Poco a poco me voy haciendo a la idea de que ya no habrá más bebés en casa. He conseguido cumplir mi sueño de ser madre de familia numerosa, y aunque si hubiera podido no habría dudado en tener otro bebé hace tiempo, siento que ahora hemos entrado en una nueva etapa de la vida que afrontamos con mucha ilusión.
Sin embargo, mentiría si dijera que no duele desprenderse de las cosas materiales que durante años han llenado nuestro hogar, como cunas, cochecitos de paseo, hamacas o tronas. Pero hay algo que, por encima de todo, me encoge el corazón en un pellizco irremediable de nostalgia: la ropita de mis hijos cuando eran bebés.
¿Qué hacer con las cosas de bebé que ya no vas a volver a usar?
Finalizada la etapa de bebé, son muchos los padres que se plantean vender todos los objetos de puericultura que tienen en casa. La mayoría son objetos voluminosos, que ocupan mucho espacio en el hogar y que son difíciles de "reciclar", por lo que la venta de segunda mano es la opción más rápida, cómoda y sencilla.
Cuando he tenido claro que ya no habría más bebés en casa, yo también me he decantado por esta opción. Y aunque me hubiera gustado poder guardar todo hasta que mis hermanos o alguna amiga cercana tengan bebés, lo cierto es que con tres hijos he llegado a acumular tanto trasto, que me resulta difícil encontrar un hueco para todo.
Pero he de reconocer que en más de una ocasión me ha costado retener la lagrimilla a la hora de vender. Y es que durante el proceso de compra-venta es inevitable recordar imágenes de tu bebé meciéndose tranquilo su hamaca, durmiendo en su cunita o paseando feliz en aquel carrito que con gran ilusión compraste meses antes de dar a luz.
Pero la ropa tiene un valor sentimental diferente
Pero a pesar de que, con mayor o menor nostalgia, me he ido desprendiendo de todos los objetos de puericultura que invadieron mi casa durante años, confieso que he sido incapaz de hacer lo propio con su ropita.
Quizá para muchos no son más que prendas de ropa inservibles almacenadas en una caja de plástico, pero cada vez que la abro los recuerdos comienzan a agolparse, y el olor a naftalina se mezcla con la "esencia de bebé" que aún puedo oler en mi mente... porque ese olor jamás se olvida.
Tengo decenas y decenas de cajas con ropa de bebé, y todas las prendas que guardo tiene un gran valor para mí:
- sus primeras puestas,
- aquellos jerseys de hilo que mi abuela les tejió con tanto cariño,
- esos diminutos bodys con la pechera descolorida por las babas de sus primeros dientes,
- los primeros vestiditos de verano que compré ilusionada a mi niña,
- los pantalones preferidos de mi hijo, desgastados de tanto uso,
- la divertida gorra que compramos a mi bebé en un mercadillo de verano,
- sus primeros zapatitos,
- Aquella camiseta que mi pequeño estrenó el día de su segundo cumpleaños,
- ...
Tengo amigas que me dicen que la ropa no es más que algo material que ocupa espacio innecesario en los armarios, y ellas no han dudado en donarla o venderla. Otras me han recomendado darle otra vida, fabricando con ella prendas más grandes, mantas, cojines, peluches, o incluso enmarcando mis prendas preferidas en una emotiva obra de arte.
Pero cuando veo las diminutas ropitas que un día vistieron los cuerpecitos de mis tres niños, me invade una nostalgia tan indescriptible, que lo único que me apetece es cerrar los ojos y estrechar la prenda entre mis manos, dejándome llevar por la multitud de recuerdos, imágenes y sensaciones que me hace revivir...
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