Cuando hace unas semanas os explicamos las nueve cosas que no hay que decir a una mujer que ha sufrido un aborto, acabamos con una que no hablaba de algo que se decía, sino de lo que no se decía. Quedé en seguir hablando de ello en unos días, y en realidad han pasado dos meses, así que retomo el tema para hablar de ese punto, que puede llegar a ser tan o más doloroso que todas las frases que puedan decirte: cuanto tras un aborto o pérdida dejan de hablarte porque ya no comprenden tu dolor.
Cuando se va, empieza todo
Porque una pérdida no acaba en el momento que se produce, sino todo lo contrario. Ese es el momento en el que todo empieza. He querido encabezar este post con una preciosa ilustracion de Korrig'Anne, que resume perfectamente el sentir de una madre ante su bebé no nacido, o ante el bebé que nace pero muere.
¿Qué abraza? Nada, pero todo. Nada sostiene, y sin embargo se vislumbra el cuerpecito de un bebé. El amor contenido en ese pequeñito espacio vacío, que en realidad no lo está porque hay cariño, hay sueños, hay una vida que pudo ser y no fue. Eso sí ocupa espacio.
Lo he explicado en otras ocasiones, y lo repito porque es necesario: no es solo la vida, la que se va. No es solo un cuerpecito de pocas horas, días o que ni siquiera nació, es todo lo que iba a ser. Eso es lo que se pierde, por eso el sufrimiento, porque se va la que iba a ser una nueva vida, una personita que iba a crecer, que iba a ocupar un espacio en la vida de los padres, emocional y físico, que iba a compartir emociones, tiempo, responsabilidades, que iba a crecer a través de ellos... Todo eso nunca será, pero sí lo fue en la mente de sus padres. Ellos sí lo soñaron. Ellos sí lo imaginaron. Y cuando el destino se lo arranca de golpe, el vacío es tan grande que duele, y duele mucho.
Pero la gente no piensa en eso. No suele hacerlo. Sólo se centran en lo que se ve, en lo que se palpa, en lo que llega por sus sentidos. Si lo ven, existe. Si no lo ven, no. Si comparten espacio y tiempo, pueden amar. Si no, ¿cómo hacerlo? Eso se preguntan: ¿cómo vas a amar a un bebé que apenas has conocido? ¿Cómo aferrarte al cariño por un feto que no ha salido adelante? ¿Por qué? "Claro que duele", te dicen, "pero tienes que seguir adelante y dejarlo atrás". Y luego vienen todas las frases que tratan de minimizar el problema para que tú también lo minimices, y para que banalices tu sufrimiento: "no eres la única", "eres joven", "será que no tenía que nacer", "mejor ahora que más tarde", "pasa página", "ni siquiera lo conocías", etc.
El llanto silenciado
Son frases que ayudan muy poco porque hacen sentir a una mujer que sus sentimientos son erróneos, que no tiene motivos para llorar, sufrir ni recordar. Que no debería pensar en el bebé que no será porque le ha pasado a otras y no van por el mundo lamentándose.
El problema es que no lo hacen por lo mismo, no se lamentan porque se les hace creer que es algo por lo que no se debería sufrir, y así van sumándose cientos y miles de mujeres que silencian el dolor del duelo gestacional porque creen que no son lo suficientemente fuertes, o valientes, como para superarlo. De hecho, sienten todo lo contrario, la debilidad, la fragilidad, la brecha en su autoestima y autoconfianza por tener ganas de llorar cuando el mundo le dice que no debería tenerlas.
Y lloran por los rincones, cuando nadie les ve, escondidas para que nadie sepa que son más débiles que el resto de mujeres cuando resulta que la mayoría se siente igual, llorando cuando saben que nadie les dirá que ya vale de tanto llorar, escondiéndose de las miradas de aquellos que más ama, quizás un hijo, quizás una madre, quizás la propia pareja: "Vuelve. Déjalo ya. Necesitamos que seas la de antes. Olvídalo y sigue siento tú".
La soledad de la pérdida
Pero no se puede volver porque la vida no va hacia atrás, sino hacia adelante. Irremediablemente, siempre va hacia adelante. Después de ser madre, ya nunca serás la de antes. Después de una pérdida, tampoco. Claro que en casa, físicamente, todo es igual. Haces una foto y allí no hay nadie más. La habitación que estaba vacía esperando a un bebé sigue estándolo. Nada ha cambiado. Pero una mujer no es lo que muestra en una foto. Nadie lo somos. Una mujer, un hombre, una persona, es la suma de sus vivencias, sus deseos, esperanzas, anhelos, dudas, sufrimientos,... así que un aborto o una pérdida pasa a formar parte de todo eso y no, no se puede volver.
Por eso aquellas que sufren sin poder ni querer esconderse, o las que lo intentan pero no lo consiguen disimular, se llevan el azote de la incomprensión, el golpe de la soledad, ese momento que llega después de la insistencia por hacerla volver, ese en el que ya nadie te busca, ya nadie te llama, ya nadie quiere estar contigo porque te consideran débil, que lo único que haces es lamentarte y oye, todos tienen sus propios problemas y lo último que quieren es seguir escuchándote siempre con lo mismo.
Porque un paso antes está el punto en que os podrías haber acercado para caminar juntas, el quedar contigo para que pienses en otras cosas: "vamos a sacarla de casa, que se está ahogando en sus penas, y vamos a demostrarle que hay una vida más allá, pero que nadie le saque el tema". Es, sin duda, una buena idea que se envenena a medida que la frase avanza. Se envenena porque lo que de verdad necesitas es un "vamos a sacarla de casa, que se está ahogando en sus penas, y vamos a demostrarle que estamos con ella, tiene que poder hablar del tema".
Qué diferente, ¿verdad? Pero ¡qué difícil! "¿Y qué hacemos si se pone a llorar? ¿No será peor? ¿Y si se derrumba? ¿Y si sale corriendo para su casa de nuevo? ¿Y si ni siquiera accede a venir? ¿Y si no nos coge el teléfono?" Y ahí estamos todos. En ese punto en el que somos incapaces de sanar nuestras propias heridas y nos vemos, obvio, totalmente incapaces de sanar las de los demás, porque en cuanto nos sacan del "anímate", "piensa en otra cosa", "eso no es nada", nos quedamos sin herramientas.
Y ahí radica el problema, en que creemos que tenemos que hacer algo o decir algo, que somos nosotros los que tenemos que darle la solución, y no. Las heridas de una pérdida solo las puede curar una misma, uno mismo. Podemos ayudarla, estando ahí por si la herida se abre, porque no lo dudéis: se abren, una y otra vez, pero no es lo mismo si está sola, que si está acompañada, porque mientras una la sujeta del brazo, la otra la abraza, una tercera le dice palabras de consuelo y así ella es mucho más capaz de volver a curar la herida y levantar la cabeza para seguir con su vida, a pesar de esa cicatriz, y de todas las cicatrices.
No tenemos que decir nada, pero tenemos que estar ahí. No podemos dar la solución, pero podemos acompañarla para cuando quiera hablar de ello. Y no podemos dejar que se sienta sola, porque entonces el vacío lo ocupa todo y ella sentirá que es ella la que está rota, y no los demás, que no son capaces de entender que ser madre es algo que llega mucho antes de parir.
Ilustración | Korrig'Anne
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