Leo y escucho a menudo críticas hacia los niños y jóvenes actuales y en muchas cosas estoy de acuerdo porque a mí también me preocupa el cambio radical que han dado muchos de ellos, lo irrespetuosos que llegan a ser algunos y lo impasibles que se muestran muchos padres y muchos profesores ante todo ello.
Mucha gente, convencida de que antiguamente estábamos mejor, porque al menos se respetaba a los maestros, había una cierta disciplina y lo que decía un padre iba a misa, sugiere volver a la educación autoritaria de antaño para que los mayores, los adultos, volvamos a tener autoridad. Sin embargo, esto es un error y por eso vamos a explicar hoy por qué no hay que volver a la educación autoritaria que nos dieron nuestros padres.
La confusión entre autoridad y autoritarismo
Las dos palabras empiezan con las mismas letras, pero no son lo mismo, y no todo el mundo parece tenerlo claro. Cuando alguien sugiere que debe volver el autoritarismo está pidiendo que los padres vuelvan a ejercer la presión que ejercieron los nuestros, el "aquí se hace lo que ordeno y mando", el "cachete a tiempo para que esto no se me desmadre" y el castigo para enseñar a los niños las consecuencias de sus actos. A la vez, está pidiendo que en las aulas vuelvan los gritos, las copias infinitas, los castigos enviando a los niños a pasar la tarde en la clase de los pequeños y el "aquí se habla cuando yo digo y no se hable más".
No, por Dios, esto no puede volver porque no podemos pretender enseñar a vivir a los niños con un trato que ni a nosotros nos gustaría recibir, no puede volver porque un niño no puede aprender bien si acude a un sitio a que le traten mal, desmotivado, y no puede volver porque cuando un adulto tiene que hacer uso de semejantes métodos para lograr la atención de los niños y para que le hagan caso es porque ya ha perdido la autoridad. Repito, para que quede claro: cuando se tiene que hacer uso del autoritarismo es porque se ha perdido la autoridad.
El problema, lo que ha sucedido, es que en la huida del autoritarismo, en la negación de toda presión hacia los niños, en la evitación de castigos y con el objetivo de dejar atrás aquella infancia, aquellos momentos que preferiríamos no haber vivido, muchos adultos se han quedado ahí, en la negación de lo que fue y a falta de construir algo mejor.
Parece que todo se rige por los nóes: "no podemos castigar", "no podemos pegar", "no podemos ponerles copias", "no podemos gritar a nuestros hijos", "no podemos humillarles" y es cierto, un ser humano, por pequeño que sea y por mucho que esté aprendiendo no merece nada de esto. Sin embargo sí merece algo, sí merece esa construcción de la educación que va más allá de la negación del autoritarismo, sí merece una educación positiva, basada en el respeto al prójimo, que tenga en cuenta también la negación de la permisividad en que se han estancado muchos padres, que han dado a sus hijos tanta libertad que en casa mandan ellos.
Los niños tienen que reconocer la autoridad de las personas adultas
No hay que recuperar el autoritarismo, pero sí hay que recuperar la autoridad y el respeto por las personas. Pero el respeto no es algo que se pueda imponer. De pequeños nos lo imponían, respetábamos a nuestros padres y adultos porque si no nos pegaban y nos castigaban, o eso creían. Eso creían porque no era respeto, era miedo, y el miedo no crea relaciones sociales sanas, nunca, porque son relaciones completamente asimétricas.
De igual modo, la autoridad no es puede exigir, uno se la tiene que ganar. Eso se consigue con los actos, con el modo de tratar a la gente, con el respeto que uno profesa a los demás y el que exige para sí. Los profesores tienen que recuperar la autoridad y los padres también, respetando a los niños y haciéndose respetar.
Los niños no son tontos. Si ven a un profesor entregado, que les escucha, que se preocupa por su trabajo, que se entrega para hacer de sus clases un momento digno de vivir, que aporta ideas y soluciones y que puede ser cercano con los alumnos, acaba por ser un profesor respetado, querido y con autoridad.
De igual modo, cuando un padre se preocupa por sus hijos, cuando les atiende, les escucha, les habla con respeto, les explica lo que está bien y lo que está mal, dónde han errado y dónde pueden mejorar, dónde erraba él de pequeño y cómo mejoró, un padre capaz de dar y recibir cariño, sus hijos acaban por respetarle y reconocerle la autoridad.
No, no hay que volver al extraño amor que nuestros padres nos dieron ni a la extraña "educación formasoldados mudos" que recibimos en las escuelas. Lo que hay que hacer es educar a los niños con diálogo y respeto, teniendo clara cuál es nuestra posición como educadores y/o padres, pero educarles, que ahora mismo, el uno por el otro (los padres por el colegio) la casa está sin barrer.
Foto | Runar Pedersen Holkestad en Flickr En Bebés y más | Por qué algunos niños de hoy en día acaban siendo adolescentes problemáticos, Cómo educar a los hijos según Pilar Sordo (II), Los primeros seis años son vitales para el desarrollo emocional, según Punset