Conozco la filosofía clásica muy parcialmente - la moderna aún menos -, aunque recuerdo perfectamente que en el Instituto la adoraba; con los años llegó a mi vida el que hoy es mi marido, quien con mucho esfuerzo logró acabar Sociología y Ciencias Políticas tras el acceso para mayores de 25 años. Siempre decía que hubiera preferido estudiar Filosofía, pero dudaba de que le hubiera servido; gracias a él, el Pensamiento Clásico se ha mantenido ligado a mi vida de alguna manera.
Por lo que sé, y lo que puedo observar (que de eso si que se un rato), sería más que necesario que los conceptos filosóficos y su aplicación se mantuvieran vivos, especialmente en la Educación. Y esto me hace recordar a J. Delors cuando enunció que los pilares del sistema educativo en el siglo XIX, deberían incluir el “Aprender a Ser”
Y dicho esto, no puedo estar más de acuerdo con los profesores que abogan por integrar el llamado “Método Socrático” en sus clases, puesto que saben (y les doy la razón al 100%) que una mente joven no es un cajón en el que introducir supuestas verdades. Y es que ¿sabéis?, la escuela socrática potenciaba - y mucho - los diálogos de los alumnos con los profesores, siendo los elementos básicos la pregunta, la respuesta, el debate y la conclusión.
¡Uy que cosas más raras nos cuenta esta chica a estas horas de un viernes! (pensaréis quizás), pero os lo digo porque esta semana, se ha publicado una entrevista a Ana Orantos, doctora en Ciencias de la Comunicación y experta en Inteligencia emocional. Quien está convencida de que (refiriéndose al método comentado) “no hay que decirle a un hijo lo que tiene que hacer sino que hay que preguntarle ¿qué es lo que él cree que tiene que hacer?. Es decir, depositar la responsabilidad en él”.
Habla de hijos adolescentes, y esto tiene mucha lógica si pensamos que son personas que son capaces de aprender en base a su experiencia. La doctora Orantos nos cuenta que la personalidad básica está fraguada a los ocho años. Después los niños (ya en la pre adolescencia) se deben situar socialmente.
En la entrevista (publicada en La Provincia), que podéis leer en su totalidad desde el link abajo, nos habla Ana de como deben ser la preguntas que formulamos (honestas y profundas, para que se responsabilicen); para ello es obligado implicarse en la vida de los hijos.
Esta orientación rechaza las órdenes, y da paso a la posibilidad de que los menores se expresen. Se indica también que las normas se deben poner entre todos, y que debe existir confianza mutua. Parece claro que si no se cuenta con los hijos se forman niños dependientes que necesita saber que hacer pero después no cumple órdenes.
He de confesar que es más difícil, y más duro, relacionarnos en base a preguntarles, que intentar resolver todas sus dudas, ordenarles, y evitarles frustraciones. Vivimos con demasiadas prisas, pero es algo sobre lo que podemos pensar, y que podemos incorporar en nuestras relaciones cotidianas con nuestros hijos, y con otros niños.
Es verdad, como ha dicho Marcos antes, que la adolescencia es una etapa más del crecimiento, que podremos seguir - ahora si que ya desde la distancia -, y que es preciosa para sus protagonistas. Particularmente no tengo previsiones de como la viviré: mi hijo tiene mucha autonomía y libertad, pero solo son 11 recién cumplidos, y aún está en la etapa de experimentar mediante el juego; la niña aún es más pequeña.
Lo que si que sé es que debo continuar mejorando como madre, porque de lo que uno piensa que será cuando nace el primer hijo, a como es la realidad, va un trecho. Pero estoy también de acuerdo con Ana Orantos, cuando dice que los padres pueden seguir aprendiendo, en lugar de lamentarse por los errores.
Imagen | Carissa Rogers
Vía | La Provincia
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