El cáncer infantil es una lacra mundial que afecta a 150.000 niños cada año, pero a pesar de todo, estos pequeños valientes jamás pierden la sonrisa y se enfrentan a la enfermedad con una fuerza y valentía, dignas de admirar.
Los niños nos dan grandes lecciones de vida, aún en los momentos más complicados. Y esto bien lo sabe Jesús, voluntario en la planta de oncología infantil del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde colabora desde hace más de un año repartiendo alegría a los pequeños hospitalizados.
"Los ojos de aquel niño me transmitieron algo especial"
Todos los domingos desde hace casi un año y medio, Jesús, maestro de Educación Infantil, recorre la planta semisótano del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde se encuentran hospitalizados los niños enfermos de cáncer. Pasa con ellos un ratito de juego y de risas, haciéndoles olvidar por un momento el duro calvario que están sufriendo.
"Llevo seis años trabajando como voluntario en este hospital, acompañando a los niños y a sus familias. Pero no fue hasta hace un año cuando me lancé, por fin, a colaborar también en la planta de oncología" - cuenta Jesús emocionado.
Recuerda perfectamente el momento preciso en el que supo que su voluntariado debía ir a más. Ocurrió durante un paseo por su barrio sevillano, cuando se cruzó por la calle con un padre que acompañaba a su hijo enfermo de cáncer.
"El chiquillo y yo nos miramos y sus ojos me transmitieron algo especial. Tuve una sensación muy profunda en mi interior y en aquel momento supe que debía hacer algo por ayudar a los niños con cáncer" - Y así fue como Jesús se puso en contacto con la Asociación de Padres de Niños con Cáncer de Andalucía, ANDEX, y comenzó a colaborar con ellos.
Durante sus horas como voluntario, Jesús va pasando por todas las habitaciones del hospital del área de oncología infantil, preguntando a los pequeños cómo se encuentran, acompañando emocional y físicamente a sus familiares, y animando a los niños a pasear y a jugar en la sala de juegos que tiene habilitada el hospital.
Para Jesús, la experiencia de colaborar como voluntario con los niños enfermos de cáncer es algo muy fuerte, difícil de describir con palabras, y que engancha y enseña como ninguna otra cosa en la vida puede hacerlo.
"La conexión que se establece con los niños en la planta de oncología es increíble. Pasan allí mucho tiempo y tanto a ellos como a sus padres acabas sintiéndolos como parte tu familia. Les coges un gran cariño, llegas a conocer su historia y sus vidas muy a fondo, sufres cuando lo pasan mal y te alegras infinitamente cuando les ves bien" - reconoce.
Tres momentos. Tres huellas en el alma
Cuando le pregunto a Jesús sobre anécdotas o vivencias que le hayan marcado de forma positiva en este año que lleva como voluntario de oncología, me confiesa que le resulta realmente difícil escoger tan sólo algunas, pues todos los momentos junto a "sus niños" -como él los llama- tienen siempre algo mágico y especial.
"Un día, llegó un peque a la sala de juegos del hospital acompañado de su madre y se puso a jugar con unos muñecos. Al rato levantó la cabeza, me miró y le dijo a su madre por lo bajito que "quería jugar conmigo", y me hizo un gesto con su manita para que me acercara. Y en aquel momento me sentí tremendamente afortunado y recuerdo que pensé, ¿por qué me ha elegido a mí y no a otro? Así que feliz, y agradecido por la oportunidad de poder compartir mi tiempo junto a él, nos pusimos a jugar" - recuerda emocionado.
Otro día, Jesús presenció una escena que le hizo pensar en el sentido de su vida, en su voluntariado y en cómo necesitaba seguir dando lo mejor de sí mismo para ayudar a los niños. La sensibilidad de sus palabras recordando el momento me deja sin aliento:
"Vi a una niña pintar, y la emoción de sus trazos, la felicidad de su rostro y la fuerza de su niñez, me fascinó. Le dije que me encantaba su dibujo y ella, con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias y siguió pintando totalmente ajena a su realidad"
"En aquel momento supe que mi voluntariado se había convertido en una parte imprescindible de mi vida, y en una forma de seguir ahondando en mi interior. Porque, al fin y al cabo, todos los colores que aquella niña estaba plasmando en un papel forman parte de la vida en su conjunto y ¡quien mejor que ella para mostrarlo!"
Otro de los momentos que recuerda con gran cariño es cuando se encontró en la calle a una paciente con la acostumbraba a compartir juegos en el hospital. Y es que el momento de ver a los niños recuperados fuera del entorno hospitalario es, sin duda, una de las mayores alegrías para los voluntarios.
"La vi por la calle acompañada de su abuela y un pañuelo rosa en su cabeza. Estaba feliz, y cuando me vio exclamó emocionada: ¡Mira, es Jesús!. Sentí una satisfacción enorme al verla pasear fuera del hospital, aunque reconozco que la había echado mucho de menos a la hora de jugar"
"Y pensar que entré en su vida a través de un simple dibujo que le hice el primer día que la conocí en el hospital y ahora la estaba viendo feliz, paseando por la calle e irrandiando una luz que ni siquiera podía competir con la del mismísimo sol. Porque era la luz de su corazón"
Charlar con Jesús apacigua el alma, y te llena de serenidad y amor. Su gracia andaluza, la sensibilidad de sus palabras, y su enorme corazón son sus mejores señas de identidad. Y aunque creo firmemente que tengo mucho que aprender de él, Jesús insiste en que las mejores lecciones las dan siempre los más pequeños, y sobre todo, los pequeños grandes luchadores.
Fotos iStock, Pixabay
En Bebés y Más Cáncer Infantil