"Mi hija de seis años tuvo coronavirus": así han sido sus síntomas, diagnóstico y recuperación

Creo que en toda esta crisis que estamos viviendo, una de las cosas que más preocupa a los padres es que nuestros hijos enfermen. Porque si bien los datos son esperanzadores y en la mayoría de las ocasiones se habla de síntomas leves en bebés y niños, ningún padre o madre quiere ver malito a su hijo, máxime cuando nos enfrentamos a un virus tan desconocido.

Por eso, cuando mi hija enfermó de coronavirus sentí mucho miedo e impotencia: miedo por ella y por un posible contagio de su hermano pequeño asmático, e impotencia porque el contagio llegaba tras más de dos semanas de confinamiento que me hacía preguntarme en bucle, "¿cómo es posible que se haya infectado ahora?".

Con mi hija completamente recuperada, me gustaría compartir cómo ha sido esta experiencia, no solo para ayudar a otras familias que puedan encontrarse en la misma situación con sus hijos, sino especialmente para transmitir un mensaje esperanzador, pues una vez más los niños nos demuestran que "están hechos de una pasta muy especial", como suele decirse.

De los primeros síntomas al diagnóstico de COVID

Los primeros síntomas llegaron tras algo más de dos semanas de confinamiento, en forma de tos seca y fiebre. Los tres primeros días, su temperatura fluctuaba entre escasas décimas y 38 grados, y salvo la tos en momentos puntuales, su estado general era bueno.

No obstante, decidí ponerme en contacto telefónico con su pediatra para notificarle estos síntomas, e inmediatamente comenzaron a hacerle un seguimiento telefónico diario.

A partir del tercer día, la situación comenzó a empeorar. Mi hija perdió el apetito de manera radical, aparecieron episodios puntuales de diarrea y se encontraba muy cansada. Tanto, que dejó de jugar con sus hermanos, de hacer manualidades, de bailar... solo quería estar tumbada en el sofá, y a mi se me partía el alma de verla así.

Paralelamente a este empeoramiento, la tos comenzó a ser más frecuente y la fiebre se elevó por encima de los 38,5 grados, llegando incluso a alcanzar los casi 40. Era el quinto y sexto día tras la aparición de los primeros síntomas, y ella estaba cada vez más "apagada".

Fue entonces cuando se nos citó en el centro de salud para hacerle una ecografía de pulmón. El motivo de hacer una ecografía en lugar de una radiografía era evitar la radiación y el desplazamiento a un hospital. Las imágenes no dejaron lugar a dudas: tenía una neumonía causada, muy probablemente, por el virus SARS-CoV-2, que además se le había complicado con una sobreinfectación bacteriana (lo que explicaba los picos tan altos de fiebre).

"Posible COVID positivo", ¿y ahora qué?

Cuando escuché a la pediatra darme el diagnóstico de "neumonía por posible COVID positivo" reconozco que me vine abajo. No por el hecho en sí de que mi hija tuviera la enfermedad (algo que lógicamente me preocupaba, pero confiaba en que con el tratamiento que le habían puesto comenzara a mejorar), sino por la posibilidad de que se lo contagiara a su hermano pequeño, de cuatro años.

Y es que en su corta vida, mi hijo lleva un largo historial de ingresos hospitalarios debido a episodios de broncoespasmo, por lo que la sola idea de que este virus pudiera atacarle también a él me generaba mucha ansiedad y miedo.

La doctora me tranquilizó diciéndome que no se había visto una especial incidencia del virus ni gravedad de los síntomas en niños con problemas respiratorios, como los que tenía mi hijo. Y también me recomendó que no me obsesionara tratando de aislar a la niña en casa, pues tras dos semanas de confinamiento familiar lo más probable era, o que lo hubiéramos pasado ya de forma leve o incluso asintómatica (y no nos hubiéramos dado cuenta), o que estuviéramos todos infectados y los síntomas fueran apareciendo a lo largo de los días siguientes.

Así que no tomamos ninguna medida especial que no estuviéramos tomando ya, como la higiene de manos estricta y continua y la limpieza diaria con lejía de todas las superficies, pomos de puertas, mandos a distancia, teléfonos, juguetes y llaves de la luz. Eso sí, aunque en ese tiempo habíamos salido a comprar en contadísimas ocasiones (pues antes del confinamiento habíamos llenado la despensa y el congelador para evitar tener que hacerlo), a partir del diagnóstico de mi hija dejamos de salir, y era algún amigo o familiar quien nos traía lo que necesitábamos en un momento dado.

También decidimos hablar con los niños sobre la enfermedad que tenía su hermana con un tono tranquilizador y esperanzador. Inicialmente, mis hijos se asustaron un poco, especialmente el mayor, quien a sus diez años es plenamente consciente de todo lo que está acarreando esta enfermedad y de la vulnerabilidad de su hermano pequeño debido a sus problemas respiratorios de base.

Pero tras una charla sosegada, en donde aclaramos todas sus dudas y volvimos a poner el foco en la importancia de la higiene como medida de prevención, mis hijos quedaron tranquilos y más concienciados que nunca con el lavado de manos y el cubrirse la boca al toser.

¿Cómo se ha recuperado y cómo estamos los demás?

A las 24 horas de comenzar con el tratamiento antibiótico (que le pusieron por la infección bacteriana que presentaba), mi hija ya era otra. La fiebre le desapareció por completo, y también lo hizo el cansancio y la falta de apetito. Sin embargo, la tos ha tardado más tiempo en desaparecer.

Viendo lo malita que estuvo los primeros días, me ha parecido asombroso su recuperación express y las ganas de volver a retomar sus rutinas. Pero también debo reconocer que hemos sido muy afortunados porque no ha tenido dificultad respiratoria, algo que por la experiencia que tengo con mi hijo pequeño, se lo durísimo que resulta tanto para el niño, como para los padres.

El resto de miembros de la familia continuamos bien, y en estas más de tres semanas que han pasado desde que ella enfermara, ninguno hemos experimentado ningún síntoma asociado a la enfermedad.

El otro día escribía sobre ciertas manifestaciones cutáneas que podrían asociarse a la infección por coronavirus, especialmente en niños. Y curiosamente, mi hijo pequeño tiene algún resquicio de unas lesiones muy similares a las descritas en algunos dedos de la mano. Estas lesiones le aparecieron hace un mes y medio, y de manera simultánea a su último ingreso hospitalario por insuficiencia respiratoria, por lo que los médicos mantienen la hipótesis de que él fue el primero en contraer la enfermedad (aunque en aquel momento no se le diagnosticara como tal) y transmitírsela después a su hermana.

¡Ojalá tuviéramos la respuesta y pudiéramos salir de la incertidumbre que rodea a esta pandemia!

Por el momento, me quedo con que mi niña ha superado la enfermedad en un tiempo récord, y vuelve a inundar la casa de alegría con sus risas contagiosas y sus bromas. También me quedo con la posibilidad de que mi pequeño ya esté inmunizado, y con la esperanza de que tanto mi hijo mayor, como mi marido y yo sigamos estando bien.

Fotos | iStock

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