Carta a mi segundo hijo: “No me convertiste en madre por primera vez pero sí me hiciste mejor madre”

Quizás no tengas tantas fotos como tu hermana, ni esté anotado en ningún libro de recuerdos de bebé el momento exacto en el que te salió tu primer diente, pero sí se mantiene grabado en mi memoria y en mi corazón tu hermoso rostro nada más nacer y cada día de tu vida conmigo.

Sin el regalo de tu compañía, mi historia no tendría sentido. Quiero que sepas lo importante que eres para mí. Por eso te escribo estas palabras porque, aunque no me convertiste en madre por primera vez, sí me haces que sea una mejor.

"Querido hijo mío"

Dicen que no hay nada más maravilloso que ser madre, y estoy de acuerdo al cien por cien. También que la maternidad te convierte en una persona mejor, y seguramente sea así. Lo que sí puedo afirmar con rotundidad es que yo no hubiera sido la mujer que soy sin vosotros dos, mis hijos.

No te imaginas que se puede sentir tanto amor por una personita tan pequeña, hasta que no nace tu hijo. Y, le quieres tanto, que temes tener otro bebé y no ser capaz de quererle igual. Sin duda alguna, un miedo sin sentido, porque desde el momento en que nace, sientes el mismo amor incondicional e infinito. Ese es el que yo sentí cuando naciste.

Me quedé embarazada de tu hermana sin pretenderlo, pero cuando el test de embarazo dio positivo no dudamos ni un minuto en saber que queríamos ser padres. Y comenzamos a pensar en posibles nombres, a celebrarlo como la mejor noticia de nuestras vidas.

Éramos jóvenes y el embarazo transcurrió sin problemas, trabajando hasta el último día y disfrutando de nuestra vida en pareja, conscientes de que cuando naciera nuestra hija, ella sería el centro.

Estuve de parto casi un día y tu padre no se separó de mí ni un instante, pero como era muy aprensivo con la sangre, incluso llegó a perder la consciencia en el paritorio mientras sacaba fotos de todo.

Y a las fotos de recién nacida siguieron muchaaas más, con amigos y familiares, en la cama, durmiendo, en la silla de paseo…. Cada minuto de su vida quedaba inmortalizado.

Éramos tan felices con tu hermana y era tan buena, que tardamos muchos años en decidir que era el momento de ampliar la familia.

Y cuando vimos que había llegado el momento, empezó uno de los viajes más increíbles de mi vida. Pensar que iba a ser madre de nuevo ya me hacía feliz, pero cuando a las pocas semanas un análisis de orina me confirmó lo que yo ya sabía, que estabas en camino, comencé a disfrutar de ti cada segundo.

Me enamoré de cada ecografía, viendo cómo te movías, cómo crecías y de cada mini prenda que te compraba, soñando lo guapo que ibas a estar con ellos puestos.

Y es que con tu hermana no supimos hasta la tercera ecografía que iba a ser una niña, pero tú dejaste ver tus atributos masculinos en el primer trimestre. Así que pudimos ir preparando tus cosas con la ilusión que implicaba y, como papá y yo trabajábamos en la misma empresa, pasábamos todo el tiempo posible juntos, hablando de ti, de cómo serías, realizando planes de los cuatro juntos…

Sabíamos ya lo que era ser padres y tú nos estabas haciendo que disfrutáramos aún más de la paternidad, con más tranquilidad.

Es cierto que no compartimos tu espera con familiares y amigos como hicimos en el embarazo de tu hermana, pero no porque no nos sintiéramos orgullosos. ¡Todo lo contrario! Queríamos vivirlo en intimidad, disfrutando del día a día juntos, a solas. No queríamos perdernos ni un detalle. Esta vez sabíamos lo que teníamos, lo que iba a venir (otra de las ventajas de ser el segundo).

Y llegó el gran día, o más bien la noche, porque estábamos durmiendo cuando me di cuenta que ya querías nacer. Mientras papá me llevaba en coche a la maternidad nos dimos cuenta de que no habíamos concretado tu nombre. Deseábamos que fuera tan perfecto, que no estábamos seguros de acertar con ninguno de los que barajábamos. Así que acordamos que lo decidiríamos al conocerte. Y así sucedió.

Todo fue rápido y sencillo y en menos de dos horas ya estabas con nosotros. Antes de que te pusieran en mis brazos pude escuchar a papá exclamar: “¡Qué guapo y perfecto es!” y al verte un segundo más tarde, de mi boca salieron las esperadas palabras: “Hola, Yago”, bienvenido a nuestra familia”.

Y desde entonces, siempre juntos. Seguías llorabas cuando reptaste hasta mi pecho y te pusiste a mamar. Y así te quedaste dormido. Aún se me saltan las lágrimas al recordar lo bien que me sentía en esos mágicos momentos, tan diferentes a los que viví con tu hermana.

Cada hijo es único, lo estaba empezando a descubrir y sigo haciéndolo hoy.

No había miedos ni inseguridades, solo felicidad. Estabas a mi lado, sano y nadie iba a separarnos, ni para hacerte las pruebas. Mamá quería protegerte y quererte.

Más paciencia y mucho amor

El famoso dicho que asegura que "un segundo hijo no multiplica el trabajo de una madre sino que lo triplica", seguramente es acertado. Pero no existe ningún refrán ni frase hecha que deje constancia de que también el amor y la paciencia se multiplican.

Cierto es que no cuentas con tantas fotos impresas en papel de los primeros días de vida como tu hermana, pero te aseguro que contigo los disfruté mucho más.

Solo papá, Kenya, tú y yo, sin visitas, conociéndonos, aprendiendo cómo vivir los cuatro juntos.

Y eso me hacía sentirme más fuerte, mejor madre, sin necesitar a la abuela, a quien consultaba todo cuando nació tu hermana porque temía hacerla daño, ahogarla en la bañera, que mi leche no la alimentara… Pero contigo, todo era natural, fácil y no me sentía desbordada, a pesar de que ahora tenía dos niños.

Papá y yo compartíamos vuestro cuidado, así que me sentía menos cansada y tenía más ganas de pasear, asearme, dormía… algo que con mi primer bebé eran 'casi' misiones imposibles.

Porque sí, desde que llegaste a nuestra vida me enseñaste sabias lecciones: a saber delegar, porque papá quiere y sabe cuidaros; a tener más paciencia con tu hermana (porque es una niña); a no pretender que todo sea perfecto (no existen las familias perfectas); a relajarme y aprender a disfrutar de mi bebé sin que cada visita al médico o cada dolor fuera una tragedia. Si estabas enfermo, no era culpa mía. Yo era una buena madre. Simplemente los niños enferman. Me aportaste seguridad para cuidaros mejor.

Llenas mi vida de color

Y los días fueron pasando y todos disfrutábamos de ti. Tu hermana te adoraba y ni siquiera sentía celos. Papá se encargaba de demostrarla que era muy importante de nuestras vidas mientras yo te daba el pecho (nuestro momento íntimo, que solo tú y yo podíamos compartir).

Y eras un bebé tan alegre, que era imposible enfadarse contigo. Y esa alegría innata fue también mi tabla de salvación cuando papá enfermó y murió. En los primeros momentos estaba segura de que sería incapaz de cuidaros sola y una vez más viniste a demostrarme que estaba equivocada.

Contigo aprendí a relajarme viendo a 'Bob Esponja' sentada a tu lado, aunque la casa estuviera sin recoger; a ver una y mil veces 'Toy Story' y a seguir disfrutando con ella; a jugar en el suelo y a perseguirte por el parque como si fuera un niño más; a no angustiarme si nos saltábamos la hora del baño o la de dormir; a no preocuparme porque tu ropa se había ensuciado y que los demás pensaran que era una mala madre... Y gracias a ti y a tu pasión por los animales, adoptamos a Mangosín, el perro que es uno más de la familia.

Porque todo fue diferente

Y es que está claro que no eres tu hermana ni nunca he pretendido que fueras como ella. Y así fue desde el principio, desde que decidimos que queríamos dejar de ser una familia de tres.

Contigo el embarazo fue más tranquilo, más relajado, no sentía miedo a cada instante y sabía que estabas creciendo bien dentro de mí.

No necesitaba leer libros de maternidad ni preguntar a otras madres si eran normales las molestias que sentía. De hecho, ni siquiera estaba pendiente de ellas, porque tu hermana me tenía entretenida.

Aunque es cierto que tener una hija mayor hacía que mi cuerpo estuviera más cansado, todo se desvanecía cuando me acostaba en la cama y te sentía moverte con energía dentro de mí.

Porque así eras y eres tú: una persona inquieta, divertida, feliz, que logra que, con un abrazo, un beso y una sonrisa, todos los problemas se desvanezcan (aunque sea solo por un instante).

Tú serás siempre mi tabla de salvación en el océano, mi oasis en el desierto. Tú eres Yago, mi niño, mi segundo hijo y la mitad de mi corazón. Aunque sí, hay que reconocerlo, tengo el corazón dividido entre los dos, pero el amor no se agota nunca.

Así que, si alguna vez te extrañas porque en casa hay más fotos de tu hermana que tuyas de pequeños, recuerda que no se debe a que te quiera menos, ni que tu infancia sea menos importante, sino que simplemente la he vivido de otra manera y no necesito fotos que me recuerden lo increíble que eres y lo feliz que me haces.

Gracias por lograr que sea mejor madre desde que llegaste a mi vida. Porque fuiste mi segundo hijo, aunque nunca el segundo en mi corazón. Como te digo siempre, emulando una de tus películas favoritas: "Te quiero hasta el infinito y más allá".

Fotos | iStock

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