La leche materna podría ayudar a prevenir el apocalipsis de los antibióticos

Imagina un futuro donde las infecciones comunes y las heridas pequeñas, como un corte sencillo, pudieran matarte. En realidad es algo que está lejos de ser una fantasía apocalíptica escrita por guionistas de Hollywood, puesto que es una posibilidad muy real para el siglo XXI según un informe escrito por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2014. Este informe sostiene que la resistencia a los antibióticos, el hecho de que las bacterias y otros microbios son cada vez menos sensibles a los fármacos antimicrobianos, empieza a ser una amenaza global importante.

Hace poco que la OMS publicaba una continuación a dicho informe donde presentaba 13 “bacterias prioritarias”, incluyendo la MRSA. Según el informe, tenemos que dar prioridad en la investigación a estas bacterias porque son las que causan más enfermedades y más muertes.

¿Qué se está haciendo al respecto?

A decir verdad, la industria farmacéutica lleva sin descubrir una nueva clase relevante de antibióticos desde 1987 y tiene pocos incentivos para gastar cientos de millones de dólares en el desarrollo de nuevos fármacos. Esto se debe a que cualquier nuevo medicamento que se desarrolle no va a ser usado hasta que ningún otro fármaco pueda tratar una infección específica. Además, la mayoría de las infecciones no son de naturaleza crónica y su tratamiento solo dura diez días o menos, lo que reduce drásticamente las ventas de fármacos y la recuperación de las inversiones.

Por último, una vez que el nuevo fármaco se esté utilizando, la experiencia nos dice que las bacterias inevitablemente van a hacerse rápidamente resistentes al medicamento, haciendo que el antibiótico pase a ser inservible. Todo esto limita drásticamente las opciones de mercado y la rentabilidad de nuevos antibióticos.

Pero hay esperanza. Durante aproximadamente la última década, la investigación académica, los convenios con la industria y otras asociaciones han comenzado a innovar con nuevas ideas. Para desarrollar nuevos antibióticos, estos tienen que estar dirigidos a las partes de las bacterias que tienen dificultades para mutar, como es el caso de la membrana. Es un enfoque con mucho potencial, pero que todavía no ha tenido ningún caso con éxito.

Dicho esto, existen otros métodos para que pueda tener éxito. Las bacterias se adaptan a los antibióticos de diferentes maneras hasta conseguir hacerse resistentes mediante bombas de eflujo en sus membranas que repelen los antibióticos haciendo que el fármaco no pueda llegar a su objetivo. Las bacterias producen enzimas que inactivan o destruyen directamente los antibióticos y normalmente se adaptan con mutaciones o cambiando el objetivo del antibiótico para que no pueda tener efecto y acabar con la bacteria. Por lo tanto, las nuevas estrategias terapéuticas no se deben basar en encontrar nuevos objetivos, sino que tienen que hacer que las bacterias sean más sensibles a los antibióticos que ya tenemos. Atacar directamente a las bombas y a las enzimas de las bacterias es una manera de conseguirlo.

El importante papel de la leche materna

Pero también existen otros métodos y aquí es donde la leche materna y uno de sus componentes sirve como ejemplo relevante. Hace varios años, identificamos un compuesto especial en la leche materna a base de proteínas y grasas al que llamamos HAMLET: alfa-lactoalbúmina humana letal para células tumorales. Descubrimos que el compuesto HAMLET podía acabar con células cancerosas sin tener ningún efecto sobre las células sanas cercanas. HAMLET consiguió destruir las células cancerosas en parte introduciéndose en las células y destruyendo la función de la mitocondria, la “central de energía” de todas las células, lo que supone la muerte celular. HAMLET no podía acceder a las células sanas, lo que significa que eran “insensibles” a este compuesto.

Curiosamente, hace mucho tiempo en la evolución, se cree que las mitocondrias eran un tipo de bacterias que se formaron como relación simbiótica con otro tipo de bacterias. Por este motivo decidimos poner a prueba los efectos potenciales de HAMLET sobre las bacterias y, en efecto, HAMLET acabó con algunos tipos de bacterias, pero el efecto no fue universal. Muchos de los tipos de bacterias más importantes no se vieron afectados y sobrevivieron.

Para matar las bacterias, HAMLET se adhiere a la membrana bacteriana. Lo primero que consigue es detener el bombeo de hidrógeno en la membrana, de manera que la concentración de hidrógeno (el pH) a cada lado de la membrana sea el mismo. El cambio en el pH permite que el calcio acceda al interior de la célula, algo necesario para que las bacterias mueran.

Sin embargo, desde entonces nos hemos dado cuenta de que las bacterias que sobreviven también se ven afectadas. De hecho, descubrimos que HAMLET puede afectar a las membranas, permitiendo introducir iones de hidrógeno y calcio incluso en las bacterias resistentes. Esto hizo que las bacterias que eran resistentes a los antibióticos pasaran a ser vulnerables, invirtiendo su resistencia.

De hecho, HAMLET fue tan eficaz que consiguió que la bacteria MRSA volviera a ser sensible al antibiótico meticilina. No sólo fuimos capaces de demostrar que la meticilina podía acabar con la MRSA en un tubo de ensayo, sino también que podría erradicar la infección en ratones, algo que supone un gran avance. Esto demuestra el gran potencial de este tipo de estrategias para prolongar la utilidad del arsenal antibiótico del que ya disponemos y que está compuesto por medicamentos seguros y evaluados.

Una de las mayores ventajas de este enfoque es que las bacterias no suelen volverse resistentes a las sustancias similares a HAMLET, a diferencia de lo que ocurre con los nuevos antibióticos. Esto se debe a que en realidad no matan a las bacterias en sí, sino que reducen la presión evolutiva en las bacterias para mutar y poder sobrevivir. Actualmente estamos desarrollando estos hallazgos con la esperanza de que proporcionen una nueva estrategia en los tratamientos para combatir la resistencia a los antibióticos.

Todavía nos queda camino por recorrer: es necesario realizar las pruebas habituales (determinar la eficacia y la seguridad del compuesto) antes de poder empezar a hacer los ensayos clínicos. Lo que estamos haciendo ahora son los estudios preparatorios y tenemos muchas razones para ser optimistas sobre el futuro.

Autor: Anders P Håkansson, profesor de Medicina infecciosa de la Universidad de Lund

Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.

Fotos | iStockphoto y Pixabay En Bebés y más | Una proteína presente en la leche materna podría matar las bacterias resistentes a los medicamentos

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