Por fin sabemos por qué hay niños mal comedores: la explicación está en la genética más que en la crianza

Probablemente la mayoría de los padres hemos tenido momentos en los que nuestros hijos se rehúsan a comer determinados alimentos. Este rechazo suele presentarse ante las verduras, aunque también hay otras comidas que no siempre apetecen a los niños. Hay niños muy selectivos que aceptan unos pocos alimentos y se niegan a probar nuevos sabores.

Ante esta situación, los padres recurrimos a diversos trucos, pero hay ocasiones en las que, por más recetas y consejos probemos, a veces los niños no quieren comer y comenzamos a cuestionarnos si hay algo que estemos haciendo mal.

En este sentido, la ciencia recientemente ha venido a darnos un poco de paz mental, descubriendo que más que ser una cuestión de crianza, el que un niño sea mal comedor está más relacionado con su propia genética.

Así lo ha revelado un estudio publicado en la revista The Journal of Child Psychology and Psychiatry, en el que se dio seguimiento a 2.400 pares de gemelos y mellizos desde los 16 meses hasta los 13 años de edad, que formaban parte del estudio Gemini realizado en Reino Unido, cuyo objetivo era analizar cómo influyen la genética y el entorno en el desarrollo de los niños.

Como parte de esa investigación, los padres completaron cuestionarios sobre los hábitos alimenticios de sus hijos a los 16 meses de edad y nuevamente a los tres, cinco, siete y trece años.

Para descubrir cuánto influye la genética en que un niño sea mal comedor, y cuánto tiene que ver con el entorno, los investigadores compararon los hábitos alimenticios de gemelos idénticos con los de los mellizos, ya que mientras los primeros comparten el 100% de su genética, los mellizos solo comparten una parte.

Al analizar la información, se encontró que la selectividad al comer eran más similar entre los gemelos idénticos que entre los mellizos, lo que evidenciaría que la genética juega un papel importante en los niños que son malos comedores.

Así, la conclusión principal del estudio fue que ser selectivos a la hora de comer es un rasgo altamente hereditario y que se mantiene relativamente estable desde la primera infancia hasta la adolescencia temprana, con influencias genéticas responsables en gran medida de su continuidad.

La genética no lo es todo

Foto | Vanessa Loring en Pexels

Aunque el papel de la genética tiene un lugar importante, que un niño tenga esa predisposición a serlo no significa que lo será, ya que se encontró que también importa el entorno en el que crezca el niño, como los alimentos que se preparan y ofrecen en casa.

Las experiencias compartidas, como el comer en familia, tienen un gran impacto en los niños, especialmente en la primera infancia, por lo que los autores del estudio señalan que los padres deberíamos ofrecer una mayor variedad de alimentos durante esa etapa, pues el hecho de que la genética sea la responsable de que un niño sea mal comedor, no significa que sea un hecho o esté destinado a serlo.

Así, los autores del estudio señalan en sus conclusiones que hay especialmente dos cosas importantes que como padres debemos tomar de éste:

La primera, que no debemos culparnos o culpar a otros si nuestro hijo es un mal comedor, pues esta influencia genética suele ser fuerte; y la segunda, que a pesar de que los niños puedan tener esa predisposición no debemos sentirnos desalentados, pues esto puede modificarse si ofrecemos una amplia variedad de alimentos a los niños durante sus primeros años de vida - pero eso sí, siempre sin presionar y con mucha paciencia. Se cree que hay que exponer al niño a un alimento 15 veces hasta que este es aceptado.

Foto de portada | Niño comiendo - Freepik

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