En los últimos años se está oyendo hablar del llamado ‘Síndrome del Emperador’, que viene a ser cuando un hijo (ya adolescente) se convierte en maltratador de sus padres. Estamos ante un fenómeno creciente que debe preocuparnos en su justa medida, aunque también es cierto que es necesario analizar las noticias que se presentan para evitar el alarmismo social.
Y es que muchas veces se pretende situar el comportamiento de los peques durante la primera infancia como causa del ‘niño tirano’ (otra de las denominaciones que encontraremos). Se alega a la falta de límites de los padres y se señalan las rabietas como comportamientos destructivos que pretenden dominar a los progenitores y pueden convertir con el paso del tiempo al menor en un maltratador. Con este argumento, no son pocas las voces que se sitúan a favor del maltrato físico a los niños (‘esto no hubiera pasado en nuestra época’, ‘¡qué bien hace un cachete a tiempo!’). Creo que aún no nos hemos dado cuenta que es posible educar a personas responsables, sin necesidad de recurrir a los azotes.
Está claro que la ausencia de autoridad por parte de los padres, la laxitud en las normas de convivencia, y la permisividad (como actitud que permite a los niños conseguir todo lo que se les antoje), no favorecen un desarrollo saludable de los menores, y además a largo plazo ponen en peligro la estabilidad familiar.
Pero me gustaría dejar claro que es posible combinar una educación afectuosa y empática con el establecimiento de normas (o límites) claras. Eso sí, teniendo en cuenta que nunca las reglas deben interferir en el desarrollo saludable de las actividades propias de la infancia, es decir: estarán enfocadas a evitar comportamientos dañinos para el entorno y para uno mismo.
Por ejemplo, evidentemente se debe educar para evitar que un niño muestre comportamientos crueles hacia sus hermanos, pero no es saludable prohibirle que se ensucie en el parque, que salga solo con sus amigos cuando tiene 11 años, ni tampoco que tenga sus propias ideas respecto a cómo quiere ocupar su tiempo libre, o cómo organizarse los deberes (a no ser que se tengan motivos de peso)
Por otra parte (y volviendo al tema de las rabietas, que muchos quieren convertir en enfermedades mentales) es saludable ayudar a los niños a expresar su malestar de otras maneras – y dependiendo de la edad esto será más o menos importante -, pero no lo es castigarle por chillar o patalear.
Que no me digan a mí diciendo que un padre o madre adultos se sienten dominados por ver a un niño de dos, cuatro, seis u ocho años muy enfadados; somos lo suficientemente mayores para encajar ese comportamiento sin ceder a ‘caprichos’, y ofreciendo a cambio comprensión y herramientas para que nuestro hijo no se sienta tan mal debido al motivo que ha originado el episodio
¿Cuáles son las causas del Síndrome del Emperador?
Hay algunos expertos que señalan el abandono de las funciones familiares, la sobreprotección, la ausencia de autoridad y la falta de afectividad por parte de los padres, como factores que pueden desencadenar el aumento de casos del síndrome del emperador entre los niños y adolescentes.
Debemos añadir la permisividad que en más de una ocasión, pretende suplir a una relación familiar cercana y cálida
Otros profesionales como Vicente Garrido Genovés (psicólogo criminalista y profesor de la Universidad de Valencia), creen que además de los factores sociales existen otras causas.
Se señala la biología como responsable de la dificultad para desarrollar emociones morales y conciencia, y la sociología, cuando se desprestigia el sentimiento de culpa y se alienta el hedonismo y el conseguir las cosas sin esfuerzo.
En opinión de Garrido una conciencia sólida es la mejor guía para el comportamiento de los niños. Pero para que esta se desarrolle se necesita más compromiso no sólo por parte de la familia (llegados a este punto habremos entendido que no es la única ‘culpable’) como por la sociedad en su conjunto.
La desaparición de las comunidades naturales y el alejamiento de la familia extensa, deja muchas veces al padre y la madre solos - y en no pocas ocasiones únicamente a uno de ellos - frente a la educación de los niños (y esto es frustrante); y la utilización de medios audiovisuales como apoyo, traslada una visión hedonista de la vida a los más pequeños. Así, ellos perciben que los deseos se consiguen sin esfuerzo, que los protagonistas de sus series no tienen padres que les guíen, y que se valora a las personas en función de sus ‘posesiones’ (el consumismo en su faceta más despiadada ataca a los niños).
¿Cómo son los ‘niños tiranos’?
Advierto de que mi intención está lejos de ofrecer caracterizaciones precisas, esto es muy peligroso porque podemos interpretar que un pequeño de nueve años impulsivo, que además desafía y miente a sus padres, se puede convertir en un candidato a sufrir ‘síndrome del Emperador’. Y quizás sólo sea la combinación de una personalidad excesivamente demandante (de afectos), con la autonomía de pensamiento creciente que marca la pre adolescencia.
Creo que los comportamientos preocupantes de los niños los debemos situar en su contexto: si no los entendemos, y mucho más aún, si la familia está sufriendo, es cuando podemos empezar a buscar soluciones (que quizás deban ser externas).
En general se habla de niños que no pueden hacer distinciones éticas, que no se vinculan con sus padres, que no corrigen errores, que son egocéntricos, que no muestran empatía, y que son crueles con los demás
Creo las características que he señalado son relativas, porque una chica de 12 años ya no tiene por qué estar muy vinculada a sus padres, y ‘corregir los errores’ nos cuesta incluso a los adultos. Pero no caigamos en la trampa de pensar que ‘las cosas se arreglan solas’ si vemos que nuestro hijo crece y no desarrolla la conciencia moral, debemos intervenir.
¿Qué podemos hacer al respecto los padres?
Educar conscientemente y dedicar tiempo a los niños. Pero también educarles en las emociones propias o ajenas, y estar pendientes de satisfacer sus necesidades más básicas (no cuenta creer que estamos obligados a comprarles 10 paquetes de cromos de Invizimals a la semana). Ante todo recordaremos que las demostraciones de afecto deben formar parte de la familia, ¿los padres no amamos incondicionalmente a los niños?, demostrémoslo para colaborar así en el desarrollo de la autoestima, eso sí: no confundamos amor con regalos materiales.
Evitemos que la violencia física o psicológica o social se convierta en una conducta habitual en casa. ¿Cómo se os ha quedado el cuerpo cuando veis que vuestro hijo mediano amenaza al pequeño de forma parecida a cómo os ha visto hacer, o chantajea al grande recordándoos vuestra última estrategia para controlarle?
Debemos asumir que somos humanos y reconocer nuestros errores para corregirlos. Y seremos igual de perspicaces al observar comportamientos inadecuados en nuestros hijos
Es muy importante hablar sobre las consecuencias de las acciones, y explicarles qué es la moralidad, también lo que la sociedad espera de los ciudadanos que conviven juntos. También lo es mostrarles la importancia del esfuerzo y la perseverancia a fin de lograr las metas deseadas.
Repito que en la familia deben existir normas claras (más vale pocas y coherentes que se puedan cumplir, que una lista de 100 exigencias imposibles de abordar, que además no sirven para educar a los pequeños). Y aunque no me gusta habla de castigos (tampoco de premios), nuestros hijos deben poder enfrentarse a las consecuencias de sus actos.
He conocido el caso de una familia con un hijo de 10 años al que se le había prometido una pequeña paga por realizar autónomamente tareas domésticas en casa, pero la percepción del dinero también estaba condicionada al mantenimiento de un comportamiento aceptable. Después de una semana difícil en la que el niño manifestó su descontento con sus padres insultándoles e intentando pegar a sus hermanos, se había decidido minorar la cantidad acordada, y los padres habían ofrecido ayuda para cambiar la conducta, permitiendo a la vez que el niño exprese su malestar de forma más constructiva
Nuestros hijos deben saber exactamente qué esperamos de ellos, y tienen derecho recibir de nuestra parte educación en valores, y a corregir sus errores (como nos ha señalado hace unas horas Marcos). Por supuesto que nosotros tenemos derecho a corregirles, y obligación de encontrar un equilibrio que satisfaga a todos y ayude a crecer saludablemente a los niños.
Actualización : he querido insertar una actualización porque no siempre la solución está nuestras manos, y a veces la situación requiere la intervención de un terapeuta. Hace unos años durante un curso de formación que recibí, el ponente comentó que si los padres somos capaces de gastar dinero en objetos materiales prescindibles, también deberíamos estar dispuestos a pagar la consulta de un psicólogo familiar cuando las cosas se nos van de las manos; no vaya a ser que valoremos más las apariencias externas que el bienestar de los nuestros. Y yo añadiría que de la misma forma que llamamos a puertas para encontrar el dentista que mejor atenderá a nuestros niños, también lo debemos hacer a fin de localizar un terapeuta que 'esté de parte de todos' y no vea al niño como causa de todos los males: se trata de mejorar las dinámicas familiares, no de poner el punto de mira en un comportamiento individual.
Imágenes | _Ju!cE_, Niklas Hellerstedt En Peques y Más | Es un grave problema que los niños y los adolescentes maltraten a sus padres