La natación es el deporte más completo y el único que se puede practicar desde las primeras semanas de vida. Cuánto antes conozca el bebé la sensación de nadar, su cuerpo y su mente se verán favorecidos.
Al igual que cada niño tiene su propio ritmo para empezar a comer, gatear o caminar, para aprender a nadar tampoco hay plazos. El proceso de aprender es tan o más importante que el fin en sí mismo. No es la meta que el niño salga nadando como un delfín, sino que aprenda a relajarse y divertirse, y que se sienta seguro dentro del agua.
Al principio, el bebé simplemente disfrutará de las nuevas sensaciones que le provoca el agua. Sentirá la ingravidez y aprenderá a flotar. Será más adelante, cuando empiece a sumergirse y aprenda las técnicas básicas de la natación. Pero es recién a los tres años de edad cuando tiene la coordinación muscular para desplazarse solo de un lado a otro.
Son muchos los beneficios de la natación para los niños. Además de fortalecer el sistema cardiovascular y colaborar en el desarrollo de los músculos y los huesos, ayuda a mejorar la coordinación y el equilibrio. En lo psicológico, descubren la maravillosa sensación de independencia y seguridad.
Lo que sí es seguro es que los bebés menores de un año se adaptan al medio acuático más fácilmente que los mayores, y esto evita que le tengan miedo al agua en el futuro.
La temperatura del agua de la piscina debe estar alrededor de los 32 grados. El entorno tiene que ser atractivo, con juguetes, colchonetas, pelotas, música y un ambiente que los motive. Es muy importante que el bebé se sienta cómodo y confiado en el agua. La madre (o quien vaya con el bebé a las clases) juega un papel fundamental siendo el “apoyo” al que el niño recurrirá cuando se sienta inseguro. Por eso, tendrás que tener mucha paciencia y predisposición para pasar ambos un momento agradable.
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