Todos los niños tienen emociones, lo que no tienen "de serie" cuando son pequeños, y es por ello que han de ir aprendiendo, son las herramientas para gestionarlas. Y para ello son precisos dos ingredientes: el propio desarrollo cognitivo y emocional del niño (es decir, que se vayan desarrollando sus capacidades) y una buena dosis de aprendizaje. ¿Sabes cómo puedes ayudar a tu hijo a gestionar sus emociones?
¿Qué significa "gestionar las emociones”?
Manejar las emociones no significa evitar sentir las negativas (ira, tristeza...), eso no sería saludable. El objetivo es que nuestro peque sienta lo que tenga que sentir en cada momento pero que sea capaz de pensar sobre eso que siente, reconocerlo y que pueda modularlo de manera que le haga sentir bien (o menos mal), que no le supere y que no le impida realizar aquello que quiera realizar.
Gestionar de manera positiva las emociones es saber reconocerlas y adaptarlas en intensidad, duración e impacto a la situación en la que está el peque (o estamos nosotros, porque esto de manejar lo que sentimos es válido para niños y adultos).
Beneficios de poder regular las emociones
Según J. Gottman los niños con una buena gestión emocional prestan atención durante más tiempo (atención sostenida, se llama), tienen más capacidad de dedicación a la tarea, muestran menores niveles de estrés y son capaces de resolver conflictos con sus iguales (los amiguitos) más eficazmente.
También, por si lo anterior no fuera suficiente, parece ser que son niños que muestran menos problemas de conducta y que tienden a cuidar de los demás.
Los resultados de la puesta en práctica de un programa para mejorar el trabajo emocional en las aulas, llevado a cabo en EE.UU. indican que cuando los profesores ayudan a los niños en clase a gestionar sus emociones éstos resuelven mejor los problemas emocionales y se implican más en las tareas del aula.
Y más adelante, como adolescentes, tienen más capacidad para lidiar con el estrés, tienen mejor autoestima, son más cooperativos (los chicos) y tienen mayor capacidad de liderazgo (las chicas), de acuerdo con dos estudios relevantes, uno publicado en el British Journal of developmental Psychology y otro llevado a cabo por profesores de la Universidad de Málaga (UMA).
Lo que no debemos hacer
A veces nuestra necesidad de proteger a los peques de lo malo, de lo que les hace sufrir, les puede impedir en realidad desarrollar sus propias herramientas para lidiar con ello, para ser autónomos y saber gestionarse por sí mismos. Un exceso de celo, de protección puede precisamente dejarles desprotegidos en el futuro, por lo que debemos evitar en la medida de lo posible:
- Minimizar sus emociones: “No es para tanto”.
- “Usurpar el poder”, diciéndole lo que tiene que hacer al respecto (no dejando que idee sus propias estrategias o que pruebe alternativas de conducta para gestionar sus emociones).
- Condenar las emociones negativas e impedir que afloren o pretender que desaparezcan rápido: “Venga, no estés triste, que te pones muy feo”.
Este último punto merece especial atención:
Las emociones negativas no tienen por qué ser malas, las llamamos negativas pero pueden ser adaptativas, como por ejemplo sentir miedo ante determinados animales es algo que necesitamos los humanos para sobrevivir, o cierto nivel de ansiedad ante algunas situaciones nos permite estar alerta y ser más resolutivos.
Además hay momentos en los que la emoción que surge, la sana, es negativa, por ejemplo cuando sentimos dolor por un golpe o cuando fallece un familiar al que queríamos mucho. Es inevitable sentir pena, dolor, y lo es para nosotros los adultos y para los peques, así que librarles de ellas les hace más mal que bien, no les impidamos que las sientan.
Cómo podemos ayudarles a identificar y expresar sus emociones
1. Permítele sentir
No podemos hacer que los niños tengan unas u otras emociones, ni podemos pretender evitar, como decía antes, que sientan esta o aquella. Tu peque tiene que saber que puede tener todas esas emociones y que no es malo.
Se da además un hecho curioso: cuanto más siente el peque que puede tener determinadas emociones (no siente que hay presión externa para eliminarlas rápidamente, que se le cuestiona por tenerlas o que se insta a evitarlas) más fácil será que las gestione.
Un ambiente en el que el niño se sienta comprendido y apoyado en este sentido favorece una mejor gestión de las emociones, y de hecho hay autores que indican que incluso podría hacer que la intensidad de las mismas (de las emociones negativas) sea menor.
2. Muestra tus emociones
Como siempre os digo, los padres somos modelos para los niños: ellos aprenden de lo que les decimos, pero también de lo que nos ven hacer. Esto es especialmente así en el caso de la expresión de las emociones.
Piensa en amigos tuyos que sean muy parcos a la hora de hablar de emociones y piensa (si la conoces) cómo es su familia al respecto. Lo que vemos en casa nos condiciona para el futuro, así que es importante que seamos conscientes de que lo que hacemos delante de los peques es aprendizaje para ellos.
Para ello: reflexiona acerca de qué dices y qué haces cuando estás triste o alegre, cómo lo externalizas, qué valor le das, qué se ve desde fuera... Si estás inhibiendo alguna emoción por considerarla no válida... sigue leyendo.
3. Revisa tus creencias acerca de determinadas emociones
Es importante que revisemos las normas o costumbres en casa acerca de las emociones. Tendemos a rechazar las emociones negativas, como señalaba antes, o a condenar otras por considerarlas inaceptables.
Hay personas para las que la tristeza es algo “no admisible”, algo a lo que hay que sobreponerse enseguida o que ha de tener un impacto mínimo. Para otros la frustración no es apropiada, por ejemplo.
Pero como hemos visto todas las emociones tienen un sentido en un momento determinado, de manera que es positivo que revises qué idea tienes acerca de las emociones para despojarte de esas connotaciones negativas.
4. Ponedle nombre
Dotar a los niños de un vocabulario emocional es clave y, afortunadamente, tenemos un idioma rico en palabras acerca de los sentimientos. Hay mucho más allá del “me siento bien o me siento mal”: contento, alegre, orgulloso, frustrado, enfadado, asustado... Si notas que te faltan palabras hay muchos libros al respecto, libros que podéis leer el peque y tú, para aprender juntos, como por ejemplo el ya clásico Emocionario.
Saber qué sienten, ponerle nombre, les ayuda a identificar lo que les sucede, a centrarse en ello, a poder tomar perspectiva y empezar a gestionarlo. Cuando veas que está triste pregúntale: ¿Estás triste, cariño?
También en momentos en los que no esté la emoción presente podemos trabajarlo, ya que a veces el niño no es capaz de verbalizarlo mientras lo siente. Por ejemplo, jugando, podemos preguntarle qué siente cuando está contento, o triste, o angustiado...
Definir qué se siente cuando, valga la redundancia, siente una emoción le proporciona un marco para acotarla y por tanto detectarla en el futuro.
Las emociones son algo que nos envuelven y a veces nos superan... Eso a nosotros que somos adultos y se nos presupone preparados para hacerles frente, así que imagina cómo es para los peques que aún están en desarrollo.
El papel de los padres es importantísimo para ayudarles a desarrollar las herramientas necesarias para que gestionen sus emociones, para aprender a hacerlo de la manera más saludable. Y eso empieza, como decía, por hablar nosotros, los adultos, de ellas. ¡Hablemos!
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Emocionario. Di lo que sientes