Los padres que tienen una comunicación fluida y eficaz con sus hijos adolescentes nunca hacen estas tres preguntas

Los padres que tienen una comunicación fluida y eficaz con sus hijos adolescentes nunca hacen estas tres preguntas
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Hay una escena que se repite en muchas cocinas a las ocho de la tarde. Un adolescente entra, se quita la mochila con desgana, abre la nevera sin mirar y, antes de que pueda sentarse, suena la primera pregunta:

—¿Qué tal el día?

—Bien.

—¿Qué has hecho?

—Nada.

—¿Y los deberes?

—Ya los he hecho.

Fin de la conversación. Fin del intento. Fin de la paciencia.

Muchos padres sienten que hablar con su hijo adolescente es como tirar piedrecitas a un muro. No es que no quieran hablar, es que no saben cómo. Y lo peor: cuanto más intentan comunicarse, más se cierra el adolescente. Pero… ¿y si el problema no es la intención, sino el tipo de preguntas?

Tres preguntas a evitar (y cómo reformularlas)

Como psicóloga, he detectado un patrón en las familias y adolescentes a los que acompaño: los padres que logran una comunicación real, cercana y profunda con sus hijos adolescentes evitan tres preguntas concretas.

No porque sean peligrosas, sino porque existen formas mucho más inteligentes, respetuosas y eficaces de 'abrir' un espacio emocional con nuestro hijo adolescente.

1) "¿Por qué estás así?"

Esta pregunta nace desde la preocupación, pero suele activar resistencia. Imagina que llegas a casa, cansado, confundido, molesto contigo mismo, y alguien te lanza: "¿Por qué estás así?". No sabes. No te apetece explicarte. Te molesta tener que justificar tu estado emocional.

A los adolescentes les ocurre lo mismo. Están en plena montaña rusa interna: cambios hormonales, presión social, búsqueda de identidad. A veces, ni ellos mismos saben lo que les pasa. Otras veces, sí lo saben, pero no saben cómo decirlo. Pedirles que lo verbalicen de inmediato puede generar más bloqueo que ayuda.

  • Alternativa empática:

"Te noto distinto hoy. Si quieres hablar, estoy aquí. Y si no, también."

O incluso:

"¿Te apetece estar un rato juntos sin hablar?"

Estas frases no exigen respuesta, solo abren un espacio. No juzgan, solo acompañan. La clave no es resolver, sino presenciar sin invadir. Desde ahí, muchos adolescentes terminan hablando cuando se sienten listos.

2) "¿Has hecho los deberes?"

Esta pregunta, aparentemente inocente, genera distancia. Se percibe como control y desconfianza. Si es lo primero que se dice al ver a un hijo por la tarde, el mensaje implícito es: "Lo importante es tu rendimiento". Así, sin darnos cuenta, el vínculo se reduce a un control de tareas. De esta forma, no es tanto 'la pregunta en sí', sino el momento y la forma de hacerla.

Además, esta pregunta cierra la puerta a conversaciones más ricas. El adolescente puede estar agobiado, frustrado, desmotivado… Pero "¿has hecho los deberes?" no le da espacio para hablar de nada de eso. Solo se espera un "sí" o un "no".

  • Alternativa vincular:

"¿Qué parte del día se te ha hecho más cuesta arriba?"

"¿Alguna asignatura te está resultando especialmente pesada últimamente?"

"¿Cómo te sientes con la cantidad de trabajo del cole (o instituto) esta semana?"

Este tipo de preguntas son más humanas y eficaces. Porque cuando un adolescente siente que lo escuchas de verdad, es más probable que se responsabilice por sí mismo.

3) "¿Con quién vas?"

No falla: esta pregunta, formulada con tono de control, enciende las alarmas. El adolescente siente que no se respeta su privacidad o que se le está juzgando por adelantado.

A veces contesta con evasivas: "Con amigos", "con gente", "nada raro". No porque esconda algo, sino porque percibe una falta de confianza en él o en sus decisiones.

  • Alternativa genuina:

"¿Te apetece contarme con quién vas? Me gusta saber con quién compartes tu mundo, aunque no te voy a hacer un interrogatorio."

O incluso:

"¡Qué bien que salgas! ¿Vas con los de siempre o hay caras nuevas?"

Este tipo de comentarios normalizan la conversación y permiten que hablar de amistades no sea una revisión policial, sino una oportunidad de conexión.

Dejar de interrogar para empezar a conectar

Tener una comunicación fluida con un adolescente no significa hablar mucho, sino crear un clima donde el otro quiera hablarte. Y eso ocurre cuando se siente aceptado, no evaluado o interrogado. Escuchado, no corregido. Acompañado, no fiscalizado.

A veces, lo más 'revolucionario' es simplemente dejar espacio. Dejar que el silencio sea seguro. Dejar que el adolescente tenga derecho a no hablar… y aun así sentir que no pierde el vínculo.

Y recordar que, aunque a veces respondan con monosílabos, están escuchando. Siempre. Y si tú estás ahí, con respeto y sin juicios, volverán a hablarte. A su ritmo. A su manera. Pero volverán.

Foto | Portada (Freepik)

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