Cuando hablamos de niños superdotados solemos entender que nos referimos, únicamente, a aspecto intelectuales y cognitivos. Sin embargo, las emociones y la sensibilidad del niño superdotado también puede dejarnos asombrados y, todavía más que la inteligencia, que puede ser un factor de fracaso escolar muy claro, necesitan una atención y una comprensión que les permita aprender a manejarlas sin negarlas.
Los niños superdotados, lo que no quiere decir que otros niños no sean sensibles, tienen una vida emocional de enorme intensidad.
He leído hace poco un trabajo interesantísimo a este respecto publicado por la SENG, una organización precisamente orientada a dar apoyo a las familias de niños con altas capacidades, y me ha encantado, pues precisamente da una completa explicación a estas características del niño superdotado que tan bien conozco como madre de uno, y que resumiría en una frase que publican los autores:
Lo más importante que podemos hacer para ayudar a estos niños es aceptar sus emociones: necesitan sentirse comprendidos y apoyados. Hay que explicarles que sus sentimientos intensos son normales en los niños que son como ellos. Ayudarles a usar su intelecto para desarrollar su auto-conocimiento y su auto-aceptación.
Si crecen en un ambiente adecuado, respetuoso con su persona y altamente creativo, sus emociones estallarán en el gozo de vivir y aprender. Pero si el ambiente es represivo, controlador o los forzamos a una forma de aprendizaje repetitiva, estaremos causandoles daños emocionales.
Pero esto va más allá. Del mismo modo que las capacidades intelectuales son brillantes y, entendiendo que las altas capacidades no son algo matemático, sus emociones son también muy intensas. Hay que entenderlas y respetarlas.
No hay error mayor que el esperar que el niño superdotado desarrolle la misma vida emocional que lo que consideramos "normal". Si nos empeñamos en presionarlos para que sean agresivos o competitivos, los forzamos, nos burlamos de sus sentimientos intensos, no les estamos haciendo más fuertes, sino debilitándolos. Y ellos no son débiles, sino que están dotados de forma excepcional también en su vida emocional.
El niño superdotado suele tener también, en un ambiente que lo respete, una enorme sensibilidad y empatía natural hacia lo que le rodea. Una empatía que nace del conocimiento pero también del corazón.
Nos puede asombrar el apego que sienten hacia las personas, la manera en la que se vinculan, pero también la resistencia a olvidar una ofensa o un desprecio. También es notable la forma en la que pueden sufrir cuando ven a otra persona o a un animal sufrir, identificándose con su sufrimiento.
El niño superdotado, además, puede ser tímido, sentirse inseguro y tímido y desarrollar una fuerte autocrítica.
Lo más doloroso para ellos será, sin duda, la incomprensión del entorno: presiones paternas para que sean más duros, burlas de compañeritos que no entiendan su sensibilidad o su diferencia intelectual.
Por tanto, es importante saber que las emociones y la sensibilidad del niño superdotado también tienen sus características propias y, entendiéndolas y respetándolas, crecer a su lado puede convertirse en una experiencia maravillosa. La experiencia personal y mi formación específica me han convertido, creo, en una experta en estos niños y, la verdad, me gustaría que recibieran la atención educativa y emocional que merecen. Son seres excepcionales, pero que también necesitan ser comprendidos y apoyados.
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