Como padres nos fijamos mucho en qué enseñamos a nuestros hijos y nos preocupamos en cómo hacerlo para que se conviertan en adultos sanos y felices, y a menudo no reparamos en que nosotros también podemos aprender de ellos, y mucho. Porque hay cosas de la infancia que no deberíamos perder si queremos ser adultos felices, porque los niños son mucho más sanos que nosotros en no pocos aspectos, ¿te animas a comportarte como un niño?
1. Sobreponerse
Sí, los niños tienen rabietas que en ocasiones parecen que duran una eternidad, pero la realidad es que no pasan, como mucho, de unas pocas horas.
Cuando algo les molesta o duele, cuando se enfadan, los niños son capaces de sobreponerse muchísimo más rápido que nosotros, de pasar página más fácilmente. “Ahora estoy fatal, ahora estoy fenomenal, que es mejor”, y listo.
Si los adultos fuéramos capaces de dar carpetazo así al malestar seríamos mucho más felices (y los psicólogos tendríamos menos trabajo, claro).
2. Perdonar y olvidar
Olvidan antes, perdonan mejor. A pesar de que tengas la sensación de que si no le dices que pida perdón no lo hará jamás la cuestión es que cuando perdonan, lo hacen de verdad, de un modo mucho más sano que nosotros los adultos.
Los niños cuando perdonan pasan a otra cosa, dejando apartado y zanjado el tema objeto de perdón. Sin embargo los adultos solemos ir una y otra vez a ese tema, nos cuesta dejarlo estar.
Y ese ir y venir lo que hace es abrir una y otra vez la herida, impidiéndonos seguir, emponzoñando ese perdón que dimos.
3. Reír, reír y reír
Los niños ríen de verdad, a menudo y abandonándose a esa risa. Un buen sentido del humor es un factor protector, una vacuna y al mismo tiempo una herramienta para superar las alteraciones del estado de ánimo.
Además en consulta tengo más que comprobado que cuando un paciente es capaz de reírse de lo que le está sucediendo o pensando es porque es capaz de tomar perspectiva y eso es, sin duda, un paso esencial para sentirse mejor.
Y por si eso fuera poco, la risa se relaciona con una mejor autoestima, con menos estrés, más creatividad, mejor aprendizaje… Todo ventajas.
Por muy mal que haya ido el día seguro que hay algo con lo que puedas reírte: busca el lado divertido y lo notarás en tu estado de ánimo, ya verás.
4. Curiosidad
Desde que nacen, cuando miran desde su cuna, cuando empiezan a gatear y quieren explorarlo todo, cuando andan y corren que se las pelan hasta nuevos lugares… Los niños tienen curiosidad, quieren y buscan aprender, experimentar, probar.
Esa curiosidad implica actividad, tanto física como cognitiva y si hay algo que hace que nuestro cerebro no se oxide es mantenerlo activo, darle alimento, proponerle retos, ejercitarlo.
Así que no pierdas la curiosidad: busca, investiga, aprende nuevas cosas, da igual que tengas 5 que 55 años, eso te va a mantener activo, vivo. Y oye, lo mismo descubres algo nuevo que te encanta y que jamás imaginaste que podría gustarte. ¿No es una maravilla?
5. Intentar
Los niños no se paran a pensar si cumplen todos los requisitos para algo, si son los idóneos o si van a poder: si hay algo que les interesa, lo hacen, o al menos lo intentan.
Los mayores a menudo dejamos de intentar... y con ello dejamos de hacer y nos perdemos muchas experiencias que sin duda serían enriquecedoras.
Puede que no vayas a ser el mejor en ello, puede que la primera vez (y la segunda y la tercera y la decimonovena si me apuras) no te salga fetén, pero… ¿y qué? ¿Por qué no hacerlo de todas formas?
Los adultos vamos poco a poco perdiendo la capacidad de disfrute que supone el intentar porque nos centramos en los objetivos. Pero probar es aprender, tanto de la tarea como de nosotros mismos y nuestras capacidades, ¡no lo dejes!
6. Expresar los sentimientos
Si hay algo que los adultos dejamos de hacer (y que luego nos llevan al psicólogo) es dejar de expresar nuestros sentimientos, de decirles a los demás cómo nos sentimos o qué necesitamos.
Los niños cuando están tristes no hacen un esfuerzo (hercúleo) por esconder sus sentimientos, simplemente lo dejan salir. Ojo, que no se trata ahora de que vayamos sin filtros ni autocontrol por la vida y nos pongamos a llorar en la gasolinera porque se nos han colado.
Lo saludable de esto que hacen los niños es el hecho de permitirse sentir y exteriorizarlo: los adultos nos guardamos muchas cosas referentes a nuestros sentimientos, cosas que acaban haciendo montaña y que nos llevan a sentirnos frustrados o sobrepasados.
Ir soltando poco a poco es muchísimo más saludable, aunque sea con filtros.
7. Defender tus necesidades
Cuando los niños necesitan algo te lo dicen, claramente además, y eso es algo que muchos adultos perdemos y nos deja con una pobre, pobrísima, asertividad.
¿Qué es la asertividad? La capacidad de expresar nuestras necesidades al mismo tiempo que cuidamos de los sentimientos de los demás; es saber pedir sin exigir o coartar, mientras somos empáticos con los otros.
La asertividad se relaciona con una fuerte autoestima, para empezar, así que haz como tu hijo y pide lo que necesites, no es nada malo: si de verdad es importante ¿qué mal haces con pedirlo? Es tu derecho, ¡no lo vulneres ni te vulneres!
8. Reforzarse, decirse lo bueno de uno mismo
¿No has escuchado nunca a tu hijo ponerse estupendo y decir, en voz bien alta, algo del tipo “Qué bueno soy haciendo tal o cual cosa”? Los niños se refuerzan a sí mismos constantemente, se dicen cosas buenas a sí mismos, y eso es una maravilla para su autoestima.
Lo que veo en consulta suele ser lo contrario: los adultos lo que nos decimos es más bien lo negativo, eso en lo que no hemos rendido, eso que no nos gusta, eso que no queremos…
La autocrítica, esa voz maligna que tenemos en la cabeza y que nos recuerda todo lo feo, nos acompaña a menudo, y ya es hora de hacerla callar. Vamos a hacer como los peques y querernos, fijarnos en esas cosas que hacemos estupendamente (o regular, pero… y lo bien que nos lo hemos pasado, ¿qué?).
9. Ser flexibles
Si tuviéramos que resumir todo eso que hacen los niños y que como adultos deberíamos conservar en una sola cosa ésta sería “Ser flexibles”. No, no me refiero a que intentemos llegar, al agacharnos, con las manos al suelo (aunque todo es ponerse), sino a ser flexible a nivel cognitivo.
A medida que vamos madurando nos vamos haciendo menos y menos flexibles: cada vez nos molestan más los cambios (de sitio, de planes…), cada vez nos cuesta más adaptarnos a ellos.
Sin embargo los niños muestran una flexibilidad cognitiva maravillosa, no se aferran a las ideas, contemplan otras opciones, aceptan los cambios, experimentan… Y eso hace que se adapten mucho mejor al mundo.
¿De verdad se acaba el mundo si mañana no vamos al final a la playa? ¿No se te ocurre otro plan? Si las cosas no salen como esperabas buscan nuevas opciones, ponlas en práctica y disfrútalas, porque el tiempo pasa, y vivirlo frustrado o enfadado no es divertido.
Juega, experimenta, ríe, llora si hace falta, mírate al espejo sin miedo, haz aquello que te apetece… sé como tu hijo en esas cosas, y serás más feliz.
Fotos: Pixabay.com
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