Es bastante común que, cuando los niños muestran conductas desafiantes o desobedientes, los padres recurran al castigo como forma de 'educar' o corregir el comportamiento. Sin embargo, ¿qué sucede cuando parece que los castigos no tienen efecto y los niños actúan como si no les importara?
Detrás de esta aparente indiferencia puede estar la indefensión aprendida, un fenómeno psicológico que en realidad va mucho más allá de un simple "me da igual".
¿Qué es la indefensión aprendida?
La indefensión aprendida es un concepto que introdujo el psicólogo estadounidense Martin Seligman en el año 1975. Se refería a "la expectativa generada en la persona por la que creía que sus conductas no podían generar resultados concretos, o bien, eran ineficaces para controlar los resultados".
Así, ocurre cuando una persona -en este caso, un niño- llega a la conclusión de que sus acciones no cambian su situación, y por lo tanto deja de esforzarse en modificar sus conductas.
En otras palabras, si el niño siente que, haga lo que haga, recibirá el mismo castigo o consecuencia (y además este es ilógico o desproporcionado), pierde la motivación para actuar de forma diferente. Esto afecta su comportamiento pero también, y sobre todo, tiene un impacto negativo en su autoestima, confianza y, a largo plazo, en su forma de relacionarse con el mundo.
¿Por qué los castigos no funcionan?
El castigo como 'método educativo', aunque se ha utilizado mucho (sobre todo, años atrás), a día de hoy podemos decir que ni siquiera es una herramienta educativa, y además resulta contraproducente.
El castigo normalmente implica una reacción negativa inmediata ante una 'conducta no deseada', pero realmente no enseña al niño cómo mejorar o aprender. Por ejemplo, si un niño no hace los deberes y recibe una reprimenda o se le castiga sin televisión, la consecuencia es desagradable para él, pero no necesariamente ha aprendido cómo organizarse mejor para completar su tarea la próxima vez.
Además, los castigos a menudo no son proporcionales ni coherentes con el 'mal comportamiento'. Imagina que un niño de tres años golpea a su hermano porque quiere el juguete que tiene. Si el castigo es desmesurado, como no dejarle ver su serie favorita durante toda la semana, el niño no relacionará la falta con la consecuencia; sólo sentirá frustración.
Si esto se repite en varias situaciones, el niño acabará sintiendo que haga lo que haga, siempre va a perder algo, y llegará un punto en que se resigne. Este es el terreno perfecto para la indefensión aprendida.
¿Cómo reconocer la indefensión aprendida en los niños?
La indefensión aprendida en la infancia puede mostrarse de varias formas. Algunos signos que se observan son:
- Indiferencia ante castigos o consecuencias: el niño parece no reaccionar a los castigos, no los evita ni muestra intención de cambiar su comportamiento.
- Desmotivación: muestra poco interés en mejorar o cumplir con las expectativas de los adultos; esto puede interpretarse, erróneamente, como pereza o falta de compromiso.
- Baja autoestima: el niño puede tener dificultad para confiar en sus capacidades, porque ha internalizado que haga lo que haga, no habrá diferencia.
Consecuencias naturales y proporcionadas: la alternativa educativa al castigo
En lugar de recurrir al castigo, una forma mucho más efectiva y respetuosa de educar es establecer consecuencias lógicas y proporcionadas, así como normas y límites. Esto significa que las consecuencias están directamente relacionadas con la conducta del niño, y no son desmesuradas ni desvinculadas del hecho.
Por ejemplo, si el niño decide no recoger sus juguetes, una consecuencia lógica sería que al día siguiente esos juguetes no estén disponibles para jugar. Así, el niño experimenta una consecuencia directa de su acción sin sentirse castigado o incomprendido.
Este tipo de medida le permite al niño entender que sus acciones tienen consecuencias y que él tiene el control para mejorar la situación (con la ayuda del adulto). A diferencia de los castigos, las consecuencias naturales y lógicas no generan resentimiento, sino que ayudan a los niños a desarrollar responsabilidad y autonomía. También les permite desarrollar una autoestima más sana, al saber que sus acciones tienen un efecto directo en su entorno.
Cómo aplicar las consecuencias de forma respetuosa
Hay algunas estrategias que nos pueden ayudar a implementar las consecuencias de forma respetuosa y a evitar que los niños desarrollen la indefensión aprendida:
- Proporcionalidad: La consecuencia debe ser adecuada a la conducta. Si el niño ha roto algo en un ataque de ira, una consecuencia puede ser reparar o limpiar lo que ha hecho en lugar de privarlo de algo durante días.
- Coherencia: Las consecuencias deben mantenerse y no ser aleatorias. La incoherencia puede generar confusión y aumentar la sensación de falta de control en el niño.
- Explicación y diálogo: Es importante hablar con el niño sobre por qué se produce la consecuencia. Explicar el razonamiento detrás de la consecuencia le ayuda a entender la relación entre sus acciones y sus efectos.
- Refuerzo positivo: No debemos olvidar el refuerzo positivo cuando el niño aprende, mejora, se esfuerza... Este pequeño gesto le guía en su comportamiento y además, refuerza su autoestima.
Más allá del castigo: educar en la responsabilidad y la empatía
Cuando enseñamos a los niños a través de las consecuencias lógicas (y respetuosas) y el refuerzo positivo, ayudamos a que asuman la responsabilidad de sus acciones de una forma sana.
La disciplina positiva, basada en la empatía y el respeto, es una buena alternativa a los castigos que llevan al niño a sentirse impotente y juzgado. En lugar de verlo todo desde el prisma de "qué castigo merece", este posicionamiento invita a pensar en "qué puede aprender de esta experiencia" y, sobre todo, "cómo puedo acompañarlo como padre o madre".
Foto | Portada (Película Un papá genial, 1999)