La primera tutoría de tu hijo

La primera vez que oí la palabra "tutoría" ya llevaba la pesada carga de los libros de la facultad en mi mochila. Y es que antes no existían estas cosas, tus padres no iban a la tutoría con el profesor, no. Tus padres iban a "hablar" con el profesor, o en mi caso, iban a ver qué era la que había liado en clase. En los años de la EGB sólo se llamaba a consultas cuando pasaba algo, generalmente lo suficientemente gordo como para sacar a tu padre del trabajo y que tu estómago se encogiera tanto que no te entraba ni una chuche.

Y ahora tú eres el padre o madre de la criatura y apenas a llegado al colegio te han marcado en rojo, o rosa, dependiendo de de lo ñoño que sea el sitio, la primera tutoría de tu hijo. Y lo primero que se re pasa por la cabeza es ¡pero si acabamos e empezar, es imposible que ya la haya liado tan pronto! Es que hay cosas que nunca se olvidan.

Permitirme que os lo cuente desde mi punto de vista, el de hombre y en este caso también... padre.

¿Tutoría, cómo que "una tutoría"?

Tu esperas que te llegue una nota con algo sencillo, como que la semana siguiente se celebra el día de Marco Polo y tu hijo tiene que ir vestido de espagueti con tomate, fácil, no le pones el babero en la cena y al día siguiente le puedes llevar que parece la fuente entera de espagueti con boloñesa. O que se celebre la fiesta del otoño, de los libros, del color rojo, de las ecuaciones diferenciales de cuarto grado, lo que sea, pero ¿una tutoría? Una tutoría jamás. De hecho, lo vas a leer y releer unas cuantas veces. Tu-to-ri-a, tuto-ría, tutori, tu-tu-tu-tu que es más o menos lo que hace tu cerebro en esos momentos.

¿Pero qué ha podido hacer un bebé de menos de tres años?

Recordemos: tutoría = la hemos liado.

Piensas, ¿pero qué habrá hecho? ¿Le habrá babeado el portátil a la profesora? ¿Se habrán cansado de recoger comida del techo? ¿Pegará a otros niños? Vamos, que estás hecho un mar de dudas. Como no consigues adivinar cuál será el motivo de la tutoría pasas a la siguiente pregunta...

¿Pero quién puede asistir a una tutoría a las once y cuarto de la mañana?

Yo entiendo que haya padres que puedan asistir a ese horario y que está claro que tampoco van a estar ahí hasta las nueve de la noche que es cuando tu llegas a casa. Pero es que uno se tiene que pedir medio día para poder asistir.
- Bueno, puede venir uno solo.
- De eso nada, yo quiero estar y desde luego mi pareja no va a decir que no. ¿Pero no podría ser a primera hora y al menos nos ahorramos un par de desplazamientos y hora y media de atasco?

También podrían hacerla por videoconferencia, de hecho, como esto de la conciliación siga avanzando a la velocidad que lo hace es muy probable que los futuros hijos vean a sus padres vía ipad.

¿Y qué me pongo?

Se que parece un somera estupidez, pero son cosas que se te pasan por la cabeza. Salvando las distancias es como una primera cita, o quizás se asemeje más a una primera entrevista de trabajo porque a uno se le ocurren preguntas como ¿le gustaré? ¿Creerá que valgo para el puesto? ¿Cómo actúo, en plan familiar, de padre moderno, clásico, recto, de colega? ¡Por el amor de Dios, si es sólo una tutoría!

Pero es que es algo muy serio, que no es lo mismo que uno trabaje en una oficina o que haya tenido tiempo para ir a casa a ponerse algo diferente al uniforme de campaña. Supongamos que uno es militar y va a la tutoría de sus hijos de uniforme. Si esto fuera Estados Unidos probablemente la gente te felicitaría, o te daría las gracias, te preguntaría qué tal por Irak y esas cosas que vemos en los telediarios y en los vídeos de youTube, pero en este país vez a un militar entrar por la puerta y todos nos ponemos en guardia.

¿Y si fueras carnicero y se te olvida quitarte el delantal? Madre mía, tendríamos a los peques con pesadillas toda la semana (o quien sabe, a lo mejor te confunden con Dexter y te piden un autógrafo, que hoy en día uno ya no sabe a que atenerse).

Y si ya sucede cuando llegas al colegio y pasas de ser Fulano Gonzalez o María de las Mercedes por el padre o la madre de fulanito, como vayas a una tutoría y tu ropa sea la que llame la atención, tanto tú como tu hijo vais a perder vuestras identidades y así tu hijo pasará a ser el hijo del militar, de la azafata y vosotros seréis conocidos por vuestro oficio. Así que si uno prefiere que le conozcan por qué es en ved de quien y no tiene un curro muy de llamar la atención, algo así como el mío, siempre puede pedir prestado un uniforme, eso si, sin pasarse que vuestro hijo va a tener que vivir con que tiene un padre que es astronauta con eso el resto de su vida.

El ridículo de las sillas

Si alguna vez habéis estado en una tutoría sabréis de que voy a hablar. Esas sillas tamaño XXS hechas de plástico de color chillón y que no levantan más de 25 centímetros del suelo. Vamos a ver, ¿me está diciendo que no tienen tres sillas normales para estos casos? Aunque sean de esas de cine de verano.

Yo tengo muy claro que al igual que en mis tiempos los profesores siempre estaban sobre una tarima elevada, ahora te hacen sentarte en esas sillas para que sigan manteniendo esa posición de superioridad. Que si, que ellas también se sientan en esas sillas al igual que nosotros, pero aquí discrepo, al menos en dos puntos: Punto uno: ellas se llevan sentando en esas sillas toda la vida, saben cuál es la postura más cómoda, la que no te hace parecer un hipopótamo en medio de club social y sobre todo cómo doblar las piernas para no quedarte sin circulación en ellas y segundo: esas sillas están hechas para que se siente un niño de unos 15 ó 20 kilos máximo que mide entorno al metro de altura. Yo peso 90 kilos y mido uno setenta, no hay una sola forma decente y que no te haga sentir el mayor de los ridículos tanto al sentarte como al levantarte y estar todo el rato pensando que cuando menos te lo esperes la silla y tu vais a terminar rodando por el suelo. ¿Cómo puede alguien defenderse en esa postura?

Yo a la próxima me llevo las sillas del camping.

La "charla"

Bueno, una vez que uno ha encontrado una postura que te permite mantener una conversación a tres bandas entre adultos, sentados en sillas de juguete, entorno a una mesa sacada del decorado de los Looney Tunes, lo más importante es mantener la mente alejada de esa imagen aérea de vosotros y que sabes que te hará empezar a reír sin que puedas parar al menos en los siguientes 20 minutos.

Así que evitemos pensar en la situación y centrémonos en lo verdaderamente importante, que es nuestro hijo y su evaluación. Y claro, ¿qué evaluación puede tener un niño de dos años o incluso más pequeño? Pues la que le corresponde a esa edad. Que si el niño es obediente, si se relaciona bien con el resto de niños, que si la psicomotricidad gruesa, o fina, según caiga la época en la que vayamos y demás conceptos extraños como sociabilización, resiliencia, etc. Todo un poco como resumen, para ir profundizando más adelante, en teoría claro, porque basta que te hagan la primera pregunta sobre tu hijo para que veas la puerta abierta y como buen padre primerizo empieces a hablar de él y media hora más tarde sigáis contando la vida y milagros, desde que nació, de vuestro pequeño.

Así que llega la hora de irse y la tutora de vuestro hijo no ha tenido apenas tiempo para decir esta boca es mía. Pero no os preocupéis porque en unos meses vendrán más y esta vez ya no habrá tantos nervios.

Foto | Thinkstock
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