Cuentos de Halloween: cinco historias de miedo aptas para niños para contarles esta noche

Esta noche es una de las más divertidas del año para los más peques. Se disfrazan, preparan fiestas de Halloween, ven películas sobre fantasmas y misterios, y no pueden faltar las historias de miedo.

Os traemos algunos cuentos cortos de Halloween que podéis contar a los niños esta noche que no dan tanto miedo, por si alguno no lo lleva del todo bien. Entre ellos, os contamos la famosa leyenda de Jack O'lantern que se cree que dio lugar a la celebración del truco o trato.

Jack O'lantern (Jack el de la linterna)

Una leyenda clásica de la noche de Halloween es el popular relato irlandés que habla de Jack, un granjero tacaño y pendenciero que retó al Diablo.

Una noche en la taberna donde Jack solía ir a beber y a jugar a las cartas hasta altas horas de la noche, éste se encontraba totalmente ebrio y, con la valentía que da el alcohol, gritaba desafiante a todo aquel que quisiera escucharlo:

–No hay nadie más listo que yo, ni capaz de superarme en inteligencia y astucia. Ninguno de los presentes hacía caso de las fanfarronadas de Jack, molesto y furioso, Jack no iba a permitir que le ignorasen, así que volvió a gritar lleno de soberbia:

–Reto al mismo Diablo a que me demuestre si es más inteligente que yo.

La actividad de toda la taberna se paralizó, no se oían risas, ni bromas, en realidad no se oía nada, los aldeanos apenas se permitían respirar. Jack había retado abiertamente al Diablo. Todos los presentes miraban a Jack con terror, poco a poco, el bullicio empezó a crecer aunque el ambiente era lúgubre, sin alegría. Sólo había susurros ahogados y miradas furtivas.

Jack se enfureció aún más, de un salto se puso de pie tirando la silla que había estado usando y, con un puñetazo furioso, apartó la mesa de su camino desparramando todo por el suelo, y, mirando con desprecio a sus vecinos, salió del local. Frente a la taberna, Jack vio a un siniestro caballero vestido completamente de negro y con un sombrero de ala ancha que cubría su rostro, pero los ojos del desconocido relucían con un brillo maligno en la oscuridad y le miraban fijamente.

El miedo se apoderó de Jack, aquel tipo era aterrador, pero él no se dejaba amilanar fácilmente y, con ademán bravucón, se dirigió al extraño y se encaró con él. –¿Qué es lo que quieres? – le preguntó con altivez.

El desconocido no le contestó, pero el brillo de sus ojos era más intenso y frio.

Jack se encogió de hombros, y con un gesto despectivo, se dió media vuelta y se dirigió a su casa. Al principio, Jack iba tan confiado y ufano como siempre pero la sensación de estar siendo seguido por alguien se iba acentuando con cada paso que daba. Empezó a mirar inquieto hacia atrás, pero no conseguía ver nada aunque la sensación era ya abrumadora, de vez en cuando creía ver la sombra del enmascarado acercándose cada vez más.

Jack aceleró el paso, tenía la impresión de oír los pasos de su perseguidor cada vez más cercanos, y el terror se iba apoderando de él, nunca el camino hasta su hogar le había parecido tan largo. Corrió. Cuando por fin llegó a casa Jack estaba completamente aterrorizado, rápidamente echó el cerrojo de la puerta y corrió a comprobar, una a una, todas las ventanas. Cada vez que comprobaba una ventana podía ver al desconocido parado frente a la casa, esperando. Esperándole.

Después Jack esperó a ver que pasaba. La tensión y el miedo iban creciendo en él, pero no pasó nada. Cada pocos minutos se asomaba por la ventana, y cada vez el desconocido seguía allí, parado, esperando. Jack estaba desesperado, y, recogiendo el valor que le quedaba, se atrevió a salir y a volverse a enfrentar al desconocido.

–¿Quién eres y qué quieres de mi? – le espetó Jack asustado. El extraño le miraba fijamente, con aquellos ojos espeluznantes, y Jack creyó ver como la boca de aquel individuo se había torcido en una cruel sonrisa. –Soy el Diablo, y estoy aquí puesto que me has retado, a mis oídos han llegado que te consideras más listo que yo. – Su voz sonaba siniestra y profunda.

Aunque muerto de miedo, Jack sonrió al extraño y lo cogió del brazo invitándole a volver juntos a la taberna a tomar sus últimas copas. El Diablo aceptó. Durante horas ambos estuvieron hablando, bebiendo y jugando animadamente, en una extraña competición de ingenios, la velada transcurría como una fiesta entre dos amigos. Durante todo este tiempo Jack no paraba de pensar en como salir de ésta aunque no encontraba la forma.

Inexorablemente, ya muy cerca de la madrugada, el Diablo le dijo a Jack que iba a llevárselo al Infierno donde purgaría sus pecados y pagaría por su soberbia. Jack sabía que había llegado su hora, aún así no se amilanó e invitó al Diablo a una última ronda. El Diablo, que lo había estado pasando tan bien hasta el momento, no vio motivos para negarse.

Al llegar el momento de pagar, Jack afirmó haberse quedado sin dinero, lo que provocó numerosas bromas y burlas entre ellos, momento que aprovechó Jack para volver a retar al Diablo:

–¡Vamos compañero! demuéstrame tus poderes, a ver de qué eres capaz. ¿Por qué no te conviertes en algo pequeño, en una moneda, por ejemplo? El Diablo, bastante ebrio y picado en su orgullo, usó toda su parafernalia y se transformó en una moneda. Momento en el que, astutamente, Jack aprovechó para coger la moneda y guardársela rápidamente en el bolsillo, donde previamente había guardado un crucifijo de plata.

El Diablo, atrapado junto a la cruz, no podía hacer nada para liberarse, por lo que, no le quedó más remedio que hacer un trato con Jack. Jack le liberaba y, a cambio, el Diablo no podía presentarse ante él en un año.

Así que, un año después, el Diablo se presentó puntual a su cita. Este año no habría borracheras, ni bromas, ni risas, en esta ocasión no iba a permitir que Jack le volviera a burlar.

En esta ocasión, Jack pidió un deseo antes de morir. Como bien es sabido, los últimos deseos de los que iban a morir debían de ser concedidos, por lo que el Diablo volvió a concedérselo, aunque en esta ocasión puso algunas condiciones. No iba a permitir que, utilizando algún truco, Jack volviera a retrasar su entrada al Infierno.

–Quiero una última cena. No quiero nada exótico, llevo todo el año cuidando de ese manzano, y una de ellas, esa que se ve en la copa del árbol, acaba de madurar y pensaba comérmela mañana. Desearía disfrutar de ella antes de mi muerte. Mi deseo es que me la bajes para que pueda comérmela y luego puedes llevarme contigo.

Al Diablo le pareció un deseo razonable. Sólo una manzana. Por lo que sin pensárselo más aceptó. Ágilmente subió al árbol y se puso a buscar la manzana que Jack había señalado. Pero Jack había vuelto a engañarle, justo cuando el Diablo había subido al árbol, Jack grabó en el tronco una cruz para que este no pudiera escapar.

El Diablo estaba furioso y humillado, ¡aquel granjero se había atrevido a engañarle dos veces! Aún así, no le quedó más remedio que volver a hacer un trato con Jack.

Esta vez Jack pidió que el Diablo no pudiera presentarse ante él en diez años. Pero el destino quiso que Jack perdiera la vida mucho antes del tiempo establecido. Tal como era, soberbio, altivo, vicioso y tramposo era completamente imposible que cruzara las puertas del Cielo y, por lo tanto, debía ir al Infierno.

Pero había un problema, el pacto seguía vigente y, por consiguiente, era imposible que Jack se encontrara con el Diablo antes de que se cumplieran los diez años. Por lo que tampoco podía entrar en el Infierno. Jack se quedaba en tierra de nadie, entre el Cielo y el Infierno, sólo y a oscuras. Jack suplicó ayuda.

El Diablo burlón, había estado esperando todo este tiempo su venganza, y esta era su oportunidad. Le negó la entrada al Infierno transcurrido el tiempo pactado, pero como burla, le lanzó una brasa que no dejaría de arder con el fuego del infierno para iluminar su camino. Jack vació una calabaza y colocó la brasa en su interior a modo de farolillo. Comenzó a vagar eternamente, sin pertenecer a ningún lado, en busca de un lugar donde encontrar el descanso final.

Desde entonces, Jack-O'lantern, como se le empezó a llamar, ha sido visto en numerosas ocasiones durante la noche de Halloween, acompañando a aquellos que se atreven a salir esa noche, y ofreciendo a sus acompañantes un truco o un trato.

'Juan sin miedo', de los Hermanos Grimm

Había una vez un padre que tenía dos hijos. El mayor de ellos era listo y despierto, mientras que el pequeño era un poco torpe. Pero había una cosa en la que el pequeño, que se llamaba Juan, superaba a su hermano: Juan no tenía nunca miedo. Pero el muchacho no se sentía orgulloso por eso y siempre andaba diciendo que le gustaría aprender a tener miedo.

Un día el padre se enfadó de tener un hijo como Juan y le dijo que se marchara:

-Toma cincuenta florines y vete a recorrer el mundo. Aprende algo con lo que ganarte la vida.

-Claro padre, tenéis razón. Aprenderé a tener miedo.

-Haz lo que quieras, pero con eso no te ganarás el sustento - le contestó el padre

En su camino Juan llegó a una posada en la que el posadero, harto de oír las ganas que tenía de saber lo que era el miedo le dijo que fuera a ver al Rey, pues había anunciado que entregaría toda clase de riquezas y la mano de su hermosa hija al joven sin miedo que fuese capaz de pasar tres noches en el castillo encantado.

Juan se presentó al día siguiente ante el Rey, a quien le resultó simpático, y le dejó que eligiera tres cosas que llevarse al castillo.

-¿Tres cosas? Mmmm Ya sé: fuego, un torno y un banco de carpintero con su cuchilla.

Cuando el joven sin miedo llegó al castillo encendió una hoguera. Al momento aparecieron unos grandes gatos negros que lo miraban con fiereza.

-Acercaos al fuego si tenéis frío y dejad de perder el tiempo maullando - dijo Juan -¿Por qué no jugamos antes una partida a las cartas? - contestó uno de los gatos

En ese momento los animales sacaron sus afiladas uñas.

-¡Qué uñas más largas! Yo os las cortaré - y rápidamente los cogió del cuello y los sujetó al banco del carpintero.

Desprovistos de sus garras los mininos se sintieron indefensos y salieron corriendo de aquel lugar.

Cuando el sueño empezaba a hacer mella en el joven Juan sin miedo vio de repente una amplia cama. Se tumbó en ella y la cama empezó a dar vueltas por el castillo. El muchacho estaba encantado de poder recorrerlo entero, pero acabó cansándose de tanta vuelta y se fue a dormir junto al fuego, donde permaneció toda la noche.

Al día siguiente apareció por ahí el Rey convencido de que el joven no habría sobrevivido, y cuando lo vio allí se sorprendió mucho.

En la segunda noche, estaba el muchacho junto al fuego cuando de la chimenea empezaron a caer hombres uno tras otro. Entre todos traían nueve tibias y dos calaveras con las que empezaron a jugar a los bolos.

-Un momento - dijo Juan - así no se puede jugar. Esos bolos no son redondos. Dejadme un momento las calaveras.

El joven les dio forma en su torno y estuvo jugando toda la noche con ellos a los bolos.

A la mañana siguiente el Rey apareció por allí de nuevo.

-¿Qué tal has pasado la noche? ¿Sabes ya lo que es el miedo? -Lo pasé muy bien jugando a los bolos, pero que va… ¡ojalá supiese lo que es el miedo!

Durante la tercera noche, estaba el joven contemplando el fuego pensando en por qué era incapaz de sentir miedo cuando por allí aparecieron seis hombres cargando un ataúd. Lo depositaron en el suelo y el muchacho se acercó al fallecido.

-¡Pero si tiene la cara helada!

Y lo sacó de ahí y trató de calentarlo acercándolo al fuego. De repente el muerto empezó a moverse y se levantó muy malhumorado.

-¿Así que encima que te hago entrar en calor te pones así conmigo? ¡Pues ahora verás!

Y Juan lo volvió a meter en el ataúd y los seis hombres se lo llevaron.

-No sé si alguna vez sabré lo que es el miedo. Parece que no lo conseguiré ni aunque me pase aquí toda la vida - decía el muchacho mientras miraba al fuego de nuevo.

Entonces apareció un ogro que llevaba una barba blanca y larga. Le retó a demostrar quien de los dos era más fuerte y Juan aceptó.

El viejo cogió un hacha y de un hachazo la clavó en un yunque cercano. Pero entonces el muchacho cogió el hacha y repitió la hazaña aprisionando la barba del ogro.

El ogro aceptó que había perdido y le dijo que le daría grandes riquezas si lo soltaba. Lo condujo hasta una de las bodegas de palacio y le enseñó tres arcas de oro.

Pero en ese momento sonaron las doce de la noche, todo desapareció y el pobre muchacho sólo pudo echarse a dormir junto al fuego.

El Rey apareció por el castillo a la mañana siguiente y le preguntó si sabía ya lo que era el miedo.

-¡Qué va! Por aquí ha pasado mucha gente pero nadie me lo ha explicado aún.

-No importa. Has cumplido con nuestro pacto así que te casarás con mi hija.

Al cabo de un tiempo la princesa empezó a hartarse de escuchar constantemente decir a su marido que deseaba saber qué era el miedo.

-Ya sé lo que voy a hacer - dijo la princesa - Fue al río y cogió un barreño de agua fría con muchos pececillos.

Por la noche mientras su esposo dormía, cogió el barreño y se lo tiró por encima despertándolo de un buen susto.

-¡Ahh que miedo! ¡Qué miedo madre mía! ¡Ahora sí sé lo que es el miedo!

'El hombre lobo'

Hace mucho tiempo en Gran Bretaña, bajo el reinado del rey Egberto el Sajón, vivía una hermosa muchacha de nombre Isolda. Su belleza era tanta y su corazón tan bueno, que muchos hombres estaban enamorados de ella y ansiaban obtener su mano en matrimonio. Sin embargo, la joven solo tenía ojos para conde Haroldo, un noble muy apuesto que afortunadamente, correspondía sus sentimientos. Ambos estaban muy ilusionados por casarse.

Por desgracia uno de los pretendientes de Isolda sufría al contemplar la felicidad de la pareja, cada vez que los veía juntos se sentía asfixiado por los celos. Se trataba de Alfred, el administrador de las tierras del conde.

Cierto día se acercó a Haroldo, aprovechando que parecía consternado y decidió satisfacer una duda que daba vueltas en su cabeza.

—Le veo muy pensativo, mi señor. ¿Ocurre algo que le esté preocupando? ¿Es acaso por su próxima boda con la joven Isolda? —le preguntó— Sé que han retrasado el matrimonio y la verdad es que no comprendo porque no se casa cuanto antes. No me dirá que le preocupa la maldición de Sigfrido.

Haroldo se sobresaltó al escuchar el nombre de quien había sido su abuelo y se volvió hacia Alfred, alarmado.

—¿Qué es lo que sabes tú sobre él?

—No mucho, usted sabe que los rumores abundan por ahí —le contestó Alfred con astucia—, pero dígame, ¿por qué se ha puesto tan nervioso al mencionar a su abuelo?

Haroldo se acercó para hablarle en secreto.

—Cuando era pequeño, mi abuela solía contarme historias sobre él. Historias horribles que desde entonces, no han dejado de atormentarme.

Sigfrido, el abuelo del conde, había sido un hombre sumamente malvado en vida. A causa de su crueldad había sido condenado a una oscura maldición. Cada noche de luna llena, un espíritu maligno entraba en su cuerpo y lo forzaba a cometer todo tipo de actos terribles: violencia, asesinatos y destrucción que sembraban terror en el condado. Y esta maldición habría de atormentar también a sus descendientes.

Era por eso que Haroldo no se atrevía a poner fecha a su boda con Isolda, a pesar de que la amaba profundamente. Pero el tiempo pasaba y la joven le aseguraba que siempre lo esperaría, pues su amor era muy grande.

Mientras tanto, la gente de la región estaba aterrada. Una enorme bestia había comenzado a deambular cada noche de luna llena del mes, matando a sus animales y a cualquier infortunado que anduviera solo, fuera de casa. Casualmente Isolda se dio cuenta de como su prometido se ausentaba cada vez más de casa, sin darle explicaciones. La pobre se atormentaba pensando que tal vez estuviera encontrándose con otra mujer.

Una noche, uno de los hombres del pueblo afirmó haber visto a la misteriosa criatura que los atacaba deambulando cerca de ahí. Tenía figura humanoide, con brazos, piernas y pecho completamente cubiertos de pelo, pero poseía una monstruosa cabeza de lobo y emitía unos aullidos que helaban la sangre. Atemorizados y llenos de ira, los pobladores decidieron organizarse para ir a cazarlo antes de que continuara haciendo daño. Fueron tras la bestia, con antorchas y armas en mano.

Cuando encontraron al hombre lobo, este se encontraba devorando los animales de un establo. Por más que le disparaban y trataban de herirlo con sus cuchillos, la criatura no se derrumbaba, incrementando su furia hacia ellos.

Hasta que uno de los hombres le atravesó el corazón con una bala de plata.

El hombre lobo quedó tendido en el suelo, en medio de un charco de su propia sangre. Las personas no podían creer lo que sus ojos estaban viendo. En casa del conde, Isolda le esperaba con angustia.

A la mañana siguiente, los pobladores acudieron a buscar al cadáver de la bestia para sepultarla con la luz del día. Grande fue su sorpresa al llegar y darse cuenta de que el lobo no estaba ahí. En su lugar yacía el cuerpo sin vida de Haroldo, quien había agonizado toda la noche por la pérdida de sangre.

Fue así como surgió la temible leyenda del hombre lobo.

'El fantasma travieso'

Anita era una de esas niñas a las que les encantaba fantasear con la idea de encontrarse con alguno de los fantasmas que aparecían en sus libros. Tan convencida estaba de su existencia, que cada noche de Halloween salía de casa con la esperanza de tropezarse con alguno mientras pedía caramelos junto a sus amigas.

Una de esas noches, mientras descansaba plácidamente tras recorrer todo el barrio recolectando golosinas, un extraño ruido la sobresalto de madrugada. Extrañada ante aquel sonido, se asomó temerosamente por encima de las sábanas, descubriendo en el centro de su habitación la espectral figura de un fantasma.

Aterrada ante aquella inesperada visita y para evitar que el fantasma pudiera hacerle algo, se escondió debajo de las sábanas, hasta que su visitante hubo desaparecido.

A la mañana siguiente, cuando todos estaban desayunando, corrió a contarles a sus padres la terrible experiencia vivida durante la noche. Una visión a la que sus padres no quisieron darle demasiada importancia en principio, ya que los fantasmas no existen, pero que tuvieron que aparentar creer, ante la insistencia de la pequeña de mostrarles cómo se desarrollaron los hechos.

Para evitar que aquello se alargara demasiado, todos subieron al cuarto de la pequeña. Mientras Anita les contaba lo que pasó, descubrió con gran sorpresa que el fantasma le había robado sus chucherías. Antes de que sus padres pudieran consolarla, apareció su hermano mayor con un gran dolor de barriga. Un dolor que sus padres tomaron por algo mucho más grave y que en realidad era una enorme indigestión por comerse todos los dulces de su hermana.

Y es que, como muy bien estáis pensando, el fantasma no era otro que el hermano de Anita, disfrazado como tal, para robarle a su hermana todas sus golosinas.

El Conde Drácula, de Bram Stoker (adaptado para niños)

En algún lugar de Transilvania habita Drácula, un monstruo que pasa el día durmiendo en su ataúd esperando a que caiga la noche para salir en busca de sangre fresca.

Como el contacto con los rayos solares le causaría la muerte con toda seguridad, permanece en la oscuridad en su caja forrada de raso que lleva iniciales inscritas en plata. Luego, llega el momento de la oscuridad, sale de la seguridad de su escondite y convertido en un murciélago, recorre los alrededores y bebe la sangre de sus víctimas. Y antes de que los rayos del sol anuncien el nuevo día, regresa apresuradamente a la seguridad de su ataúd.

Esta noche está especialmente sediento y, mientras allí descansa, ya despierto, con el smoking y la capa forrada de rojo confeccionada en Londres, esperando sentir con espectral exactitud el momento preciso en que la oscuridad es total antes de abrir la tapa y salir, decide quiénes serán las víctimas de esta velada. El panadero y su mujer, reflexiona. Suculentos, disponibles y nada suspicaces.

El pensamiento de esa pareja despreocupada, excita su sed de sangre y apenas puede aguantar estos últimos segundos de inactividad antes de salir del ataúd y abalanzarse sobre sus presas. De pronto, sabe que el sol se ha ido. Como un ángel del infierno, se levanta rápidamente, se metamorfosea en murciélago y vuela febrilmente a la casa de sus tentadoras víctimas.

-¿Vaya, conde Drácula, que agradable sorpresa!- dice la mujer del panadero al abrir la puerta para dejarlo pasar.

-¿Qué le trae por aquí tan temprano?- pregunta el panadero.

-Nuestro compromiso de cenar juntos- contesta el conde. -Espero no haber cometido un error. Era esta noche, ¿no?

-Sí, esta noche, pero aún faltan siete horas.

-¿Cómo dice?- inquiere Drácula echando una mirada sorprendida a la habitación.

-¿O es que ha venido a contemplar el eclipse con nosotros?

-¿Eclipse?

-Así es.

-Hoy tenemos un eclipse total.

-¿Qué dice?

-Dos minutos de oscuridad total a partir de las doce del mediodía.

-¡Vaya por Dios! ¡Qué lío!

-¿Qué pasa, señor conde?

-Perdóneme... debo... _Debo irme...Hem...¡Oh, qué lío!..._ y, con frenesí, se aferra al picaporte de la puerta.

-¿Ya se va? Si acaba de llegar.

-Sí, pero, creo que...

-Conde Drácula, está usted muy pálido.

-¿Sí? necesito un poco de aire fresco. Me alegro de haberlos visto...

-¡Vamos! Siéntese. Tomaremos un buen vaso de vino juntos.

-¿Un vaso de vino? Oh, no, hace tiempo que dejé la bebida, ya sabe, el hígado y todo eso. Debo irme ya. Acabo de acordarme que dejé encendidas las luces de mi castillo... Imagínese la cuenta que recibiría a fin de mes...

-Por favor-dice el panadero pasándole al conde un brazo por el hombro en señal de amistad.

-Usted no molesta. No sea tan amable. Ha llegado temprano, eso es todo.

-Créalo, me gustaría quedarme, pero hay una reunión de viejos condes rumanos al otro lado de la ciudad y me han encargado la comida.

-Siempre con prisas. Es un milagro que no haya tenido un infarto.

-Sí, tiene razón, pero ahora...

-Esta noche haré pilaf de pollo- comenta la mujer del panadero. -Espero que le guste.

-¡Espléndido, espléndido!- dice el conde con una sonrisa empujando a la buena mujer sobre un montón de ropa sucia.

Luego, abriendo por equivocación la puerta del armario, se mete en él.

-Diablos, ¿dónde está esa maldita puerta?

-¡ja, ja!- se ríe la mujer del panadero.

-¿Qué ocurrencias tiene, señor conde!

-Sabía que le divertiría- dice Drácula con una sonrisa forzada-, pero ahora déjeme pasar.

Por fin, abre la puerta, pero ya no le quedaba tiempo.

-¡Oh, mira, mamá- dice el panadero-, el eclipse debe de haber terminado! Vuelve a salir el sol.

-Así es- dice Drácula cerrando de un portazo la puerta de entrada. -He decidido quedarme. Cierren todas las persianas, rápido, ¡rápido! ¡No se queden ahí!

-¿Qué persianas?- preguntó el panadero.

-¿No hay? ¡lo que faltaba! ¡Qué para de...! ¿Tendrían al menos un sótano en este tugurio?

-No- contesta amablemente la esposa. -Siempre le digo a Jarslov que construya uno, pero nunca me presta atención. Ese Jarslov...

-Me estoy ahogando. ¿Dónde está el armario?

-Ya nos ha hecho esa broma, señor conde. Ya nos ha hecho reír lo nuestro.

-¡Ay... qué ocurrencia tiene!

-Miren, estaré en el armario. Llámenme a las siete y media. Y, con esas palabras, el conde entra al armario y cierra la puerta.

-¡Ja,ja...! ¡qué gracioso es, Jarslov! Señor conde, salga del armario. deje de hacer burradas.

Desde el interior del armario, llega la voz sorda de Drácula. -No puedo... de verdad. Por favor, créanme. Tan solo permítanme quedarme aquí. Estoy muy bien. De verdad.

-Conde Drácula, basta de bromas. Ya no podemos más de tanto reirnos.

-Pero créanme, me encanta este armario.

-Sí, pero...

-Ya sé, ya sé... parece raro y sin embargo aquí estoy, encantado. El otro día precisamente le decía a la señora Hess, deme un buen armario y allí puedo quedarme durante horas. Una buena mujer, la señora Hess. Gorda, pero buena... Ahora, ¿por qué no hacen sus cosas y pasan a buscarme al anochecer? Oh,Ramona, la la la la, ramona...

En aquel instante entran el alcalde y su mujer, Katia. Pasaban por allí y habían decidido hacer una visita a sus buenos amigo, el panadero y su mujer. -¡Hola Jarslov! espero que Katia y yo no molestemos.

-Por supuesto que no, señor alcalde. Salga, conde Drácula.¡Tenemos visita!

-¿Está aquí el conde?- pregunta el alcalde, sorprendido.

-Sí, y nunca adivinaría dónde está, dice la mujer del panadero

-¡Que raro es verlo a esta hora! De hecho no puedo recordar haberle visto ni una sola vez durante el día.

-Pues bien, aquí está. ¡Salga de ahí, conde Drácula!

-¿Dónde está?- pregunta Katia sin saber si reír o no.

-¡Salga de ahí ahora mismo! ¡Vamos!- La mujer del panadero se impacienta.

-Está en el armario- dice el panadero con cierta vergüenza.

-¡No me digas!- exclama el alcalde.

-¡Vamos!- dice el panadero con un falso buen humor mientras llama a la puerta del armario.

-Ya basta. Aquí está el alcalde.

-Salga de ahí conde Drácula- grita el alcalde. -Tome un vaso de vino con nosotros.

-No, no cuenten conmigo. Tengo que despachar unos asuntos pendientes.

-¿En el armario?

-Sí, no quiero estropearles el día. Puedo oír lo que dicen: Estaré con ustedes en cuanto tenga algo que decir.

Se miran y se encogen de hombros. Sirven vino y beben.

-Qué bonito el eclipse de hoy- dice el alcalde tomando un buen trago.

-¿Verdad?- dice el panadero.- Algo increíble.

-¡Díganmelo a mí! ¡Espeluznante!- dice una voz desde el armario.

-¿Qué Drácula?

-Nada, nada. No tiene importancia.

Así pasa el tiempo hasta que el alcalde, que ya no puede soportar esa situación, abre la puerta del armario y grita:

-¡Vamos, Drácula! Siempre pensé que usted era una persona sensata. ¡Déjese de locuras!

Al entrar la luz del día, Drácula lanza un grito desgarrador y desaparece, convirtiéndose en un esqueleto y luego en cenizas ante la mirada asombrada de los presentes.

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