11 errores que cometemos los padres a la hora de comunicarnos con los hijos

11 errores que cometemos los padres a la hora de comunicarnos con los hijos
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La forma que tenemos de comunicarnos con nuestros hijos influye mucho en su desarrollo psicológico. Así, los niños que reciben comentarios positivos, que son tratados con respeto y amor, y que dialogan en un ambiente abierto y de confianza desarrollarán una autoestima más fuerte y sana que aquellos que aquellos que reciben críticas, gritos o no cuentan con la atención de sus adultos de referencia.

Hoy hablamos de los enemigos de la comunicación positiva; 11 situaciones que debemos evitar a toda costa si queremos que la relación con nuestros hijos sea respetuosa.

Los gritos

gritar a los hijos

Podemos creer que gritando conseguiremos que nuestros hijos nos escuchen con más atención, pero lo cierto es que los gritos no son una buena forma de educar, pues entre las muchas consecuencias negativas que acarrean, está el bloqueo del cerebro.

Es decir, cuánto más gritemos a nuestros hijos menos conseguiremos que nos escuchen con atención.

Colocarnos a la altura de nuestros hijos, mirarles directamente a los ojos para conectar con ellos y después hablarles en un tono suave y respetuoso, propiciará su atención.

Los sermones

sermonear

A la hora de transmitir un mensaje a nuestros hijos o corregir un mal comportamiento que hayan tenido debemos ser muy claros, utilizar el menor número de palabras posibles y dar ejemplo con nuestros actos.

En este sentido, sermonear no es la mejor de lograr su atención por dos motivos, principalmente:

  • Cuando el niño es pequeño no es capaz de prestar atención durante un periodo largo de tiempo, por lo que cuanto más simplificado, claro y directo sea nuestro mensaje, más fácil será nuestra comunicación con ellos.
  • A medida que van creciendo, caer en sermones puede provocarles sentimientos negativos que se interpongan en nuestra comunicación (por ejemplo: "mis padres se creen más listos que yo", "ya están con sus sermones de siempre", "me aburren cuando se ponen así"...)

Las etiquetas y comparaciones

Los adultos etiquetamos a los niños con demasiada frecuencia, sin ser conscientes del daño emocional y para su desarrollo que esto conlleva. Cuando etiquetamos al niño estamos perjudicando seriamente su autoestima, además de provocarle sentimientos como frustración, ansiedad, apatía, rabia, desgana... Incluso aquellas etiquetas que a priori pueden parecernos "positivas", también resultan dañinas.

Algo similar sucede con las comparaciones. Cada niño es único, tiene su propio ritmo y sus propias necesidades. Por tanto, si queremos comunicarnos de forma positiva con nuestros hijos, debemos desterrar para siempre las etiquetas y las comparaciones.

Las interrupciones

Al igual que a los adultos nos nos gusta que nos interrumpan cuando hablamos, a los niños les sucede lo mismo. Sin embargo, interrumpirles cuando tienen algo que decirnos es una situación bastante normalizada, bien sea fruto de las prisas (lo que nos lleva en muchas ocasiones a acabar las frases por ellos), porque consideramos que lo que están diciéndonos no es importante o porque tendemos a monopolizar la conversación desde nuestro punto de vista adulto.

La falta de interés

educación

Es fundamental conectar emocionalmente con nuestro hijo cuando nos habla, prestando atención plena a sus palabras y mirándole directamente a los ojos. Este último punto es fundamental ya que, por lo general, no es fácil sentirse cómodo hablando con alguien que no cruza su mirada contigo mientras conversáis.

No mostrar interés en lo que el niño nos cuenta, aunque aparentemente estemos escuchándole, denota una absoluta falta de conexión.

Nuestros hijos necesitan saber que estamos ahí para escucharles, que entendemos sus preocupaciones, que valoramos y respetamos sus emociones y que pueden confiar en nosotros siempre que lo necesiten.

Las órdenes e imposiciones

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Vía (Pexels)

Nos pasamos la vida dando órdenes a los niños, pero haciéndolo no les educamos en autonomía, ni contribuimos a que adquieran habilidades y competencias para la vida.

Por eso, es más factible conseguir que el niño nos escuche si en lugar de darle órdenes pedimos su colaboración. Se trata de un ejercicio de comunicación que requerirá de esfuerzo por nuestra parte -pues estamos demasiado acostumbrados a dar órdenes y querer que sean ejecutadas de manera rápida-, pero que cambiará drásticamente nuestra forma de relacionarnos.

El lenguaje confuso

El lenguaje confuso e indirecto, la ironía, el rintintín o los dobles sentidos son elementos de la comunicación que confunden profundamente al niño, pues su lenguaje evidencia solamente aquello que realmente piensa o siente expresándolo de manera directa y honesta.

Cuando el niño ya ha consolidado ciertas habilidades intelectuales puede comenzar a entender el uso de un lenguaje no literal, pero hasta entonces, este tipo de expresiones le desconciertan e incluso podrían avergonzarle o provocarle malestar emocional.

Ciertos gestos

No solo comunicamos con las palabras, sino también con nuestros gestos. Así pues, debemos ser coherentes con lo que decimos y el mensaje que al mismo tiempo transmite nuestra comunicación no verbal.

Mucho cuidado con ese arqueo de cejas, esa forma de retorcer la boca, esa mueca o esa mirada, pues muchas veces dicen (y hieren) más que nuestras propias palabras.

Abusar del 'no'

comunicación

El "no" es una de las palabras más fuertes, poderosas y potentes que tenemos en nuestro vocabulario. Es una palabra que transmite ideas inquebrantables y que lleva aparejado un sentimiento de rechazo y coacción.

Cuando empleamos el 'no' en una conversación es como si pusiéramos un punto y final a la misma.

Decir "no" de forma tajante a veces es necesario, pero en la mayoría de las ocasiones podemos replantear la situación y buscar alternativas, así como otras formas positivas y constructivas de transmitir nuestras ideas y continuar alimentando la conversación con nuestros hijos.

Recalcar los errores

El error que comete el niño no debe ser visto como algo negativo, sino como una oportunidad de aprendizaje. Sin embargo, a menudo convertimos el error del niño en objeto de nuestra conversación, criticando,  recalcándoselo continuamente e impidiendo una conversación positiva, fluida y respetuosa.

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