
Hay días en los que tu hijo vuelve del colegio con la mirada baja y los hombros caídos. No dice mucho, pero tú sabes que algo no va bien. Ha tenido un mal examen, una discusión con un amigo o simplemente siente que no encaja.
En esos momentos, como madre o padre, te sientes tentado a lanzar un "no pasa nada", "todo irá bien" o incluso un bienintencionado "tienes que esforzarte más". Pero lo cierto es que, aunque dichas desde el amor, esas frases a veces resbalan. No calman. No motivan. No sanan.
La autoestima infantil no se construye solo a base de palabras bonitas, sino de palabras verdaderas, sentidas, coherentes con el momento emocional que atraviesan. Y sobre todo, con frases que conecten, que validen lo que sienten y les devuelvan el poder sobre sí mismos. Compartimos tres frases poderosas —y cómo usarlas— que van más allá de los tópicos.
1) "Confío en ti, incluso cuando tú aún no confías en ti mismo"
Esta frase es un ancla. Cuando un niño siente que ha fallado o que no está a la altura, su autoconfianza se tambalea. Pero que tú le digas que tú confías en él —incluso ahora, incluso así— es como prestarle un pedacito de tu fe para que no se hunda.
Si por ejemplo tu hijo se ha esforzado con un examen de matemáticas, ha sacado mala nota y lo ves desanimado, podrías decir:
Sé que esto te ha dolido. Pero yo sigo confiando en ti, incluso cuando te equivocas. A veces no lo vemos, pero aprendemos más cuando algo no nos sale que cuando todo va rodado.
Esta frase no ignora la dificultad, pero tampoco la dramatiza. Transmite seguridad sin exigencia. Y eso es autoestima: saberse y sentirse querido, incluso en 'la caída'.
2) "No necesitas ser como nadie más: tú ya eres suficiente, y estoy aquí para ayudarte a descubrirlo"
Esta frase es como un refugio cuando tu hijo se siente pequeño frente al mundo. En una etapa —como la infancia y la preadolescencia— donde la comparación es constante (en clase, en el parque, en redes…), recordarle que no tiene que parecerse a nadie más es un acto de amor radical.
Por ejemplo, tu hija llega del cole diciendo que nunca la eligen para los juegos, o que hay una niña que es "mejor en todo". Puedes responderle:
Entiendo que eso duela, y me alegra que me lo cuentes. Pero tú no tienes que ser como esa niña. Tú ya vales así. No todos brillamos igual ni al mismo tiempo. Y yo estoy aquí para ayudarte a descubrir todo lo que tú tienes dentro.
Esta frase abre un camino hacia la autoaceptación. No lo empuja a destacar, sino a descubrirse sin presión. Le recuerda que no necesita ganarse tu aprobación: ya la tiene. Y ese es uno de los mayores regalos que puedes darle.
3) "Estoy orgullosa de tu esfuerzo, no solo del resultado"
Aquí tocamos la base profunda de una autoestima sana: la desconexión entre valor personal y logros externos. Cuando el niño siente que su valía está condicionada a los éxitos (o únicamente a ellos), vive en un estado permanente de ansiedad.
Pero si tú celebras el proceso —el intento, la constancia, la resiliencia— y no solo el "10" (que también), estás sembrando una semilla mucho más bonita.
Por ejemplo, tu hijo ha estado entrenando para una competición deportiva, pero no ha quedado en el podio. Te mira con cara de decepción. Puedes decirle:
Sé lo mucho que te has esforzado. Y estoy muy orgulloso/a por eso. No por si ganaste o no, sino por cómo te preparaste, por todo lo que diste. Eso es lo que de verdad importa.
Este tipo de validación no niega su malestar, que es legítimo, pero le abre la puerta a valorar el camino, no solo la meta.
Estar a su lado sin presionar
Los niños no necesitan frases de Pinterest ni discursos motivacionales de película. Necesitan tu voz cálida, tu mirada sincera, tu presencia real. Estas frases no sustituyen tu compañía, la complementan.
Y recuerda: motivar no es levantar a un niño a la fuerza, es sentarse a su lado y decirle: "Estoy aquí. Y cuando estés listo, caminamos juntos." A veces, eso es todo lo que hace falta para que vuelva a creer en sí mismo. Y ahí, justo ahí, es donde empieza la verdadera autoestima.
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