¿A quién no le parecen adorables los mofletes regordetes y los ojos grandes de los bebés? Pues no es casualidad, los bebés son así para encandilarnos y es fruto de siglos de evolución genética para adaptarse al medio.
Los bebés, con su aspecto característico, están capacitados para despertar instintivamente nuestro afecto: con esa apariencia nos parecen adorables, de modo que queremos cuidarlos y ocuparnos de ellos.
En la década de 1940, el etólogo Konrad Lorenz, dedicado al estudio de las costumbres (ethos) de los animales y sus condiciones de vida en relación con su medio ambiente, propuso que instintivamente queremos cuidar de cualquier criatura que tenga aspecto adorable.
Ya dijimos que la teoría del apego de John Bowlby estaba fuertemente influenciada por este autor anterior, que desarrolló estas teorías estudiando animales en las décadas anteriores.
Pero no hace falta irse tan lejos para confirmar esos estudios. En la actualidad, Marina Cords, profesora de ecología, evolución y biología ambiental de la Universidad de Columbia, afirma:
Lorenz insinuaba que las características infantiles (cabeza grande, ojos grandes, cara muy redondita) estimulan el deseo de dispensar cuidados (...). Todos los años estudio los monos azules en Kenia y experimento la misma reacción. Las crías me parecen una monada. Mi asesor me aconsejó que nunca dijera a nadie que ése era un motivo por el que hacemos esto. Pero es difícil evitar esa reacción visceral.
Una investigación científica de 2009 dirigida por la bióloga Melanie Glocker, de la Universidad de Münster (Alemania), ha sido la primera en presentar pruebas sólidas de que los seres humanos experimentan una profunda reacción química en el cerebro cuando miran bebés.
En concreto, despiertan una parte del cerebro medio denominada “núcleo accumbens”, conocida también como “centro del placer” y que es la parte más vieja del cerebro desde un punto de vista evolutivo implicada en el procesamiento de las recompensas.
Sus experimentos han demostrado en gran medida que las monadas provocan adicción física. ¿Se explica así que los vídeos graciosos de bebés nos atraigan tanto? Tal vez, pero lo que más nos aclara es por qué podemos pasarnos horas embelesados mirando a nuestros bebés.
Aunque tampoco nos haga falta ninguna explicación científica para explicar por qué nos parecen adorables los bebés y para disfrutar de ese sentimiento de protección y de amor por ellos, el más grande, desinteresado, exuberante e inexplicable de los amores.
Vía | El País
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