En la sociedad tan ocupada en la que vivimos es frecuente que difícilmente coincidan los horarios de padres e hijos en casa. Sin embargo, es algo que debemos procurar, pues compartir la mesa en familia es mucho más importante de lo que creemos.
Debemos comenzar a poner en práctica este hábito desde que nuestros hijos son bebés. Y es que en el momento en que inician la alimentación complementaria (especialmente si hemos optado por el BLW o en caso contrario, en el momento en que dejan los purés), los niños ya pueden empezar a beneficiarse de los muchos aspectos positivos que tiene sentarse a la mesa con el resto de la familia.
Imita a los adultos y aprende
Sentarse a la mesa con mamá y papá se convierte en un momento de experimentación y aprendizaje en familia. Imitándonos, el bebé no solo aprende a comer por sí solo, sino que desarrolla determinadas destrezas y aprende nuevas habilidades.
Poco a poco, y a base de observar, compartir mesa e imitar, el bebé también irá aprendiendo modales en la mesa y desarrollando hábitos saludables que le acompañarán toda la vida.
Beneficia el desarrollo de su motricidad y coordinación
Agarrar los alimentos con sus manos, aplastarlos, manipularlos y llevárselos a la boca es un excelente ejercicio de motricidad fina y coordinación. A medida que el bebé vaya creciendo, sus movimientos se volverán más controlados y precisos, y estará preparado para iniciarse en el manejo de los cubiertos.
Favorece su autonomía
Comer solo conlleva para el bebé un proceso de aprendizaje que requiere de tiempo, paciencia y respeto a sus necesidades. Aunque es probable que al principio nos parezca un proceso lento y un tanto engorroso, lo cierto es que una oportunidad fantástica de comenzar a desarrollar su autonomía.
Los padres podemos ayudar a nuestros hijos en el desarrollo de su autonomía en la mesa favoreciendo espacios cómodos y seguros en los que el bebé pueda desenvolverse, así como proporcionándole artículos (vajillas, vasos, cubiertos...) que le resulte fácil manejar. A medida que el bebé vaya creciendo, también lo harán sus responsabilidades en la mesa (retirar su plato cuando haya terminado, ayudar a poner la mesa, servir agua al resto de comensales, cortar el pan...) y, por consiguiente, su autonomía.
El bebé come mejor
Al comer los alimentos con sus manitas imitando a los adultos, el bebé aprende a reconocer sabores, olores, colores y texturas, favoreciendo aspectos como la masticación y la manipulación de la comida en la boca.
Esta relación positiva con la comida que se establece desde el inicio va a repercutir en su alimentación, pues el bebé se sentirá más predispuesto a comer lo mismo que el resto de la familia y a probar nuevos sabores.
Es un hábito muy saludable
Compartir mesa con la familia desde el principio, ayuda al bebé a interiorizar poco a poco una serie de hábitos fundamentales para su desarrollo y su salud.
Incorporar al bebé a la mesa va a favorecer el aprendizaje temprano de pautas de alimentación y hábitos nutricionales correctos; evidentemente, siempre que nosotros los tengamos.
En definitiva, el ejemplo de los padres y la educación nutricional que se realiza en la mesa juega un papel muy importante a la hora de educar a nuestros hijos y crear un ambiente positivo.
Es un momento de conexión
Por último, pero no por ello menos importante, compartir mesa en familia es uno de los mejores momentos del día para conectar los unos con los otros. Y es que en muchos hogares, los horarios laborales y la vorágine del día a día hace que sean muy pocos los momentos de los que disponemos a lo largo de la jornada para disfrutar en familia, y por eso, comer o cenar con nuestros hijos adquiere tanta importancia.
Si hacemos de este momento algo positivo (aprovechándolo para reír, compartir, charlar, conocernos mejor...) con el tiempo se acabará convirtiendo en uno los mejores recuerdos de la infancia de nuestros hijos.
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