Según la Federación Española de Asociaciones de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), se estima que entre el 2% y el 5% de la población infantil padece este trastorno, que sin embargo, para algunos expertos no sólo no existe, sino que su diagnóstico puede acarrear consecuencias negativas al niño.
Marino Pérez, especialista en Psicología Clínica y catedrático en la Universidad de Oviedo, es coautor del libro "Volviendo a la normalidad", en donde desmitifica el TDAH aludiendo que el comportamiento de los niños no es ninguna enfermendad sino un reto más en su educación. Hemos charlado con él acerca de este trastorno y por qué no considera que exista.
¿Existe o no existe el TDAH?
El TDAH es un diagnostico que carece de entidad clínica, sin bases genéticas, neurobiológicas o psicológicas que lo justifiquen. Por el contrario, las conductas sobre las que se hace el diagnóstico (indebidamente consideradas “síntomas”) se pueden entender en el contexto normal del desarrollo de los niños, las circunstancias familiares y las formas de vida actuales ellas mismas apresuradas, hiperactivas, con atención dispersa y así.
Un diagnóstico del siglo XIX era drapetomanía, una supuesta enfermedad mental que padecían los esclavos negros consistente en "ansias de libertad" y expresión de sentimientos en contra de la esclavitud. La homosexualidad todavía figuraba en la década de 1970 como una enfermedad mental.
El diagnostico de TDAH cumple una serie de funciones, como por ejemplo:
Tranquilizar a los padres desesperados ante la presión e información sesgada que reciben
Etiquetar a los niños que ?molestan? en clase y/o no rinden adecuadamente en la escuela
Esta "etiqueta" sirve a veces a los centros escolares para obtener aulas de apoyo
Y la etiqueta de TDAH también beneficia todo un negocio de la industria farmacéutica y de profesionales a su vez beneficiarios de ella como ?bienhechores? de la causa
Si no existe el TDAH, ¿cómo y por qué algunos profesionales lo diagnostican y tratan?
El diagnóstico se basa en preconcepciones y razonamientos tautológicos, tan imperceptibles como infalibles. El diagnostico se basa por lo común en reportes de los padres (y profesores) que refieren que el niño “a menudo”:
se mueve mucho,
no espera turno,
no atiende...
Los padres se preguntan qué le pasa al niño que se distrae tanto y el clínico les dice que es porque tiene TDAH. Si le preguntamos al clínico por qué sabe que ese niño tiene TDAH te dirá que "porque se distrae mucho". Y así en bucle.
Lo peor es que a partir del diagnóstico los demás ya ven al niño como un TDAH (reducido a “síntomas” y visto como “enfermo”), y el propio niño termina por interiorizar la condición que le asignan y comportarse "tdahmente".
¿Por qué hay tantos niños diagnosticados de TDAH en los últimos años?
Creo que los padres deberían resistirse a recibir semejante diagnóstico de “enfermedad” o “trastorno mental” como es supuestamente el TDAH. De hecho, sé que hay padres indignados con la presión que reciben del colegio y de otros padres para que sus hijos sean diagnosticados y medicados.
Lo que pasa es que los padres indignados no están organizados como lo están los padres “satisfechos” con el diagnóstico, que incluso llegan a ser promotores de él. A menudo, las propias asociaciones de padres y “afectados” de TDAH (así lo dicen), reciben información y apoyo de la industria farmacéutica, que sin duda es una información sesgada e interesada.
Las asociaciones son uno de los principales vehículos de la industria farmacéutica del ramo, como ya lo empezó siendo la primera gran asociación de EEUU, la CHADD, cofundada por los laboratorios Ciba-Geigy (ahora Novartis), los principales fabricantes entonces de Ritalin.
La satisfacción o tranquilidad de los padres al recibir el diagnóstico se debe seguramente a que éste exime de responsabilidad, como si todo ocurriera por lotería genética. Los padres hacen lo que pueden y saben, pero entre lo mejor que se podría hacer no está necesariamente buscar el diagnóstico y la medicación.
Hay populismo por parte de muchos psiquiatras cuando justifican el diagnóstico por tranquilizar y agradar a los padres, como diciendo que no son “malos” o “padres negligentes”, ni los niños son “vagos” o “perezosos”.
¿Cuál es la diferencia entre "cualquier niño" y un niño diagnosticado de TDAH?
¡Ninguna!, salvo que el niño diagnosticado de TDAH “a menudo se distrae" (aunque está bien atento a otras cosas), “a menudo se mueve mucho" (lo que es bien propio de todos los niños), “a menudo no espera" (porque a esperar se aprende, como también se aprende a atender y a estar quieto cuando la situación lo requiera)...
Como apunte curioso, antes del boom del TDAH lo que preocupaba a las familias y a las escuelas era el niño tímido y retraído, y ahora lo que preocupa y no se tolera es el niño inquieto y extrovertido "tipo-tdah".
Las diferencias entre diagnosticado y no-diagnosticado vienen después del diagnóstico, cuando se empieza a ver al niño como TDAH y el propio niño interioriza su “enfermedad” y hasta se comporta como-tdah. Otra diferencia la trae la medicación, una especie de dopaje legal.
Según su criterio, ¿cómo puede afectar la medicación para tratar el TDAH en la vida de los niños a corto y medio plazo?
La medicación para el TDAH, típicamente estimulantes (anfetaminas) produce el mismo efecto tengas (el diagnóstico) TDAH o no. Aunque a corto plazo el niño “mejora”, en realidad no es una “mejoría” de ninguna enfermedad (que no hay), sino una mejora del comportamiento que molestaba.
La medicación a largo plazo de tres años y más no supone mejor rendimiento escolar sino al contrario, la medicación continuada está asociada a peor rendimiento y otros problemas de carácter emocional
Además están posibles problemas cardiovasculares y el retraso en el crecimiento. En realidad, lo peor que se puede hacer con el cerebro de un niño es medicarlo.
Más información sobre el TDAH
En Bebés y Más hemos tratado el tema del TDAH en varias ocasiones desde diferentes puntos de vista. Puedes leer más información en los siguientes enlaces:
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Fotos iStock
Entrevista realizada a Marino Pérez, especialista en Psicología Clínica y catedrático en la Universidad de Oviedo