Cada vez que aparece en la prensa alguna noticia acerca del pegar a los niños para educarles o cada vez que se recuerda que está prohibido hacerlo cientos de voces paternales y maternales se hacen oír para defender el cachete a tiempo como método educativo.
Pegar a los niños es una práctica muy arraigada a nuestra cultura, tanto, que hasta en la Biblia se explica con pelos y señales cómo apedrear a un hijo desobediente y rebelde que no hace caso.
Sin embargo, pese a que pegar a los niños produce un efecto positivo a la vista de los padres, el efecto negativo para los hijos es mayor y la balanza se desequilibra tanto que, hoy en día, pegar a los niños se considera un mal negocio.
Parece un buen negocio para los padres
Muchos padres alzan la voz, cuando les dices que no pueden pegar a sus hijos, que está prohibido, porque dicen que entonces se les subirán a las barbas (o a la chepa), como si el único recurso educativo de que disponemos los padres fuera pegarles para enseñarles.
La realidad es que estos padres están utilizando una herramienta que parece ser un buen negocio, porque en el momento es efectiva (el niño recibe un aviso, recibe dolor, es humillado, castigado y en ese momento deja de hacer lo que estaba haciendo), pero que a largo plazo puede ser muy dañina y contraproducente.
Digamos que la que creen es la única herramienta es una de las que menos se aconsejan, si lo que se quiere es educar a un hijo para que sea honesto y respetuoso.
“A mí me pegaban y aquí estoy”
Son muchos, mayoría, los adultos que ven normal que un padre pegue a su hijo para educarle. Sin embargo, si en público vemos a un marido pegando a su mujer, el rechazo es instantáneo. Esta permisividad por la violencia de padres a hijos, pese a que es la misma violencia que la machista, viene dada por la costumbre. Está normalizada porque cuando éramos pequeños nos pegaban o porque veíamos que pegaban a otros niños y a todo el mundo le parecía lógico.
Por eso es habitual oír a la gente decir que cuando eran pequeños les pegaban y que nunca les ha pasado nada, o que gracias a ello son las personas que son, o que se lo merecían, etc. En un estupendo libro de Norm Lee, titulado “Ser padres sin castigar”, que puede leerse de manera gratuita online, se puede leer que es mentira que los cachetes de nuestros padres no nos dejaran huella por una simple razón: ahora, como adultos, vemos normal el que un adulto pegue a su hijo pequeño (una gran huella, sin duda).
El que enseña pegando, enseña a pegar
Dice una muy sabia frase que “el que enseña pegando, enseña a pegar”. Combinada con otra magnífica frase que dice que “educar es lo que hacemos cuando no estamos educando”, porque gran parte de nuestro legado lo absorben nuestros hijos por observación y por imitación, tenemos como resultado que cuando pegamos a nuestros hijos les estamos enseñando a pegar a otros niños, a otras personas o a nosotros mismos, si un día consideran que se ha hecho algo mal. Si no lo hacen de pequeños, es posible que ese aprendizaje se dé cuando sean mayores, pegando a sus hijos (y quién sabe si también a las parejas).
Esto es grave, pero grave es también que el pegar a alguien lleva implícita una desconexión emocional, una falta de aprecio, de cariño, un distanciamiento. La violencia es una forma de canalizar la rabia, la ira del momento, hacia una persona en concreto, a menudo una que sabemos que no nos devolverá esa ira. Esto es dañino en una relación a corto y largo plazo porque el que pega se distancia y el que recibe también (a nadie le gusta que le peguen).
Cabe la posibilidad también de que los niños que son pegados acepten la situación, simplemente porque no conocen otra mejor. Les parecerá normal, tan normal, que les parecerá normal también que otros compañeros les falten al respeto o que algún profesor desaprensivo les humille. De hecho, se sabe (y es lógico), que muchas de las niñas que de pequeñas eran educadas con violencia por parte de sus padres aceptan ser tratadas de un modo similar por sus parejas cuando son adultas.
“Cuando me pegas, no aprendo nada”
Centrándonos en la vertiente educativa del cachete, lo más destacable es que, aunque creemos que los niños están aprendiendo a no hacer cosas malas, no siempre es así. La ecuación si hace A, le pego (B) y con el tiempo dejará de hacer A para evitar B, no siempre se da, porque muchos niños, seres inteligentes e inquietos, con su corazoncito, llegan a aprender a hacer A de manera que los padres no se enteren, evitando B. Es decir, lo hacen a escondidas y mienten si son preguntados, para que ni papá ni mamá les peguen. Como la relación cuando han recibido cachetes puede estar más o menos deteriorada, no tienen demasiado problema en mentir cuando hace falta para evitar malos momentos.
Dicho de otro modo, si pegamos a un niño no le estamos enseñando a interiorizar unos valores, ni le estamos enseñando cómo podría comportarse bien, sino que le estamos enseñando a no hacer algo para que no le peguemos. Como padres y educadores, tenemos la misión de enseñarles a ser críticos, a ser jueces de sus actos y a decidir hacer las cosas bien porque de ese modo están respetando al resto de personas, pero no para evitar un cachete. Yo quiero que mis hijos sean respetuosos y que no insulten ni peguen a los demás porque creo que así deben ser las personas: respetuosas, humildes y honestas, y porque quiero que ellos crean lo mismo. No quiero que aprendan a no insultar o a no pegar porque si lo hacen viene papá y les pega o castiga.
Confundiendo el respeto con el miedo
Son muchos los padres que creen que sus hijos les obedecen más porque les corrigen, o que les respetan más: “a tu hijo le tienes que enseñar a respetarte”, dicen argumentando el por qué. Sin embargo, yo respeto a la gente y no precisamente porque me pegue, sino simplemente porque son personas educadas que también saben respetar.
El respeto no se puede imponer, el respeto hacia un padre nace en uno mismo y viene de sentirse bien con él, de saberse bien tratado, respetado. Vamos, que un padre debe ganarse el respeto de sus hijos, no obligarles a sentirlo.
Muchos de los niños que son pegados acaban sintiendo miedo de sus padres. No es respeto ni es admiración, es temor a ser tratados mal, a que aquellas personas a las que quieren amar les hagan daño sin entender demasiado los motivos.
Pegar a los niños es un mal negocio
Por todo ello, porque pueden aprender a pegar, porque pueden aprender a ver el ser pegados como algo normal, porque pueden aprender a mentir para que no les peguen, porque se sienten humillados y no se sienten queridos, viéndose afectada su autoestima, y porque pueden llegar a temer a las personas con las que viven, pegar a los niños es un mal negocio para ellos.
Fotos | Fazen, ellyn. en Flickr
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