Hace unos días hablamos de una de aquellas bromas pesadas que a algunos padres no nos gusta que se les hagan a nuestros hijos: aquella en que se bromea con un posible secuestro del hermano menor. Hoy quiero darle una pequeña vuelta de tuerca (más) al tema, porque a raíz de esa entrada comentasteis otras bromas pesadas que se les hacen a los niños con la misma gracia (o desgracia) que la comentada.
Así a bote pronto hay una muy, pero que muy popular, que es similar a la comentada, por haber un secuestro de por medio. En este caso el “bromista” no se lleva a un ser querido del niño, sino que se lleva al propio niño:
“Hola pequeño, ¡qué tal!, ¿me das la mano?” – suelen decir. Los niños que, pobrecitos, se fían hasta de un ladrón, acceden y dan la mano a la persona desconocida. En ese momento el “bromista” debe recibir algún tipo de chispazo neuronal que le hace coger confianza (el niño me ha dado la mano y no me conoce de nada) y decide empezar a tensar la cuerda para ver cuándo se rompe prosiguiendo con su discurso: “¿Te vienes conmigo? Venga, vamos”, y poco a poco tira del niño para alejarlo de sus padres.
En ese instante el “bromista” decide poner la guinda al pastel y dice: “Adiós papá, adiós mamá”, que suele ser el momento en que el niño arranca a llorar ante la idea de que alguien desconocido le separe de sus padres.
Como veis he hablado de un niño que camina, sin embargo no tiene por qué ser así. La primera vez que le hicieron esta “broma” a mi hijo Jon, tenía 8 meses y estaba en brazos de una vecina que se empeñó en cogerlo (dile tú que no…). Después de un rato hablando con nosotros, en el momento en que debía devolvernos el niño, decidió hacerse la graciosa y empezar con el “venga, que te vienes conmigo”, “vámonos” y “adiós papá y mamá”.
En plena época de aparición de la angustia de separación el niño se llevó un disgusto “que pa qué”. “Gracias – pensé – te dejamos al niño tranquilo en tus brazos y nos lo devuelves descompuesto”.
Del secuestro al robo con premeditación
Pero no todas las bromas van de secuestros. Las hay relacionadas con el arte de robar, como esa situación en la que un niño está tan tranquilo jugando con sus juguetes y aparece un adulto de humor brillante y decide quitarle algo al niño: “esto para mí... me lo llevo que yo también quiero jugar”. El niño, defensor de sus más preciados tesoros como cualquier hijo de vecino (a ver quién es el tonto que permite que un desconocido le coja algo en sus narices), se echa a llorar si es pequeño o se niega en rotundo si tiene más habilidades comunicativas.
El adulto, entonces, suele devolver el objeto para mostrar al niño que sólo le estaba engañando, aunque yo creo que el niño debe entender que se lo devuelve porque él se ha quejado. Algunos adultos se conforman porque ya han hecho la gracia pero otros, sin embargo, consideran que aún pueden dar más de sí y entonces repiten la operación. El enfado del niño, lógicamente, suele ir en aumento.
Yo tengo poder, tú eres débil
Los adultos creemos que somos más que los niños, simplemente, porque tenemos más experiencia que ellos. Sin embargo, somos personas tanto niños como adultos y merecemos los dos el mismo respeto.
Hay personas que esto no lo tienen demasiado claro y tratan de mostrar a los niños que el mundo es un lugar para los adultos y que los niños no tienen realmente un lugar, sino que viven una etapa transitoria hasta que llegan al objetivo: ser mayores. Para ello establecen este tipo de relaciones en las que demuestran su poder: cuando quiero puedo quitarte algo y dañarte… puedo hacerte entender que tengo el poder de hacer que sufras y cuando lo has entendido te demuestro que también tengo el poder de volverte a hacer feliz. En el proceso, además, me río de ti (que no contigo).
La vida es dura
Otro de los motivos de semejantes bromas hacia los niños es el afán continuo de los adultos por demostrarle a los niños, cuanto antes mejor, que la vida es dura, que no siempre se tiene lo que uno quiere y que aquí se viene, entre otras muchas cosas, a sufrir.
No es que no sea cierto, pero lo siento, no puedo estar de acuerdo con esta corriente de realismo desmesurado que lastima a los niños para que aprendan. Los problemas vienen solos, no hace falta inventarlos, así que a medida que el niño crezca y vaya viendo sus propios problemas (y de paso los vaya superando, o no) irá aprendiendo cómo es la sociedad en la que vivimos. Hacer la puñeta a un niño mientras nos reímos de él no es educarle para que aprenda nada, es decirle que los adultos a veces nos comportamos como estúpidos, utilizando la inocencia de los niños como medio para nuestro divertimento.
Falta de estrategias comunicativas
Lo dije el otro día y lo repito. Muchas veces no hay mala intención y estas bromas se llevan a cabo, simplemente, como repetición de un modelo de relación entre adulto y niño demasiado establecido en nuestra sociedad. “Como es lo que me hacían a mí de pequeño, lo repito ahora que soy adulto” (desde luego qué fácilmente se nos olvida cómo nos sentíamos cuando se reían de nosotros).
Para estas personas con pocos recursos comunicativos que quieren ganarse la atención de los niños hay una sugerencia que suele funcionar siempre: no le hagas rabiar para luego acercarte a él. Acércate directamente y punto. Mírale jugar, háblale acerca de lo que hace. Explícale que a ti también te gusta jugar, cuéntale cuánto jugabas cuando eras pequeño y pregúntale si puedes jugar con él. Lo más probable es que te acepte como compañero de juegos y que enseguida te haga partícipe. Si no es así, dale tiempo. Otro día será. El roce hace el cariño, nada más.
Fotos | Ellyn, Allygirl520 en Flickr
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