A la hora de hablar de alimentación lo más habitual es ofrecer pautas, recomendaciones, consejos y reglas para intentar que los niños coman de todo.
Esto sucede, como ya comentamos, a partir de los seis meses, ya que antes no hay posibilidad de control del tipo de alimentación porque lo único que toman es leche.
Desde ese momento, se da por sentado que los niños precisan de nuestra intervención para comer de manera equilibrada y que ellos son incapaces de elegir (hasta nos han hecho una pirámide con los alimentos que deben comer).
Lo cierto es que no es así. Parece mentira, pero si les dejáramos a ellos comer sin intervenir harían una dieta, probablemente, más equilibrada que la que les pudiéramos preparar nosotros.
Sueña extraño, pero los niños nacen con esta habilidad. Ya comentamos hace unos días que saben perfectamente qué cantidad de comida necesitan y que el hambre les hace comer cuando lo necesitan y, la falta de ella, dejar de comer cuando ya no necesitan más. Lo cierto es que no sólo saben de calorías, sino también de nutrientes. Por eso se les da el pecho a demanda y por eso se dice que la alimentación es también a demanda.
En 1939 Clara M. Davis presentó un estudio que había realizado durante años, probablemente el más ambicioso, detallado y extenso que existe sobre la alimentación de los niños.
Davis sospechaba que los organismos de los niños sabían mejor que nadie lo que necesitaban y que el mismo organismo les hacía comer lo que precisaban. Es por ello que investigó lo que sucedía si se les permitía a los niños decidir qué y cuánto comer.
Se hizo cargo de 15 niños destetados de entre 6 y 11 meses de edad, hijos de madres sin recursos (algunos de ellos desnutridos, con raquitismo…), de manera provisional y los estudió durante un período de entre 6 meses (cuando se marchó el primero) y 4 años y medio (cuando se marcharon los dos últimos niños).
Durante ese tiempo se registró cada gramo de comida que ingerían, cada deposición que realizaban, les hacían analíticas de control, radiografías, les pesaban, les medían, etc. Se estima que se llegaron a realizar entre 36.000 y 37.500 registros.
El método de alimentación consistía en permitir a los niños la elección de alimentos. Podían decidir qué comer, cuánto y cómo (no se decía “este es el primer plato y este otro el segundo”) dentro de un abanico de 33 alimentos disponibles.
Estos alimentos eran presentados de manera aislada (sin mezclar con otros) y cocinados sin aliños (la sal estaba aparte) y había representación de todos los grupos: lácteos, frutas, proteínas animales, cereales, verduras y legumbres.
Aunque estaban acompañados por los adultos, a éstos no se les permitía ofrecer ninguna pista o indicación a los niños de lo que podría ser una buena elección de alimento ni de la cantidad que podría ser necesaria.
Dicho de otro modo, el método era, simplemente, poner comida delante de los niños para que ellos comieran lo que quisieran.
Los resultados fueron los siguientes:
- Cada niño hacía una dieta diferente, de hecho ni siquiera se asemejaban entre ellas, pero al estudiarlas minuciosamente se vio que eran equilibradas (todas).
Ante estos datos la comunidad científica preguntó a la autora si con ello estaba diciendo que todas las recomendaciones que existían entonces dejaban de ser válidas.
Davis no pudo afirmarlo pues confesó que su estudio “tenía trampa". Todos los alimentos eran sanos, saludables y de indudable valor alimenticio. Hubiera sido difícil que los niños pudieran padecer alguna enfermedad derivada de la dieta.
Este estudio que tiene casi 70 años mostró una realidad que nadie imaginaba. Acostumbrados a hacer comer a los niños (y a los adultos) lo que las recomendaciones decían, parecía increíble constatar que los humanos, desde que nacen, son capaces de escoger una dieta equilibrada.
Pero de esto hace muchos años y sin embargo seguimos con pautas, consejos y recomendaciones que nos dicen qué deben comer nuestros hijos, pensaréis seguramente. Pues sí, es cierto, y no es porque no existan otros estudios que demuestren lo que la Dra. Davis comentó entonces.
En un estudio más reciente se ofrecía a los niños un menú compuesto por dos comidas (primer y segundo plato). La primera era una comida estándar, cuya densidad energética era controlada en base a la cantidad de grasas e hidratos de carbono. El segundo plato se dejaba a elección de los pequeños.
Sin haber intervención de los adultos y dejando a los niños que eligieran qué y cuánto comer, se dieron cuenta que cuando el primer plato tenía un menor contenido calórico el segundo, el que ellos elegían, tenía más y viceversa.
En otro estudio realizado a 181 niños en edad preescolar evidenciaron que cuando se permitía comer a los niños decidiendo por sí mismos la cantidad de comida a tomar, las variaciones en cuanto al consumo calórico total durante el día difería en aproximadamente un 10% entre unos días y otros, habiendo una variación media entre comidas de hasta un 40%.
Es decir, cuando en una comida comían poco, o muy poco, en la siguiente comían más y, cuando en una comían demasiado, en la siguiente ingerían menor cantidad de alimentos.
Resumiendo, ya sabemos qué pasaría si les dejáramos comer a ellos: harían una dieta equilibrada (aunque yo recomendaría que los alimentos a elegir fueran sanos).
Más información | Entre comadres, CMAJ, Pubmedcentral
Fotos | Flickr (StephenMitchell), Flickr (Lars Plougmann), Flickr (deanwissing)
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