Poco se habla de lo que supone para una madre reciente recibir visitas. Solo necesitas una llamada y escuchar un "voy a conocer al bebé aprovechando que estoy cerca" para quitarte el velo que solo te permite ver a tu hijo, y observar con otros ojos el escenario: platos usados en sitios inesperados, ropa tirada en los rincones, algún disco de lactancia en el suelo y parte de la compra en el recibidor. Lo peor, sin embargo, surge cuando te miras al espejo... ¡y te encuentras una versión de ti misma que habías visto pero no observado! ¿En qué momento tu vida cambió tanto para que pasen días enteros sin siquiera mirarte en un espejo?
A ese preciso momento me llevó este divertido vídeo de Ruxanda, la madre detrás de @alwaysjuntis, una cuenta a la que sigo y que me encanta porque muestra la cara más real de la maternidad (esa que escasea tanto por las redes sociales):
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Durante mucho tiempo tras mi primer parto, el único momento de autocuidado que tuve fue ducharme (y a veces solo podía hacerlo en la tarde cuando llegaba mi marido a casa). Es increíble como la maternidad te lleva a vivir situaciones que juraste que no permitirías: "yo no voy a dejar de maquillarme, ni voy a estar con un moño todo el día" -eso lo dijo mi versión de embarazada reciente-, y de repente, te ves exactamente ahí, con la cara lavada, con chándal, una camiseta de lactancia manchada de leche, y efectivamente, con un moño deshecho que lleva desde la mañana ahí, como un nido de pájaros abandonado. Miranda Priestly, la odiada jefa de la película "El Diablo viste de Prada", me habría mirado justo así.
Ahora que lo veo con perspectiva, me río, pero en su momento no fue así. Encontrarme frente al espejo me hacía sentir derrotada, como si la situación me hubiese superado y yo ya no fuese quien lleva las riendas de mi vida. Ahora, si hablamos de visitas, para mi era más una situación estresante al máximo: o era recoger la casa o adecentarme (spoiler: siempre elegí lo primero), porque, aunque mi familia o amigos viniesen con la mejor intención del mundo, temía que me juzgasen por mi desastrosa gestión del tiempo.
Ahora me alegra notar que se ha normalizado el no querer recibir visitas, el postparto real, ese que convierte el chándal en la prenda estrella de la temporada y el que sentir la necesidad de estar tranquilamente con tu bebé sin pensar en los invitados no invitados (mi madre me ha contado que en su época, cada mañana lo primero que debía hacer era arreglarse para recibir a las visitas, que eran largas y constantes). Benditas madres por todo lo que han tenido que aguantar.
Y si eres una de esas visitas, no te fijes en la ropa ni en las ojeras porque en este momento vital es lo que menos debe interesar. Y un apunte adicional: a mi me hacía más ilusión recibir tuppers con croquetas que flores. Ahí lo dejo.