Por qué no podemos ser padres perfectos

Por qué no podemos ser padres perfectos
14 comentarios

Hace dos años, con motivo del Día del Padre escribí una entrada en la que explicaba la diferencia, clara, entre el padre que iba a ser antes de tener hijos y el padre que acabé siendo. Como expliqué, mi intención, o mi legado, era simplemente hacer lo que había visto hacer y lo que me parecía lógico.

Por suerte, la madre de las criaturas y mis mismos hijos tenían mucho que decir en este tema y lograron, entre todos, que fuera un padre muy diferente. Puse todo mi empeño en hacerlo bien, mis energías y mis ganas de cambiar el mundo a través de mis hijos, porque ya se sabe que a veces basta cambiar uno mismo para promover en cierto modo un cambio mayor. Por un tiempo creí ser un padre perfecto, pero el tiempo lo pone todo en su sitio y por eso os voy a explicar hoy por qué no podemos ser padres perfectos, por qué no logré serlo y por qué no tenemos que intentar serlo.

Por que llegué a creer que era un padre perfecto

Me considero una persona honrada, humilde y respetuosa, si bien es cierto que, como explico, yo pensaba que los niños eran fieras indomables que debíamos tratar de doblegar desde el principio para lograr la obediencia y el servilismo. Bien, probablemente una vez tuviera a mis hijos todo quedara en el concepto y a la práctica no fuera tan autoritario como lo vendo, pero sí iba yo a tener bastante de lo visto en casa.

Rompí esa cadena de transmisión y bloqueé el paso del estilo de crianza autoritario para dar rienda suelta a un estilo más tranquilo, dialogante, paciente y respetuoso. Algo así como ser yo mismo con mis hijos, mostrándome tal cual, hablando con ellos como quien habla con un conocido y explicando las cosas para buscar la reflexión. Algo así como "no tengo por qué decirte cuál es la conclusión a la que tienes que llegar, pero puedo ayudarte a llegar a una conclusión".

Obviamente los niños, niños son, y al principio vale mucho más la paciencia y la mano izquierda, o sea, la imaginación y la creatividad para capear temporales de aúpa, rabietas y acciones que los adultos difícilmente entendemos. Pero ahí estuve yo, con mi paciencia, mis palabras y mi temple habitual para tratar de adaptarme a la manera de ser de mi hijo y conocernos más, cogernos confianza y llevarnos cada vez mejor.

Vino luego el segundo, Aran, y todo siguió igual, más o menos, porque donde cabe un niño, cabe otro. Jon tenía ya casi tres años y en cierto modo todo era un poco más fácil, y el pequeño, pues se tuvo que ir amoldando a la vida que llevábamos y nosotros tratamos de hacerle un hueco para que se sintiera uno más enseguida.

Una vida casi idílica con papá, mamá, Jon y Aran, y yo con la misma intensidad y las mismas ganas a la hora de defender mi estilo de crianza, de hablar de ello, de pregonar que el mundo sería mucho mejor si empezáramos a tratar a los niños, el futuro, como merecen, es decir, con respeto, y de explicar que cuanto más tiempo pasamos con ellos, mejores personas son. Lo creía entonces y lo sigo creyendo ahora, ojo, porque todo eso no ha cambiado. El que ha cambiado soy yo, o quizás lo que cambió fue la situación.

Pero yo no soy un padre perfecto

Se puede decir que un buen día abrí los ojos. Esperaba yo que, como padre perfecto que creía ser (o al menos el padre perfecto para mis hijos), mi trabajo, mi intensidad, mi paciencia y mi temple se vieran reflejados en la manera de ser de mis hijos. Estaba poniendo toda mi vida en ellos.

Llegó entonces Guim y fue cuando el trabajo se multiplicó. Éramos dos adultos para tres niños y, aunque Jon tenía ya 6 años, distaba mucho de ser completamente autónomo e independiente y, lógicamente, tampoco queríamos que lo fuera, si con autónomo e independiente nos referimos a un niño que no nos necesita para nada, ni siquiera emocionalmente (que es lo que mucha gente busca cuando trata de que sus hijos sean así).

El mayor y el mediano crecieron cada vez más, el pequeño daba el trabajo que da un bebé y en cierto modo llegaron nervios, tensiones y pilotos automáticos. Hablé de ello el pasado verano cuando pregunté si era posible la crianza con apego con tres hijos o más, porque en más de una ocasión la paciencia se agotó, en más de una ocasión emergió el padre que iba a ser y no fui, pero que no estaba eliminado, sino latente y en más de una ocasión me vi gritando a mis hijos y haciendo amenazas absurdas. Todo porque ellos parecían no ser lo que yo esperaba que fueran. O quizás porque me di cuenta de que cuanto ellos más crecían, menor era la posibilidad de llevar el control.

"Oh, no... me estoy convirtiendo en mi padre", me decía para mis adentros. "Acabaré siendo como el padre que nunca quise ser". Bueno, esto es lo típico, que sale una flor y nos creemos que es primavera. O todo blanco o todo negro.

Me relajé un poco, pensé en lo absurdo que era pensar que pudiera acabar siendo autoritario, gritón, castigador y pasota con mis hijos porque todas ellas eran características que no me definían como persona.

No hay padres perfectos

Yo seguía siendo el mismo, pero con un nuevo reto. Dicen que cuando ya sabes todas las respuestas tus hijos te hacen nuevas preguntas, y ahí estaba yo, y ahí estaba Miriam, con un hijo más, con dos hijos que se estaban haciendo mayores y empezaban a jugar juntos, pero también a discutir juntos y con un bebé que no era de los de comer y dormir. Sumemos a todo ello problemas con el colegio, el mediano que no se adaptaba, que por la tarde nos devolvía toda la tensión acumulada en el colegio en forma de venganza "por haberme dejado ahí" y el cóctel era peligroso.

Llegamos al bloqueo mental y físico en más de una ocasión y llegamos a gritar a nuestros hijos también en más de una ocasión, para luego pedirles perdón y explicarles por qué hacíamos aquello que nunca habíamos hecho. Por qué ya no dialogábamos tanto y éramos más secos, por qué les exigíamos cada vez más con menos paciencia.

Entendieron lo que pudieron entender y así seguimos desde entonces con el día a día, tratándoles con el mismo cariño de siempre, con alguna que otra "ida de olla", pero con la suerte de tenernos el uno al otro para decirnos eso de "papá, no grites, te estás pasando" o "mamá, tranquila que no es para tanto", la suerte de tener unos hijos capaces de decirnos "no gritéis" y la suerte de ser capaces de hablarlo y acabar en unas risas, sin la presión de ser unos padres perfectos y sin la presión de lograr tener unos hijos perfectos.

Por qué no se puede ser un padre perfecto

Por una razón muy simple: porque para ser un padre perfecto debes ser una persona perfecta. Es simple, tanto que cae por su propio peso. Pero mira, yo tardé unos años en darme cuenta de algo tan lógico.

No podía ser un padre perfecto porque yo no soy perfecto. Tengo mis luces y tengo mis sombras, tengo mis valores, pero tengo mis miedos, tengo mis cartas, las que enseño, pero algunas guardo en la manga y tengo un corazón grande, pero con muchas cicatrices que duelen al removerlas. Así que a veces, por no tocarlas, por no hurgar en ellas y por no hacer nuevas heridas uno se guarda su corazón para sí, sin exponerlo, y acaba pareciendo lo que no es.

Somos imperfectos. La herencia de un entorno y de unas vidas que podrían haber sido peores pero que también podrían haber sido mejores. Y como seres imperfectos que somos hacemos con nuestros hijos, simplemente, lo que podemos. Sí, lo que podemos de la mejor manera que podemos. Y no es por justificarme, que no lo hago, pero lo que antes me parecía terrible ahora me parece más normal.

Con esto me refiero a cuando salta el piloto automático... cuando "se me va la pinza" y corto por lo sano en plan "pues si no os ponéis de acuerdo, no lo veis más ni el uno ni el otro" y me quedo con algo que no me pertenece, por poner un ejemplo.

Pero es que oye, son niños, y los niños son así. Tienen que aprender a escuchar, a hablar, a negociar, a llegar a acuerdos y hasta que no llegan a ese punto aparecen tantas situaciones incomprensibles para nosotros (o más que incomprensibles, duras, porque no queremos ver como se hacen daño el uno al otro), que nos vemos obligados a intervenir. Y eso, cuando se va repitiendo en el tiempo desgasta hasta el punto que hay días que explotas (y no solo por ello, porque hay muchas cosas más que le desgastan a uno).

Al final te das cuenta de que lo difícil es encontrar a alguien que no pierda los papeles con los hijos, que no les grite y que no les diga aquellas cosas que un día creí que nunca diría. Supongo que la diferencia está en que algunos luego nos sentimos mal y tratamos de acercar posturas con los hijos, disculpándonos si hace falta.

No quiero, hijos míos, que me veáis como un padre ogro, refunfuñón que con los años tiene cada día menos paciencia. No soy perfecto y estoy mucho más tranquilo, incluso, desde que me permito no serlo, así que paciencia, por vuestra parte y por la mía, que os quiero tanto, tanto, que ahora solo pretendo ser papá. Ni más, ni menos, que no es poco.

Fotos | Thinkstock En Bebés y más | Día del Padre: Hay padres que son maravillosos, "¿Qué es eso?", un corto maravilloso sobre la paternidad, "La paternidad me ha cambiado como persona". Entrevista al padre y bloguero David Lay

Temas
Comentarios cerrados
    • interesante

      De la misma forma que hemos asumido que no tenemos un cuerpo perfecto (como las modelos), que la pareja enamorada debe de vivir permanentemente en un limbo romático y absurdo en el que no se ven los defectos del uno ni del otro (como en las películas), y tantos y tantos tópicazos creo que esto que dices es todavía una asignatura pendiente.

      Hemos pasado de un extremo al otro: el miedo a caer en el autoritarismo, e incluso en algunos casos, falta de apego de nuestros padres nos hace caer a veces en una autoexigencia extrema de ser el padre o madre perfecto el 100% del tiempo, día y noche, en la autoexigencia a ser todo lo contrario de lo que fueron nuestros padres con nosotros. Tenemos que darnos un respiro.

      Yo me siento muy identificada con la situación que describes. Mi hijo el pequeño es muy movido y super demandante. Desde que nació se pasa el día balbuceando a gritos (no tiene problemas de oído), lo que te pone de los nervios en la primera media hora desde que se despierta, se retuerce para ponerle el pañal o vestirle hasta el punto de que te encuentras forcejeando con él, todo lo toca, lo rompe, quiere que lo cojas en brazos constantemente para luego bajarse y al minuto siguiente lo mismo (te pasas el día haciendo pesas con él) en fin, podría seguir hasta el infinito. El resultado es un nivel de estrés considerable en el que vives permanentemente. Y eso hay que capearlo como se pueda. Unos días mejor y otros peor. Unos días como la madre comprensiva y empática y otros, agotada ya, pegando dos gritos y haciéndoles una amenazas absurdas.
      Me consuela una cosa: que veo, por mi hija la mayor, que tienen la libertad y la confianza suficientes para decirme "¿porqué me riñes?", "¿porqué me chillas?" "¿porqué no me dejas terminar de explicarte antes de enfadarte?". Incluso se atreve "a negociar" cosas conmigo. Y el pequeño, con dos años, te dice "tanquila ma" cuando ve que me enfado. Y yo eso no lo hacía con mis padres. Era lo que ellos decían y punto, no había derecho a réplica.
      Eso me indica que, pese a mi imperfección, no lo estoy haciendo del todo tan mal.
      Además de pedirles perdón a ellos cuando perdemos los nervios, vamos a perdonarnos también a nosotros mismos por no ser los padres y las madres perfectos, lo mismo que nos perdonamos por el michelin que nos salió después de aquellas navidades y se quedó a vivir con nosotros.

    • Cerrar respuestas
    • Avatar de madrealacarga Respondiendo a madrealacarga

      Me encanta tu aportación, gracias :-)

    • Cerrar respuestas
    • Avatar de hope Respondiendo a hope
      interesante

      Muchas gracias hope, me alegro mucho. También vuestras aportaciones me hacen reflexionar mucho, la tuya en concreto. Y estoy totalmente de acuerdo con lo que dices. No podemos generar en nuestros hijos la gran frustración que supondría para ellos la idea de que sus padres son perfectos. Creo que a la larga, les generaría frustración estrellarse una y otra vez contra el muro de la perfección de sus padres. Es sano que vean que nos equivocamos y que sabemos rectificar (o no, que también podemos ser tercos y cabezones).

    • interesante

      GRACIAS ARMANDO.
      La verdad es que, perdona que te lo comente así. Una vez tuviste un comentario acerca de algo que expliqué que me hizo separarme de esta web durante mucho tiempo. Tú hablabas de tu perfección y de que tú no hubieras hecho lo que yo hice en aquella ocasión. Me resultabas en cierta medida, tú y tu perfección y aleccionamientos, repelentes.
      Este es probablemente uno de los mejores posts que he leído de tu parte. Nadie queremos chillar, gritar ni mucho menos infundir miedo, desatender ni pegar a nuestros hijos. Pero ni todos tenemos el mismo aguante ni el mismo carácter (yo tengo un caracter muy fuerte y te puedo asegurar que he mejorado mucho en paciencia y a la hora de echar mis demonios fuera, sobre todo con mi niño), y las circunstancias, esas que en su día no vi que tú comprendieras en mi caso, juegan lamentablemente a veces malas pasadas. Pero no, no somos perfectos, ni debemos pretender que nuestros hijos así lo vean. Lo que deben ver es el AMOR por encima de nuestras limitaciones, la ENTREGA por encima de nuestros desaires no buscados, y eso no implica perfección, perfecto solo es Dios, para quien crea o la utopía soñada y anhelada.
      Yo he perdido muchas veces los papeles con mi hijo, pero no hay día que no le diga y le intente demostrar que le amo por encima de todo, y que le pida perdón si corresponde. Él también me dice "mamá, tienes que estar tranquila, esta es la última vez que te enfadas". Y yo le digo que lo voy a intentar, pero que lo siento si no lo consigo, porque estoy en una situación en la que mi salud a veces me sobrepasa las fuerzas que necesito para llevarle el aire a él. Y a su papi también le pasa, aunque le ama por encima de su vida.
      Mis padres no fueron perfectos, pero me enseñaron el valor del sacrificio por los hijos, de la unión, de ponernos como prioridad, con lo que en aquellos tiempo ello implicaba. Y eso, eso, es con lo que yo me quedo. Y los niños no son tontos, perciben el cariño igual que lo contrario y son mucho más comprensivos que nosotros. Tienen un corazón de oro. Si pretendemos ser perfectos, reflejamos además ese instinto de perfección en ellos, eso también lo viven y lo sufren. Lo mejor... querer y aprender a querer cada día, como ellos necesiten. Pero no fustigarnos con lo que no podemos ser, ni exigirnos imposibles. Aceptar las circunstancias, las situaciones y mejorar los inconvenientes en la medida de lo posible para que no repercutan, sí, pero ser amorosos con nosotros mismos lo primero, para poderlo ser así con los demás...
      Saludos :-)

    • Cerrar respuestas
    • Avatar de hope Respondiendo a hope
      interesante

      Ya, te entiendo... a veces puedo ser bastante repelente. Por eso no puedo ser perfecto como padre, porque como ves a veces hablo de empatía y no siempre soy capaz de ser empático.

      No recuerdo el comentario que te hice, no sé si ese día estaba más cruzado o menos, o si ahora te diría lo mismo o diferente. Pero acepta mis disculpas porque nunca comento con mala intención. Pasa que hablar de niños es MUY complicado porque es muy fácil herir, ya que hablamos de cómo respondemos ante los retos que nos ponen nuestros hijos, y como digo, no siempre es "con paciencia infinita", y claro, si me pillas en una temporada tranquila, puedo decirte una cosa, pero si me pillas en una temporada desbordada, puedo decirte otra más comprensiva.

      De acuerdo en todo lo que comentas. No podemos exigirnos ser quien no somos, y si pretendemos que nuestros hijos también lo sean, estaremos haciéndoles un flaco favor, porque desear que sean quienes no son es peligroso para ellos y para nosotros (cuantos padres y madres se enfadan y acaban hablando mal a sus hijos por darse cuenta de que no están siendo quienes creían que iban a llegar a ser o como creían que iban a ser).

    • Cerrar respuestas
    • Gracias de nuevo. No creo que hagas nada con mala intención en absoluto. Y no pasa nada. Muchas gracias por tus palabras.
      Lo que nos pasa es que yo creo que los hijos son algo tan profundo e importante para todas/os nosotros/as, que intentamos darles lo mejor que podemos, que puede que nuestra vulnerabilidad y sensibilidad también estén a flor de piel. Seguramente otros comentarios sobre otros temas diferentes a la maternidad/paternidad y la crianza, nos resultan a todas las personas mucho más tolerables jejeje (sean del tono que sean), pero aquí en seguida sale nuestro corazoncito tocado.
      Gracias de verdad.
      Saludos :-)

    • Hace un tiempo escuché a un abuelo decir algo que me pareció muy sabio: "no quiero que mis nietos algún día me recuerden como un abuelo gruñón y cascarrabias". Pues bien, como madre me gustaría que mi hijo algún día tuviera un buen recuerdo de mí, y no sólo por aquello de que madre no hay más que una, sino porque de verdad fui una buena madre, que supo estar ahí, supo comprenderle, apoyarle cuando lo necesitaba, respetando sus momentos y sus decisiones en la vida, sin gritos ni amenazas.

      Claro que no es fácil porque no somos perfectos,. porque desgraciadamente no por creer en este tipo de crianza “diferente” y un poco a contracorriente te conviertes en una supermamá y quedas vacunada contra todo eso que sabes que está mal, pero efectivamente creo que la diferencia está en que algunos luego nos sentimos mal, somos conscientes de que hemos metido la pata y aunque a menudo sea fácil encontrar razones-excusas, al menos yo procuro explicarle lo que ha pasado y pedirle disculpas, procurando que no vuelva a suceder… a pesar de que como bien dices debemos relajarnos porque el ser humano es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra.

    • Cerrar respuestas
    • Avatar de iskandervv Respondiendo a iskandervv

      Esa es un poco la idea, que nos quede y les quede la sensación que lo hicimos lo mejor que pudimos y supimos.

    • Enhorabuena a Armando y al resto de comentarios por compartir vuestras vivencias y hacer que los demás nos sintamos un poco mejor por no ser perfectos. Yo también pierdo los nervios, grito y estoy empezando a hacer alguna amenaza absurda que me prometí nunca hacer. Además tengo que luchar con la gente que nos rodea para intentar hacer que nuestra crianza sea diferente, no como la autoritaria que recibimos.

    • Cerrar respuestas
    • Avatar de maroire Respondiendo a M.Carmen

      Es que es normal, los niños hacen cosas que nos hacen perder la estribos y, como no somos inmunes al estrés, a veces se nos va la pinza. Lo bueno es que somos conscientes y tratamos de mejorar ;-)

    • La idea de perfección la creamos nosotros mismos y nos autoexigimos. La perfección no existe, es algo que para unos es una cosa y para otros, otra. Ser lo mejor que se pueda e intentar estar ahí cuando nos lo pida.

    • Cerrar respuestas
    • Avatar de alito2011 Respondiendo a alito2011

      Exacto, pero en ese nivel de exigencia algunos llegamos a exigir demasiado, por considerar que podíamos tenerlo todo controlado. Y claro, los niños... niños son, y son lo menos parecido a un modo de actuar controlado :-P

    • Gracias por el artículo

    • Un post hermoso! Por lo sincero, por lo esperanzador. Estamos tan acostumbrados a leer la parte "rosa" del asunto (que sin duda es el color que predomina) y no es "políticamente correcto" hablar de los otros colores que también forman parte del cuadro. GRACIAS!! A Armando que escribió el post, y a todos/as los/as que comentaron. Es bueno sentirse acompañada...

    Inicio
    ×

    Utilizamos cookies de terceros para generar estadísticas de audiencia y mostrar publicidad personalizada analizando tu navegación. Si sigues navegando estarás aceptando su uso. Más información