El juego es fundamental para bebés y niños, desde que son capaces de interactuar. Cuando los pequeños a partir de los dos años van adquiriendo competencias lingüísticas mayores, podemos hablar de dos tipos de juegos o maneras de jugar, el juego libre (“play” en inglés) y el juego estructurado (“game”).
El juego libre no tiene reglas, predomina la fantasía de los niños que imaginan libremente y tampoco tiene metas. Se suele jugar en solitario, aunque nosotros podemos darles la base, y que jueguen a ser otros estimula su imaginación: ahora eres un mago, ahora estos muñecos son tus bebés...
Por otra parte el juego estructurado sí tiene reglas externas y sí tiene meta, generalmente "ganar", son juegos competitivos. Competir es una acción que sirve para probar la propia valía y su etimología deriva del latín cum, petere, ‘acometer con’.
Si entendemos y hacemos entender que se compite contra uno mismo para superarse, para probar su propia capacidad, eliminamos los valores negativos de competición. A ello ha de sumarse el saludable saber perder que los padres también hemos de prestigiar.
Saber perder deportivamente, implica comprender que una derrota es un paso más hacia la victoria que puede llegar en la siguiente ocasión en que jueguen.
También es recomendable y justo premiar el esfuerzo de los niños y niñas en el juego como en el deporte, tanto o más que el éxito. De este modo se protege la autoestima de los pequeños y se les anima a seguir jugando.
Ahí está la clave para que sigan disfrutando con sus juegos, que disfruten y no que ganen, que reconozcan la derrota y la sepan aceptar, que jueguen de manera justa, que acepten y sigan las reglas del juego.
Si nosotros acompañamos a nuestros hijos en sus primeros juegos, se formarán las bases para que todas las maneras de jugar sean satisfactorias, agradables y enriquecedoras.
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