En estudios recientes hemos estado investigando la escritura en espejo en niños de cuatro a seis años. Este término se utiliza cuando los caracteres (los números y las letras mayúsculas) están invertidos, pero son correctos, como cuando se reflejan en un espejo.
En el caso de la escritura normal, el espejo debería colocarse a la derecha o a la izquierda, perpendicular al plano horizontal de la escritura. También puede haber casos de escritura en espejo vertical, que solamente se ve correctamente si observamos los caracteres en un espejo situado por debajo o por encima.
A primera vista uno podría pensar que los niños, que a menudo se sientan cara a cara en la guardería, invierten los personajes porque los ven así en el folio del niño que tienen enfrente. Sin embargo, no es así, porque si lo fuera, los niños escribirían los caracteres invertidos doblemente: tanto horizontal como verticalmente (véase figura 1).
Figura 1: Dígitos de estilo francés escritos en espejo (excepto el 0 y el 8). Cedida por el autor
El origen de la escritura en espejo (particularmente sorprendente cuando las letras están en cursiva y por ende juntas, como en el caso de Joséphine en la figura 2) ha sido todo un misterio durante mucho tiempo, pero también puede ser un poco desconcertante porque los niños reproducen de forma natural maneras de escribir que nunca han visto antes y obviamente no han aprendido.
El lingüista estadounidense [Noam Chomsky][2] utilizaba esencialmente la idea de que los niños producen frases que nunca han oído (ni leído, por supuesto) para apoyar la noción de que el lenguaje es [innato][3]. Por el contrario, vamos a ver cómo la escritura en espejo horizontal de los caracteres tiene una explicación cultural dentro de las limitaciones impuestas por el procesamiento cerebral.
Escritura en espejo de su nombre por dos niños diestros de cinco años y cinco meses, y de cinco años y siete meses (de manera espontánea, pero bajo algunas limitaciones espaciales). Cedida por el autor
La escritura en espejo llegó al mundo de la investigación tras un artículo del neurólogo alemán Alfred Buchwald en 1878 (en alemán, la escritura en espejo se denomina _Spiegelschrift_), pero durante los siguientes 125 años las explicaciones para este fenómeno no sólo fueron insuficientes, sino también a menudo erróneas.
Una de las principales razones del fracaso de las explicaciones es que a menudo había un "culpable": escribir con la mano izquierda. Durante mucho tiempo, este discurso dominante fue apoyado por la observación de niños zurdos que escribían caracteres, sus nombres o incluso palabras y frases enteras al revés. Así, a lo largo del siglo XX, las revistas científicas han publicado ejemplos de escritura en espejo producidos casi exclusivamente por niños zurdos. Incluso hoy en día, ser zurdo es a menudo la explicación favorita de los maestros cuando los niños escriben al revés.
Componentes cerebrales y conductuales
La explicación que hemos encontrado para el fenómeno de la escritura especular de los caracteres funciona a dos niveles sucesivos: el primero es cerebral y el segundo es conductual.
El nivel cerebral ha estado durante mucho tiempo limitado a la teoría simplista realizada en 1925 por [Samuel Orton][5] en la que uno de los hemisferios cerebrales (generalmente en el izquierdo) representaría correctamente las letras mientras que el otro hemisferio las representaría como si estuvieran reflejadas en un espejo.
Sin embargo, más recientemente se ha demostrado que el cerebro elimina la orientación (izquierda o derecha) cuando registra imágenes, un proceso que se conoce como [simetrización][6] o [generalización en espejo][7]. Este proceso de generalización, que puede ser muy útil a la hora de reconocer una cara por su lado izquierdo o derecho, hace que los niños aprendan de memoria la forma de los caracteres, pero no su orientación izquierda o derecha.
Dadas las características del proceso (espejo horizontal en la modalidad visual) es importante recalcar que el aprendizaje inicial implícito de la forma de los caracteres en los niños es principalmente visual y que prácticamente solo se dan casos de escritura en espejo horizontal.
A nivel conductual, cuando los niños escriben los caracteres de memoria tienen que darles una orientación. En los países cuyos idiomas principales se escriben con caracteres latinos (escritos de izquierda a derecha) los niños suelen apuntar hacia la derecha. Esto hace que principalmente inviertan los caracteres orientados a la izquierda (J, Z, 1, 2, 3, 7, y 9) en comparación con el resto de caracteres (véase figura 3). Sin embargo, cuando las limitaciones espaciales hacen que escriban de derecha a izquierda, los niños invierten las letras orientadas a la derecha (véase el caso de las letras E, N y C de _MAXENCE_ en la figura 2). Esto sugiere que los niños suelen orientar los caracteres a la dirección de su escritura.
Escritura de varios caracteres por un niño diestro de seis años y dos meses. Cedida por el autor
Esta predicción se confirmó en un estudio de 2016, así como otra predicción más sutil: los niños que invierten los caracteres orientados hacia la izquierda son también los que menos invierten los caracteres orientados a la derecha. Esto se debe a que solamente escriben de forma invertida los caracteres según la dirección de la escritura.
Nuestra explicación se basa en un análisis de decenas de miles de ejemplos de escritura de más de mil niños publicados en diferentes revistas académicas, en particular en el _Journal of Educational Psychology_. La teoría sigue siendo relativamente desconocida, tal vez debido a su reciente aparición, y algunos padres siguen preguntándose si la escritura en espejo de sus hijos podría ser el precursor de un trastorno como la dislexia. Incluso algunos pediatras o terapeutas ocupacionales todavía siguen sin dar otra respuesta que no sugiera que el niño podría ser zurdo frustrado o tener una mala lateralización, ninguna de las cuales está respaldada por nuestra investigación sobre el desarrollo típico de un niño.
Autor: Jean-Paul Fischer, profesor emérito de psicología, Universidad de Lorraine.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón
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