Llevamos desde el mes de agosto escuchando que “empieza al cole”. Llevamos semanas haciendo listas y probándoles ropa para “la vuelta al cole”. Con la mejor intención, por supuesto, pero a veces sin percatarnos de lo que realmente sienten los niños con esa cita en su agenda.
La vuelta al cole puede ser un motivo de alegría como puede serlo de angustia para algunos niños ¿nos estamos dando cuenta de ello, los adultos a su alrededor? Porque no, no todos los niños afrontar la vuelta al cole con una sonrisa, en algunos hay más resignación que alegría.
Uniformes, equipaciones deportivas, babies, mochilas, carteras, libros y más libros. La vuelta a clase tiene el aliciente positivo de ver a muchos de los amigos del curso pasado y disfrutar juntos, de aprender con profes divertidos y asignaturas que nos gustan pero también tiene una cara algo menos amable.
Excesiva presión
Muchas veces la presión que podemos llegar a ejercer sobre los niños es absolutamente involuntaria, no nos damos cuenta de que proyectamos en ellos nuestras propias intenciones.
Queremos enseñarles lo que ya sabemos nosotros pero que a su edad no sabíamos, algo lógico y algo que sólo aprenderán con el paso del tiempo.
Otras veces esa presión es más continua y consciente, otras veces queremos que nuestro hijo sea lo que nosotros no pudimos o no supimos ser. Queremos que no se despiste con la consola, queremos que no pierda el tiempo con amigos a los que a veces no conocemos del todo bien. Queremos, sin darnos cuenta, que crezcan demasiado rápido.
Incluso hay casos en los que esa presión es “hereditaria”, que arranca en el colegio y llega incluso hasta la universidad, donde algunos padres deciden que el título en derecho o medicina en la familia, es casi algo hereditario, más allá de las pretensiones o preferencias del propio estudiante.
Casos como el que conocíamos este verano de un padre japonés que mató a su hijo de 12 años por no querer estudiar más, son sólo excepciones pero muestran la presión que ejerce sobre una familia un sistema educativo competitivo y nada justo para aquellos niños que tienen menos facilidades de estudiar, para aquellos niños de familias menos desahogadas económicamente.
Sistemas educativos en los que sólo estudian aquellos niños cuyas familias pueden costeárselo y el resto, el resto tiene pocas opciones en la vida, cuando se hacen adultos.
Destrozar el colegio para no volver a clase
Tener que volver al colegio inevitablemente se traduce en que los niños no disponen de su tiempo, en muchos casos ni siquiera de una pequeña parcela diaria en la que puedan decidir qué hacer o qué no hacer.
Ante esa presión y desde la perspectiva infantil, leer noticias como la de los niños gallegos que entraron este verano en su colegio para destrozarlo y así no tener que volver a él, nos podrían hacer reflexionar sobre el tema.
Estudiar podemos estudiar durante muchos años, toda la vida prácticamente pero ¿cuántos años vamos a dejar que nuestros hijos sean niños?
Ya, me diréis que la culpa no puede recaer en los padres o no sólo en los padres y tendréis razón pero algo tendremos que hacer entre todos ¿no os parece?
Y no hablamos de casos de bullying o acoso escolar que eso es aún más serio, sólo reflexionamos sobre el día a día de muchos niños y niñas que afrontan la vuelta al colegio con más resignación que alegría, que también los hay.
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