¿Cómo respondo a sus preguntas incómodas sobre la muerte?

Cuando los niños, hacia los cuatro años, comienzan a ser capaces de transmitirnos sus preguntas elaboradas debemos estar preparados para toda clase de preguntas inquietantes. La muerte, el sexo y cuestiones complicadas sobre los procesos naturales van a llegarnos, seguro. ¿Cómo responder a sus preguntas incómodas?

Las preguntas más incómodas son una muestra del enorme deseo natural del niño por aprender, por entender la vida y la naturaleza, pero también muestran sus inquietudes y miedos, expresados de forma indirecta. Hablemos hoy de la muerte.

El sentirse inquieto o turbado por la muerte puede presentarse aunque no haya habido una muerte cercana en la familia, puede desencadenarse por la muerte de una mascota, ver un coche fúnebre, escuchar una conversación… es inevitable que tarde o temprano los niños se encuentren con el concepto de la muerte y quieran entenderlo. Necesitan saber y necesitan poder integrarlo en su vida, sin perder la seguridad y la alegría.

Las preguntas pueden varias: ¿todos vamos a morirnos?, ¿me voy a morir yo?, ¿papá y mamá pueden morirse mañana?, ¿qué pasa cuando uno se muere?, ¿me dolerá morirme?...

Detrás de estas preguntas hay una cosa que necesita, imperiosamente saber: ¿van a dejarme solo las personas a las que amo y que me cuidan?

Los niños necesitan, sobre todo, seguridad, pues sin nuestros cuidados se sienten perdidos y abandonados. La simple idea de perdernos es aterrorizante, el mayor temor de un niño (por eso nunca, nunca, hay que amenazarlos con abandonarlos). Para un niño el abandono es peor que la muerte, el abandono es la muerte.

El bebé y el descubrimiento de la muerte: si estás solo, estás muerto.

Este me parece un tema del que merece hablar ahora: el abandono. Los bebés sienten que si sus padres no están a su lado, especialmente en la noche o en lugares o con personas extrañas, estén en grave riesgo de muerte. Sus cerebros no han aprendido sobre el mundo, solamente tienen como herramientas para sobrevivir sus instintos. Y el pequeño e indefenso bebé humano, nacido incapaz hasta de moverse de un sitio a otro por si mismo, hasta incluso de agarrarse al pelaje de su madre, tiene unas instrucciones en su código genético que son las que precisamente nos han permitido sobrevivir como especie.

Las instrucciones son muy sencillas: si estás solo, estás muerto: Grita para que vengan a salvarte. Y claro que gritan, pero no para manipular a sus padres, sino para que vengan a salvarlos.

Los bebés humanos no saben que vivimos en casas seguras y que ya no rondan los tigres dientes de sable. Genéticamente son los mismos niños de la Prehistoria. Un bebé solo en la noche estaba muerto, los depredadores estaban dispuestos a comérselo o sencillamente, moriría de frio o hambre. Están programados para sobrevivir en esas peligrosas circunstancias. Y por eso sienten miedo cuando están solos, tienen que gritar y llamarnos, en sus mentes todavía existen los tigres dientes de sable y el frío del bosque.

Por eso los bebés lloran y gritan, incluso hasta el agotamiento, cuando los dejamos en brazos de alguien a quien no conocen o los dejamos solos en una habitación, y sobre todo cuando los dejamos solos en su cuna en la noche. Piensan, o mejor dicho, sienten que van a morir y lloran desesperados para que volvamos a salvarlos.

Hoy sabemos el daño que puede hacer el miedo en el cerebro infantil, por eso, aunque pudieran decirnos que, al final, se dan cuenta de que no les pasará nada malo y se acostumbran, hacerles eso es cruel y hasta contraproducente. Nadie quiere hacerle daño a sus hijos o hacerles pasar terror, por eso, hacerles pensar que pueden morir a los bebés no es una buena práctica de crianza y, seguro, que cuando los padres lo saben, cambian a otros métodos más respetuosos con el sueño infantil. No queremos que los bebés piensen que van a morir antes de tiempo, ¿verdad?

Más adelante, el niño descubrirá que existe la muerte, antes o después. Pero antes de analizar con más detalle la manera en la que debemos hablarse de ella según su edad, debemos reflexionar sobre lo escondida que está la muerte, la real, no la de la televisión, en nuestra sociedad occidental.

La muerte como tabú

Consideremos que la muerte, en nuestras sociedades, se esconde, apenas se habla de ella, es un verdadero tabú. Cuando el niño la descubre, no tiene referencias para integrarla, no tiene experiencias previas. Debemos evitar mentirle, decirle que se han ido de viaje o que están dormidos, eso solamente puede acrecentar temores dificilmente explicables.

La vida es un proceso y un conjunto, nuestros cuerpos no son eternos, ni los de las personas ni los de otros seres vivos. Comprender esto, sentirlo como necesario y hermoso, llegará con los años, pero podemos hablar, indirectamente, mostrando la Naturaleza y sus ciclos como ejemplos que vayan preparándolos.

Hay que ofrecerles seguridad. Debemos admitir que estamos tristes y que la persona fallecida no volverá físicamente, si ha muerto alguien querido. También podemos decirles que vivirá en nuestro corazón y desde luego, para las personas con creencias que incluyan la supervivencia del espíritu, será un consuelo compartido hablar de ellas.

Entender y convivir con la ausencia es un paso necesario, pero también tenemos que ser capaces de explicarles que la muerte inmediata, aunque posible, es una posibilidad muy remota y que sus padres están a su lado, que no va a quedarse solo. Sin embargo, la muerte puede aparecer antes de que el niño esté preparado para preguntarnos sobre ella, y debemos adaptar nuestras explicaciones a su edad y las circunstancias, como analizaré en profundidad más adelante.

Las preguntas incómodas van a llegar, entre otras, las que se refieren a la muerte. No es fácil estar preparados si nosotros mismos las evitamos. Ser padres, al final, es una oportunidad para crecer nosotros gracias a los niños y su inocencia. Nos permiten perder el miedo. Nuestros hijos existen porque nosotros vamos a morir. Merece la pena.

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