No menosprecies los problemas de tus hijos porque son tan importantes como los tuyos

Hay un ejercicio mental que hago a menudo desde que soy madre y mis hijas empezaron a crecer: trato de recordar momentos de mi infancia y evalúo los sentimientos que me producían. Generalmente los que salen a relucir son aquellos que me produjeron una gran alegría o una gran tristeza, y estos últimos tienen un elemento que se repite bastante: surgían por cosas que me generaban preocupación.

Si hay algo que confirmo cuando lo hago, es que los problemas no tienen edad, y que el acompañamiento de los padres es fundamental para aprender a gestionarlos. Nosotros tenemos la experiencia, y a través de ellas les podemos dar herramientas muy útiles para que puedan desenvolverse en cualquier situación.

Sus pequeños problemas son grandes para ellos

A un niño pequeño le puede parecer un problema muy grande el no lograr encajar una pieza de un puzzle, recortar un poco más de lo que quería del folio en blanco que tiene en las manos, o que le pongas una camiseta blanca cuando la que quería era azul. No son ganas de hacer rabietas: es que no ha adquirido aún los códigos suficientes para que su lógica funcione igual que la nuestra. Obviamente esta se desarrolla a partir de vivencias, por lo que a edades más cortas, la importancia que le adjudica a las cosas que suceden en su entorno más próximo dependen directamente de sus experiencias.

Si un niño no siente que sus preocupaciones son tenidas en cuenta, normalizará el no hablar de ellas... por eso es fundamental tender puentes para dialogar sobre cualquier tema desde edades muy tempranas. Al igual que el miedo, la mejor manera de aprender a resolver los problemas en analizarlos con cabeza fría y hablar sobre ellos con alguien que nos pueda dar un punto de vista sensato. Es algo que haremos con más soltura si estamos acostumbrados desde que somos pequeños.

Por qué decir "no pasa nada" no es una buena idea

Esta es la frase estrella que suele salir de nuestra boca cuando el niño llora, se siente frustrado o preocupado. Obviamente nosotros queremos calmarle, pero en realidad lo que estamos haciendo es negando y quitando valor a sus emociones. ¿Qué pasaría si le contases a un amigo algo que para ti es un verdedaro problema, y su respuesta fuese "no pasa nada"? Pues eso precisamente es lo que hacemos cuando se lo decimos a nuestros hijos, independientemente de la edad que tengan.

Este, sin duda alguna, es el camino que no debemos tomar. Si queremos educar en la empatía, debemos dar ejemplo y empezar siendo empáticos con ellos.

Obviamente no existe un manual a seguir acerca de como debemos reaccionar cuando el niño está triste o preocupado: solo necesitamos amor, ponernos en sus zapatos y aplicar sentido común. Hazle saber, a tu manera y de acuerdo a su edad, que papá y/o mamá están con ellos, escucha atentamente el motivo por el cual el niño se ha puesto así, y por supuesto, ofrécele tu ayuda: "¿quieres que repitamos el dibujo y te ayudo?, tu camiseta blanca está mojada porque acabo de lavarla, buscamos en el armario tu segunda favorita?".

Por último, ten siempre presente que hacerle la vida más fácil a un niño no es solucionarle los problemas, sino darles herramientas para que los puedan gestionar de una forma calmada, como darles la confianza de saber que siempre contarán con sus padres sin ser juzgados... y eso es algo que se cultiva desde que son bebés.

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