La literatura que más les gusta a los niños es la de los cuentos, aunque no todas las historias que se engloban bajo ese concepto sean las más apropiadas para los pequeños. Por eso modernamente se ha producido una dulcificación de los cuentos, que intenta adaptar relatos de muy diversa índole a un público infantil.
Pero, en sus orígenes que se pierden en el tiempo, los cuentos populares, orales, transmitidos de generación en generación, y recogidos posteriormente por los clásicos, no tienen nada de infantiles, como hemos visto con las “versiones originales" de Caperucita Roja, la Bella Durmiente o La Cenicienta.
También están los cuentos modernos, de autor, más líricos y suaves, que buscan cuidar en todos los detalles el mensaje proporcionado, cuando lo tiene. Hay cuentos maravillosos de este estilo, aunque muchos otros se queden sin mensaje y, además, no hagan gala de cierta calidad, no ya literaria, sino lingüística. Por eso conviene siempre hojear los cuentos que compramos.
A medio camino entre los antiguos cuentos para adultos, plagados de elementos escabrosos, tenebrosos y violentos, y los cuentos infantiles actuales, tenemos esos cuentos clásicos que hemos mencionado, que dejaron de ser orales y pasaron a plasmarse en papel de la mano de autores como los hermanos Grimm, Andersen, Perrault...
Jacob Grimm en el preámbulo de los "Cuentos completos de los hermanos Grimm" (1954) dice:
El título Kinder und hausmärchen (‘Cuentos de la infancia y del hogar’), cuenta la procedencia y el carácter de la materia, no su destino, el libro no está escrito para los niños, aunque si les gusta, tanto mejor; no hubiera puesto tanto ánimo en componerlo, de no haber creído que las personas más graves y cargadas de años podían considerarlo importante desde el punto de vista de la poesía, de la mitología y de la historia.
Como vemos, los cuentos clásicos están cargados de simbolismo, de poesía, de mitos, de historia, de ficción pero también de realidad, y como tal, cargados de vida y muerte, de dulzura y violencia, de terror...
Muchos significados que para un niño pasarían desapercibidos, o al menos desapercibidos conscientemente, pero que actuarían a otro nivel, otorgando un corpus de significado más o menos trascendente en el interior de cada persona.
Grimm con estas palabras parece querer otorgar superioridad y dignidad a los relatos que trasladaron al papel, diciendo que no eran historias de niños. Pero, ¿es que los niños se han de quedar fuera de la poesía, de la mitología y de la historia?
Aunque, que no son historias de niños, lo vemos desde el momento en que se destripa a un lobo que se ha comido a la abuelita, se abandona a los hijos o se cortan los pies para que quepan en un zapato. ¿Dónde ponemos el límite en el modo de relatar valores fundamentales en la vida?
Dulcificación, ¿hasta dónde?
Hace poco tuve la oportunidad de conocer en unas Jornadas de animación a la lectura a un popular Cuentacuentos. Él señalaba su disconformidad con el tipo de cuentos que están proliferando en la actualidad, esos relatos "dulcificados" que evitan nombrar la muerte o el envejecimiento, que son los límites del ser humano. No sin razón, señalaba que desde ese punto de vista, desaparecerían todos los relatos populares.
Creo que coincido en este punto, pues los niños ven pronto la presencia de la muerte en la vida (de los animales...) y empiezan a hacerse preguntas que para los adultos a menudo resultan tabú. Los cuentos pueden ayudar a dar los primeros pasos para entender la muerte, el sexo, el dolor.
El cuento cobra un papel armonizador fantasía-realidad, y en él la muerte no supone “sufrimiento" para el niño, sino que surte el efecto de comprender, en la ficción, el final de una vida. Muchos cuentos tienen una función terapéutica que enseña de manera adaptada conceptos fundamentales de la existencia: el amor, el dolor, la muerte, la amistad...
Incluso, aunque no lo creamos, los niños comprenden muchas veces los cuentos sin pedir explicaciones (además, proporcionarles explicaciones no demandadas no tiene mucho sentido, y desvirtúa el poder evocador del cuento).
Otra cosa son los temas escabrosos y violentos, pues creo que éstos, siempre que se puedan evitar, mejor que mejor. Aunque en este caso nos quedaríamos sin cuentos clásicos… Ahí podemos echarle imaginación y “censurar" los pasajes menos adecuados de los cuentos. Adaptar la sangre, los disparos, el maltrato, las mutilaciones, las violaciones y que no aparezcan de manera explícita, que se conviertan en un dolor, en una pérdida.
Pero eliminar todo el lenguaje simbólico de los textos y suprimir su función catártica supone acabar con significados que no hacen sino reflejar las experiencias, pensamientos y sentimientos infantiles. De este modo detenemos el desarrollo de su fantasía (mediante la vía de los cuentos) y muchas veces eliminamos el poder de identificación que los personajes de cuentos tienen en los niños (y en los adultos, por qué no).
Si nos sumamos al tabú y eliminamos esos conflictos universales que han movido la expresión artística del hombre a través de la palabra, desde el principio de los tiempos, ¿qué nos queda?
También podemos escoger los cuentos infantiles que pueblan las librerías, cuentos modernos de autor, no sin antes echarles un vistazo, por lo que pudieran contener. Porque la dulcificación de los cuentos modernos a veces no llega a todas las páginas…
Foto | purplbutrfly en Flickr En Bebés y más | Cuentos infantiles: ¿educativos o demasiado crueles?, La versión original de “La Bella Durmiente” sería poco recomendable para los niños, El cuento original de “La cenicienta” tampoco sería demasiado adecuado para los niños