Los parques no son guarderías

Estamos en una sociedad consumista en la que el factor empresarial arrastra en muchos casos los hábitos culturales. En plenas rebajas de julio, las empresas (centros comerciales, tiendas de ropa, espacios de comida rápida, superficies especializadas en venta de material deportivo o de bricolage…) facilitan a los posibles clientes que compren con mayor comodidad aportando ludotecas y parques infantiles.

De las ludotecas podemos hablar en otra ocasión pero, concretamente con los parques, creo que hay que establecer unas pautas claras de sus limitaciones, que son muchas. No hay que llevarse una impresión superficial de su seguridad: por muy acolchados que estén todos los elementos contundentes que lo componen, sólo se necesitan dos cabezas (las de dos niños, claro) para generar un accidente serio. Debemos ser conscientes de que los parques no son guarderías.

En los parques hay dos circunstancias a tener en cuenta y que hace necesaria nuestra presencia continua y nuestra atención: no hay personal especializado que supervise el comportamiento de los niños y los chicos que participan son de muy variada actitud y condición. Estas circunstancias hacen de estos espacios de recreo lugares en los que la seguridad no está garantizada y somos los padres el único recurso para anticipar y evitar los accidentes.

Otro factor que agrava esta situación es que no siempre hay padres responsables que se hagan cargo de sus hijos. Con frases del tipo: “Ahora papá va a mirar un escaparate, quédate aquí que ahora vuelvo”, ventilan la situación en un minuto, sin darse cuenta de que un niño de entre 3 y seis años (la franja en la que se solemos empezar a dar mayor autonomía a los niños), todavía tienen una capacidad de autocontrol muy limitada.

El parque es un entorno de libertad motriz. Los niños experimentan con su cuerpo, saltan, corren, trepan… Pero toda esta actividad motora genera imágenes simbólicas a nivel intelectual, lo que secundariamente activa emocionalmente (excita y pone nerviosos) a los chicos. En este contexto, si hay una supervisión respetuosa pero disponible, se facilita la adquisición del autocontrol: puedo correr pero no atropellar, puedo saltar pero no pisar, puedo trepar pero no sobre mis compañeros… El problema es que sin esa supervisión, la libertad motriz se transforma en actitud caótica, lo que puede desencadenar conflictos con otros niños y accidentes.

Imagen | Flickr (Deanna Design)
En Bebés y más | ¿Cómo actuar en los parques?

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