Hay que empezar a hacer que el niño se sienta a gusto en el agua desde los primeros baños, y a partir de los 6 meses, cuando sus horarios ya han cambiado un poco y hay mas tiempo entre comida y sueño, puede empezar a ir a la piscina infantil.
Los cursillos que proporcionan las piscinas, generalmente tienen una fase de un mes en las que durante 15 minutos se pretende que el bebé se familiarice con el agua en un lugar más grande que su bañera y empiece a coordinar sus movimientos de brazos y piernas.
Las piscinas infantiles no deben tener una profundidad superior a 1,20 metros, así el monitor trabajará más cómodo, y las dimensiones deben ser reducidas, creando un ambiente familiar entre los niños y el profesor. Algunas escuelas consideran que la mamá o el papá deben estar en estos primeros contactos, en el agua con su hijo, pero esto dependerá del monitor.
Muchos mayores podemos pensar que es difícil aprender a mantener la respiración bajo el agua, pero todos los niños cierran la boca de forma natural y sin que nadie les enseñe, en las inmersiones. En realidad, bloquean la glotis y el tiempo de inmersión es muy corto.
Cuando el niño ya ha aprendido a flotar, comienzan las clases de perfeccionamiento, éstas se pueden alargar el tiempo que los papás crean necesario y como no, los profesores, aunque en muchas ocasiones, la natación se convierte en el deporte preferido de los niños y lo mantienen a lo largo de su vida, aprovechándose de todos los beneficios que le aporta.
Normalmente a los dos años, el niños podrá recorrer unos 10 metros nadando con los movimientos correctos de pies y brazos y con el paso del tiempo, lograrán la técnica y aprenderán los diferentes estilos.
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