Nuestras vacaciones de verano terminaron hace unos días. Han sido dos semanas fantásticas, en las que he desconectado del mundo para conectar con mis hijos, y disfrutar juntos de la naturaleza y la vida sin reloj.
Mi mochila ha venido cargada de preciosos momentos que quedarán por siempre grabados en mi corazón, y en el de mis hijos. Y en estos días en los que síndrome postvacacional se hace evidente, me ayuda recordar todo lo bueno vivido. Y tú, ¿también has vivido alguna de estas situaciones?
1) Las canciones en el coche camino de la playa
En casa nos encanta la música y mis tres hijos tienen muy buen oído musical, así que uno de nuestros pasatiempos favoritos cuando vamos en el coche es cantar a pleno pulmón las canciones que más nos gustan.
Hacemos diferentes melodías, imitamos el sonido de algunos instrumentos o nos organizamos para hacer coros mientras otro canta de solista. Es todo un espectáculo vernos, y son muchísimas las risas que nos han proporcionado estos mágicos momentos, que además han hecho más llevaderos y divertidos los viajes en coche.
2) Dejarme enterrar en arena
Una de las cosas que más les gusta a los niños es jugar con la arena de la playa, y si entre sus juegos se incluye enterrar a mamá o a papá, ¡más divertido todavía!
Aún se me escapa una sonrisa cuando recuerdo el momento en el que mis tres pequeños me convencieron para enterrarme bajo la arena, y cómo me "torturaron" después con decenas de besos "babosos" en la cara y disparos de agua.
Sus carcajadas llamaban la atención de todos los que pasaban por allí, que contagiados con sus risas acababan parándose a nuestro lado a contemplar la escena.
3) La libertad de vivir sin horarios
Una de las cosas que más me gusta de las vacaciones de verano es poder pasar unos días sin mirar el reloj y sin sentirse atado a los horarios: relajar las rutinas, comer cuando el estómago ruge, o dormir a pierna suelta hasta que apetece (aunque con niños ya se sabe que nunca suele ser suficiente).
Se han dado días en los que estábamos tan cómodos desayunando en familia, que entre risas, confidencias y conversaciones de todo tipo, el momento ha acabado alargándose hasta casi la hora de comer.
No queda ya mucho tiempo para volver a las rutinas y a los horarios escolares, por lo que poder disfrutar de unos días en los que simplemente nos dejamos guiar por el sol y sus atardeceres, o por lo que nos apetecía hacer en cada momento, me ha parecido, simplemente, maravilloso.
4) Ser testigo de sus aventuras
El verano es sinónimo de diversión y tiempo libre, y ver a mis hijos jugar y entenderse tan bien como lo hacen me llena de un orgullo difícil de describir. Allá donde mire siempre están los tres juntos; ideando historias y aventuras de los más variopintas, porque lo que no se le ocurre a uno, se lo inventa el otro.
Y entonces les sorprendes buscando por toda la casa un tesoro pirata, haciendo una gymkana inventada, o recreando una obra de teatro. Y sin que me vean, por miedo a romper la magia del momento, me quedo observándoles desde la puerta, siendo testigo excepcional de sus increíbles aventuras y sus desternillantes conversaciones.
5) Sus morritos de chocolate
Yo no se vuestros peques, pero los míos se manchan de cabeza a pies cada vez que toman un helado, sobre todo si son de cucurucho pues generalmente empiezan mordiendo la parte inferior del barquillo, con las consecuencias que esto acarrea.
Confieso que a veces la situación me pone un poco nerviosa (la ropa se mancha, los mechones de pelo que les caen por la cara se vuelven pegajosos, la mitad del helado acaba cayendo al suelo...), pero con el tiempo he acabado incluso divirtiéndome viendo el dantesco espectáculo que supone tomarse un simple helado.
6) Su aspecto descuidado
Cuando observo a mis hijos en vacaciones, y su característico aspecto descuidado, confieso que me los comería enteritos. Su piel bronceada, sus cabellos despeinados, las mechas californianas que les salen con el sol, sus morritos de chocolate, sus pies sucios de andar todo el día descalzos...
Todo en su conjunto me produce una ternura indescriptible pero, sobre todo, una gran satisfacción de saber que están viviendo sus vacaciones como niños que son: divirtiéndose y despreocupándose de todo lo demás.
7) Ver a mi hija nadar por primera vez
Sin duda este ha sido uno de los grandes momentos de nuestro verano, y el que más me ha sorprendido.
Mi hija mediana despidió el verano pasado con un irracional miedo al agua que le impidió disfrutar de las olas del mar y de los juegos en la piscina. Pero este año, como por arte de magia, todo ha cambiado, y la peque nos ha sorprendido comenzando a nadar sin ayuda.
Mi "sirenita" no ha salido del agua en todo el verano y ha disfrutado como nadie de la playa y la piscina. A veces bromeo con ella diciéndole que "van a salirle aletas como a los peces", y me mira y sonríe mientras me muestra orgullosa sus avances con la natación.
7) Su asombro contagioso
Una de las cosas que más me cautiva de los niños es la capacidad que tienen para sorprenderse y maravillarse con cada cosas que ven, con cada historia que les cuentas o con cada nuevo descubrimiento que hacen.
Y precisamente estas vacaciones están siendo el escenario perfecto para descubrir y dejarse sorprender con todo lo que les rodea. Recoger conchas en la playa, contemplar el eclipse lunar, disfrutar de una noche al aire libre en el cine de verano, dar de comer a los patos de un estanque, observar de cerca los impresionantes colores de una mariposa...
Cualquier cosa llama su atención y es precioso dejarse contagiar por su asombro, y volver a descubrir el mundo a través de los ojos de un niño.
9) Celebrar sus cumpleaños
Dos de mis tres hijos cumplen años en verano, así que para nuestra familia las vacaciones también son sinónimo de piñatas de caramelos, regalos, velas y tarta de cumpleaños.
Estas fechas son especialmente emotivas para mí, y seguro que todas las madres que me lean entienden el sentimiento al que me refiero. La nostalgia me invade al comprobar lo rápido que pasa el tiempo, pero a la vez me enorgullece y llena de alegría verles crecer sanos y felices.
10) Su independencia
Otra de las cosas bonitas que me traigo de nuestras vacaciones es la independencia que va adquiriendo mi hijo mayor. Siempre ha sido un niño independiente y maduro, pero este verano se ha hecho más notable si cabe.
"Mamá, me voy a jugar a casa de mi amigo", "He conocido a un grupo de chicos en la playa, me voy con ellos a jugar al fútbol", "¿Puede venir mi amigo Pablo a casa a pasar la tarde?"... Este tipo de situaciones se repiten casi diariamente, y me han hecho darme cuenta de que mi niño va creciendo y ya no nos necesita a su lado tanto como antes.
11) Nuestras conversaciones profundas
Si algo ha caracterizado este verano con respecto al anterior son las conversaciones largas y profundas que hemos mantenido con mi hijo mayor, quien ha empezado a manifestarnos sus dudas sobre diversos aspectos de la vida.
Y de pronto me he visto charlando con un niño que hace escasos veranos era un bebé al que perseguía incansable por la orilla del mar, y hoy es capaz de mantener conversaciones casi de adultos. ¿En qué momento ha ocurrido semejante cambio?, no dejo de preguntarme incrédula.
Fotos Pixabay
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