Cuando mi pareja y yo decidimos intentar ser padres, estábamos convencidos de que no íbamos a estar solos, que contábamos con todo el apoyo de nuestras familias. Y la verdad es que así ha sido desde el momento en que supimos que estábamos embarazados hasta hoy, con nuestra pequeña a punto de cumplir el año. Sin embargo, nunca he sentido tanta soledad ante el mundo.
Es una sensación que te asola por primera vez cuando, tras el parto y el desfilar de las visitas que vienen a adorar a la recién nacida, os dejan solos con el bebé por primera vez, os miráis a los ojos y pensáis al unísono: ¿Y ahora, qué?
Por mucho que hayas leído, por muchas clases a las que hayas ido, por muchas mamás instagramers que sigas, no hay nada que te prepare para ese momento. No hablo de saber cambiar un pañal o de cómo coger al bebé -que también tiene su intríngulis- sino de estar preparado para que tanta felicidad y tanto miedo invadan tu corazón.
Es el momento en el que te das verdadera cuenta de que eres padre. De que esa pequeñaja que solloza tímidamente buscando el pecho de su madre depende de cada decisión que tomes, o más bien, que toméis. Unas decisiones que vais a tomar juntos, pero solos.
La soledad del hogar
Si hay un momento en el que esa soledad cristaliza de forma innegable es la llegada al hogar. Atrás quedan horas de muchas emociones, de sobredosis de adrenalina, de dudas y primeras veces, pero siempre con el apoyo y la seguridad que da estar en un hospital al cuidado de, en nuestro caso, excelentes personas y profesionales.
Pero en casa, uno tiene que tomar mil millones de pequeñas decisiones que nadie más puede tomar. ¿A qué temperatura debe estar la habitación? ¿Cuánto abrigo al bebé? ¿Tiene bien puesto el pañal? ¿Se le está curando el cordón umbilical correctamente? ¿Estará mamando lo suficiente? ¿Se agarra correctamente? ¿Por qué llora si ha dormido, ha mamado y tiene el pañal limpio?
Para todas esas dudas, cada persona a la que le preguntes te dará una respuesta diferente. E Internet te dará infinitas. Muchas de ellas contradictorias o, cuanto menos, confusas o imprecisas en el mejor de los casos, auténticas locuras en otras ocasiones.
Y ahí estás tú, solo ante un bebé, temeroso de cogerlo mucho y demasiado poco al mismo tiempo, dudando si darle el chupete o no, vigilando cada caquita, cada llanto... pensando que un paso en falso le creará un trauma que le marcará de por vida.
Por suerte, tus decisiones no son tan trascendentes
Cuando tienes a tu bebé en brazos por primera vez, es imposible no pensar que la vida de un ser indefenso ahora depende de ti. Sentir esa responsabilidad es probablemente una de las emociones más bellas y confusas de ser padre.
Y es quizás la sombra de esa responsabilidad la que planea en la toma de cada decisión, acechando a que cometas el más mínimo error. Pero en la inmensa mayoría de los casos, la realidad es que si te preocupas tanto por el bienestar de tu pequeño que te haces todas esas preguntas, tu bebé va a estar bien. Porque lo que hace que un bebé sea feliz es ser querido, no si decides darle teta o biberón, si le das papillas o haces Baby Led Weaning.
Puede que tomes alguna decisión que no sea la perfecta, o incluso muchas y alguna importante, y puede que eso implique algún traspiés en el camino. Pero a tu bebé se le caerá el cordón umbilicar, mamará bien, cogerá peso, le acabarán saliendo los dientes, empezará a gatear y después a caminar, dirá papá y mamá, dejará de mamar algún día y comerá sólido antes o después. Hasta se echará novio o novia, saldrá de fiesta y no dormirás hasta que oigas que vuelve a casa.
Y aunque eso me tranquilice, me permitiré seguir sintiendo la eterna soledad del padre primerizo.