Hace mucho que la comida no es solo lo que metemos en nuestra boca con la finalidad de nutrirnos, sino también de disfrutar, saborear y en cierto modo pasar un buen rato dándole vidilla al paladar y al estómago. Este uso de la alimentación para nuestro propio disfrute nos lleva, a muchos padres, a utilizarla en ocasiones con nuestros hijos, cayendo en el error de hacer uso de ella como premio, y más si hablamos de la comida menos saludable.
Y es que a menudo, cuando se habla de comida basura, de alimentos muy procesados o ricos en azúcares, los adultos dicen algo así como "No, no, esto yo a mi hijo no se lo doy. Solo como premio de vez en cuando", sin darse cuenta de que están jugando con fuego.
Nunca castigar con la comida
Antes de hablar de la comida como premio vamos a comentar otro error bastante común, que es llevar a cabo un castigo, también con comida de por medio. No hablo del que parece más evidente y que yo creo que nadie hace: "Pues como te has portado mal, hoy hacemos verdura". No hablo de ello porque solo leer la frase ya vemos todos claramente que es un sinsentido. ¿Cómo vas a castigar a alguien dándole de comer algo que no le gusta, y que es saludable? No solo no va a querer volver a probarlo jamás, sino que además lo de que "es sano" empezará a sonarle hasta mal.
Es más, lo de "Pues como no te lo has comido te lo vuelvo a sacar para merendar, y para cenar, y para desayunar", es otro grave error que no solo no ayuda a instaurar buenos hábitos, sino que provoca fobias, rechazos y manías con ciertos alimentos, al convertir el momento de comer en un rato de sufrimiento, de pulso y confrontación, y de obligación.
Cuando hablo de castigos me refiero, sobre todo, a la retirada de ciertos alimentos poco saludables como castigo por algún comportamiento que consideramos inadecuado: "Pues esta noche te has quedado sin postre", "Pues ya no te compro caramelos", "Pues todos comeremos pastel menos tú", "Íbamos a ir al burguer, pero ya no vamos". Al lanzar estos mensajes estamos creando una asociación positiva hacia esos alimentos que deberían consumirse muy de vez en cuando; bueno, mejor dicho, lo ideal sería que no los comiéramos nunca, pero no vivimos en un mundo ideal y de vez en cuando "pecamos".
Lo que quiero decir es que al decirles estas cosas, les estamos informando de que los postres, caramelos, pasteles, bollería y comida rápida son cosas buenas que pueden merecer o desmerecer, según sea su comportamiento. Si son buenos niños, podrán comerlos. Si no son buenos, si nos defraudan, entonces no.
Lo mismo sucede si los damos como premio
Es exactamente lo mismo que pasa cuando los ofrecemos como recompensa: "Si te portas bien te compro caramelos", "Como has sacado buena nota nos vamos al burguer", "Como me has hecho caso podrás comerte el postre", "Como te lo has acabado todo, tienes un trozo de pastel más grande".
Para empezar, la educación con premios y castigos es perversa, porque centra la atención de los actos de los niños en la posibilidad de recibir un premio, o en la posibilidad de recibir un castigo. Ambas cosas son motivaciones externas que añadimos los adultos, que nos convertimos en jueces y ejecutores de las penas o en quienes entregan el premio. Así, los niños tienden a buscar el modo de complacernos para que los premiemos, y de evitar los comportamientos que consideramos negativos para que no los castiguemos.
¿Qué pasa el día en que ya no les premiamos? Pues que pueden perder el interés en seguir haciendo lo que antes hacían para conseguir algo. ¿Y qué pasa el día en que no estamos delante para ejercer como jueces? Pues que tendrán la libertad de hacer lo que les plazca, porque "como mi padre no me ve, no puede castigarme".
Pues bien, con la comida pasa lo mismo, con un agravante, la comida que apenas deberían consumir por insana se convierte en algo positivo, un premio, un hito a alcanzar, una meta a disfrutar, y se ensalza, a sus ojos, como un alimento relativamente "mágico": "Como apenas lo puedo tener, más ansío conseguirlo". Vamos, que si en su lucha por conseguir su premio le preguntas a un niño qué es lo que más quiere en el mundo, lo mismo te dice que es poder comerse todos los caramelos que existen, o vivir en una ciudad hecha de chocolate, o comer pasteles hasta reventar. Y no será tanto por el sabor, que también, sino porque habrá aprendido de nosotros que es algo que cuesta alcanzar, y que es algo que comemos porque somos buenos y merecedores de ello.
Hasta que no te comas las lentejas no te comes el postre
Y luego está el premio y castigo en una misma frase. Cuando consideras que debe comer más del primer o segundo plato, y que hasta que no lo acabe no puede pasar al alimento menos saludable. ¿Por qué hacemos eso? Pues precisamente porque sabemos que el postre es menos sano, y nos preocupa que coma poco de lo primero, para llenarse de lo segundo.
Con esto lo que conseguimos es exactamente lo mismo: que no le vea la gracia a las lentejas, la verdura o lo que sea que esté comiendo, y que centre la atención en ese postre que le espera. ¿O acaso alguien lo dice al revés?: como no te comas todo el postre, esta noche no te doy el puré de calabacín. No... nadie insiste para que los niños se coman lo que no deberían comer, pero sí les insistimos con lo saludable y dejamos libertad para comer lo poco saludable. Tiene lógica, pero es peligroso.
Ahora bien, ¿qué pasaría si ese postre fuera una fruta? ¿Alguien le dice a un niño que se acabe lo del plato antes que comérsela? Normalmente no. De hecho, muchos niños (y mucha gente) comen el postre antes de comer. Yo lo hago a menudo: una fruta antes de seguir con la comida. ¿Verdad que no pensaríamos igual si primero se metieran un trozo de pastel o unas galletas?
¿Y entonces?
Pues igual que cuando los educamos intentamos que no dependan de premios y castigos, ayudándoles a interiorizar las normas y los valores de la sociedad para que ellos sean sus propios jueces (que sean ellos los que decidan cómo actuar en cada momento, según su escala de valores, y no para ser premiados o evitar ser castigados), con la comida tenemos que hacer algo parecido.
Enseñarles cuál es la comida saludable y cuál es la no saludable, y ser consecuentes con lo que queremos que aprendan, a la hora de hacer la compra y a la hora de alimentarnos en casa. Si queremos que nuestros hijos coman sano, tenemos que comprar sano y comer sano. Siendo así, si no tienes bollería industrial, procesados, dulces y todo lo no queremos que coman, está claro que no podrán comerlo. Y no hablo de esconderlo... tampoco hace falta. Basta con no comprarlo y, si preguntan, explicarles por qué no se compra.
¿Y si en casa sí hay de esos alimentos? ¿O si de vez en cuando compramos? Pues hacerlo dejando claro que no es un premio, y que simplemente lo habéis comprado sin razón aparente, o porque sí, porque ese día apetece y punto, pero teniendo todos claro que es algo puntual.
A mí de vez en cuando me apetece comerme un helado. Pues me lo como sin sentir que me estoy premiando por algo ni nada por el estilo. Luego igual pasan semanas o meses hasta que pruebo otro. Pues con los niños lo mismo. De vez en cuando, si se quiere, o si coincide que han ido a comer a casa de alguien que lo ofrece, se les da de comer explicándoles que es una excepción, y que no es saludable. Que por comerlo un día de vez en cuando no pasa nada, pero que si lo hiciéramos a menudo podría afectar a nuestra salud.
Si además de esto les enseñamos a ser críticos con el etiquetado, con la publicidad engañosa y con las técnicas de marketing, cuáles son los mejores alimentos, cuáles los peores, qué daño pueden hacernos y cuáles son los intereses económicos que hay detrás de cada creación comestible, aprenderán una verdad que les servirá el resto de la vida: la comida de verdad no necesita fabricarse ni anunciarse en la tele.
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