La identidad de los niños pre adolescentes: el momento en que la opinión de los amigos compite con la educación familiar

‘Mi hijo (o mi hija) está en una edad difícil’, es una frase que suelo oír de boca de padres o madres que tienen niños de entre 8/9 años y 12/13. Lógicamente, unos años más tarde las preocupaciones serán más grandes, pero cuando ya ha acabado lo que muchos llegan a denominar ‘edad de la inocencia’, los progenitores se encuentran desubicados.

En realidad, si contemplamos nuestras propias emociones y reacciones en la relación con los hijos, nos daremos cuenta de que hay ‘muchas edades’ que se nos antojan difíciles. Creo que esto ocurre por dos razones: la falta de apoyos sociales para criar y educar, y nuestra desconexión con los procesos biológicos y psicológicos de nuestros propios hijos.

Pero cuando llega la pre adolescencia, todo adquiere otros matices: no es (solo) que creamos que será más o menos difícil. Es sobre todo, que no solemos aceptar fácilmente que nuestro hijo ya no será más un niño pequeño, y que a partir de ese momento la educación familiar debe competir con las opiniones e ideas de sus ‘iguales’.

A menudo oímos hablar de los cambios físicos que anticipan o acompañan la pubertad, pero ¿quién nos prepara para los sociales, los emocionales, los que afectarán a las relaciones familiares?

¿Son más difíciles los niños cuando crecen?

Digamos que ser ‘más difícil’ no es una consecuencia directa de ser más mayor, y por otra parte no es bueno que etiquetemos a los niños, porque esto condiciona nuestras relaciones y el buen clima familiar.

Los padres debemos intentar ‘entrever’ lo que está sucediendo dentro del cuerpo de los niños: las hormonas del crecimiento hacen su papel. Los cambios se van a suceder también por fuera, aunque esto es más fácil de ver.

Que nuestro hijo esté más huraño o ‘respondón’ tiene que ver con el papel de las hormonas en las emociones, y que necesite espacios propios o prefiera estar con sus amigos antes que con nosotros,… bueno, esto a todos nos ha pasado ¿verdad?, y no por ello hemos dejado de lado la familia.

Lo que sí que es difícil es admitir que nuestro papel se ha diluido, que puedan quedar con sus amigos para dar una ‘vueltecita solos’, y que nos argumenten sus decisiones de forma que sea casi imposible rebatirles

Tenemos que admitirlo: una nueva etapa empieza, y para nosotros también será bonito acompañarles en ella, ya no necesitan tanto nuestra compañía por las noches, pero sí que les escuchemos con empatía cuando quieren compartir sus problemas o experiencias con nosotros. Ya no tenemos que preocuparnos tanto por llevarles a actividades divertidas que más o menos decidimos nosotros, pero podemos estar pendientes (desde la distancia) de que los cambios que suceden sean normales, y estar dispuestos a ayudar sin juzgar.

Tengo dos buenas noticias: los niños continúan aceptando la guía de sus padres incluso durante la adolescencia (aunque no lo demuestren). Y por otra parte, es saludable que inicien esa ‘separación’ progresiva de la familia, que piensen por sí solos y que se enfrenten a sus padres (siempre que se mantenga la comunicación y las normas familiares), eso significa que están dotándose de herramientas muy válidas para desenvolverse de forma autónoma en este mundo.

Actitudes de los padres que ayudan

Los niños primero son bebés, pasan por su primera infancia, se encaminan hacia la adolescencia, y después se acercan a la edad adulta. Cuando se es padre se vive de otro modo, pero aún así, ayuda utilizar nuestra memoria, porque al recordar nuestros sentimientos, nuestras vivencias y nuestra percepción del mundo cuando teníamos la edad de nuestros hijos, nos resulta más fácil entenderles.

‘¡Escucha a tus hijos!’, es muy importante que lo hagamos, ¡siempre!, los padres tenemos tendencia a hablar, a querer que nos tengan en cuenta, a dar consejos… Pero si no les escuchamos no nos hablaran, y esto no nos conviene cuando nuestros hijos son pre adolescentes, en estas edades ya no son tan espontáneos en sus conversaciones con nosotros, si además nos despreocupamos por sus intereses y necesidades, si no les dejamos acabar frases, si les reprendemos sin motivos, digamos que estamos complicando la relación con el único pretexto de imponer de forma encubierta nuestro criterio.

Los niños nos aceptan mejor si no juzgamos, debemos esforzarnos por conseguirlo, otra cosa es que demos nuestra opinión o expresemos nuestros valores… pero no siempre que nos cuentan problemas con los amigos o dificultades en el colegio quieren que intervengamos. Y si lo debemos hacer porque han surgido conflictos, hagámoslo desde el sentido común, el respeto y la buena educación.

Evitemos las discusiones sin un final claro: si hay un límite que no se puede traspasar y nuestro hijo insiste, no es necesario que nos enzarcemos ilimitadamente, simplemente podemos ser tajantes (con esto no les vamos a hacer daño).

Ahora (incluso más que cuando son pequeños) es importante conocer a amigos y a padres de amigos. No vale eso de ‘mi hijo va al Instituto y yo ya me fío de él, no necesito saber con quién va’… La afirmación podría ser válida con reservas a partir de los 17 años, no antes. Es verdad que si les damos confianza y respetamos sus ritmos, ellos nos devuelven responsabilidad, pero ‘de ahí a no preocuparnos’…

Sé por experiencia que es un cambio muy grande para nosotros (para ellos también, por eso es tan importante que les acompañemos desde el entendimiento). Cuesta dejar que se preparen para volar solos, pero aún cuesta más que nos digan, ‘mamá, no quiero que te pongas triste, pero prefiero pasar la tarde con mis amigos, no necesito que me invites a un helado hoy, gracias de todas formas’.

Esta frase es de mi hijo, tiene sólo nueve años, pero no es un bebé, aún así puedo negociar con él para seguir realizando actividades familiares con cierta frecuencia, y por supuesto aún no tiene edad (le queda lejos) para decidir horarios. Nuestro trabajo en los años anteriores dará sus frutos, ahora nos tenemos que preparar para adaptar nuestro papel como padres.

Quiero recordaros antes de acabar que aún nos necesitan, y que aún debemos estar dispuestos a guiarles (o educarles, si queréis), temas como las drogas (u otras conductas arriesgadas), y la sexualidad, aún deben estar en nuestras conversaciones.

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