Tres señales inequívocas de que tu hijo ha entrado en la preadolescencia y va dejando la niñez

Tres señales inequívocas de que tu hijo ha entrado en la preadolescencia y va dejando la niñez
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Hace nada, tu hijo te buscaba con la mirada antes de hacer cualquier cosa. Sus dibujos incluían corazones con tu nombre y te pedía que te quedaras un rato más cuando le dabas las buenas noches. Pero un día, sin previo aviso, deja de hacerlo.

Ya no te cuenta cada detalle de su día, su habitación se convierte en un territorio con normas propias y notas cierta impaciencia en su voz cuando le preguntas cómo está.

No hay una fecha exacta en la que la infancia dice adiós y la preadolescencia se instala (aunque se habla de que ya son preadolescentes a los 8-12 años), pero hay señales inconfundibles que indican que ese proceso ha empezado. No son solo cambios físicos, sino pequeñas transformaciones en su forma de estar en el mundo. Y lo más importante: no son un rechazo a ti, aunque a veces lo parezca.

1) El espejo se convierte en un confidente (y un juez implacable)

De repente, el espejo ya no es solo un cristal en el baño: es un portal a un universo de inseguridades y descubrimientos. La preadolescencia trae consigo una nueva consciencia del cuerpo. Antes, tu hijo se vestía con lo primero que encontraba; ahora, puede cambiarse tres veces antes de salir.

Por ejemplo: Notas que tarda más en el baño, que de pronto pregunta si una camiseta le queda bien o si su pelo está "raro". Tal vez empieza a usar colonia o, por el contrario, se resiste a ducharse porque "¿para qué, si no he sudado?". En este momento, la imagen que proyecta empieza a importar.

  • Lo que significa: Está explorando su identidad y midiendo cómo es percibido por los demás. La opinión del grupo empieza a cobrar un peso enorme.
  • Cómo actuar: No critiques ni exageres. Un comentario tipo "¡qué presumido te has vuelto!" puede hacerle sentir expuesto. En su lugar, normaliza estos cambios con empatía: "Es normal querer verse bien, a mí también me pasaba a tu edad".

2) La puerta de su habitación ahora está cerrada (y no es por accidente)

Si antes tu hijo te llamaba para que vieras su última construcción de LEGO o te pedía que te quedaras a su lado mientras hacía los deberes, ahora notas que su habitación se ha convertido en un refugio. La puerta cerrada empieza a ser una constante y, cuando entras, hay una leve incomodidad en su expresión.

Por ejemplo: Le preguntas qué tal el colegio y la respuesta es un seco "bien", sin detalles. Si insistes, pone los ojos en blanco o suelta un "mamá, tampoco ha pasado nada interesante".

  • Lo que significa: Está desarrollando una necesidad de privacidad y diferenciación. Es su manera de decir "estoy aprendiendo a ser yo, más allá de lo que esperan de mí".
  • Cómo actuar: No lo tomes como un rechazo personal. Respeta su espacio sin desconectarte. En lugar de interrogarle con "¿Qué te pasa?", crea momentos de conversación natural, como cuando estáis en el coche o cocinando juntos. A veces, las mejores charlas surgen sin contacto visual, en espacios relajados.

3) Tus bromas ya no le hacen tanta gracia (y a veces hasta le avergüenzan)

Antes, hacías voces raras o bailabas en el salón y tu hijo se reía sin parar. Ahora, si lo haces en público, te mira con horror y dice "Mamá, por favor, qué vergüenza". La preadolescencia es la era de la contradicción: quieren diferenciarse de ti, pero al mismo tiempo siguen necesitando tu aprobación.

Por ejemplo: En un grupo de WhatsApp familiar, compartes una foto suya de cuando era pequeño, adorable y lleno de churretes. Enseguida te llega un mensaje: "¡Bórralo ya!".

  • Lo que significa: Está construyendo su identidad y necesita separarse de la imagen de "niño pequeño". Empieza a preocuparse por cómo le ven los demás.
  • Cómo actuar: Aunque lo hagas sin darte cuenta, no ridiculices su vergüenza. Es natural que necesite marcar límites. Pregunta antes de compartir fotos o anécdotas y respeta su derecho a definir cómo quiere ser visto.

La preadolescencia necesita paciencia y presencia

Tu hijo sigue siendo el mismo, solo que en plena transformación. A veces se sentirá seguro y otras, perdido. A veces te apartará y otras, te buscará con una urgencia que no sabrá explicar. Lo importante no es evitar estos cambios, sino acompañarlos con respeto y sin dramatismos.

Y, aunque lo niegue, aunque ponga los ojos en blanco, aunque parezca que le da igual… sigues siendo su refugio. Solo que ahora, te quiere y lo demuestra de otra manera.

Foto | Portada (Freepik)

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