la opinión tiende a molestar a todos los padres excepto a aquellos que la piden o que la esperan con gratitud para tratar de ser mejores padres.
Los que tienen una filosofía de crianza más bien respetuosa, afín a la denominada crianza natural o crianza con apego, pasan por ciertas etapas y en alguna de ellas se sienten más susceptibles.
Es por ello que es fácil ver a padres y madres comentando airadamente lo mal que se sintieron cuando tal o cual persona le dijo que estaba haciendo algo más o menos malo a su hijo y que debería hacer algo para solucionarlo.
La intención de las dos entradas dedicadas a este tema es mostrar la evolución más o menos estándar de estos padres, para que se entienda su comportamiento, su sentir y el por qué de algunos de sus actos.
Al final, tarde o temprano, como ya he dicho, todos (al menos los más educados), acaban por ver, oír y callar, a menos que se les pregunte o se les cuestione.
Fotos | Flickr – oksidor, molly_darling, Robert Whitehead
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