Hay dos maneras de dar a luz, por parto vaginal y por cesárea. En algunos países, y en España si tienes dinero, puedes escoger la cesárea como primera opción, pero la mayoría de partos son, por suerte, por vía vaginal. La mayoría, pero no todos. Y es muy duro para muchas mujeres cuando llevan nueve meses imaginando un parto normal y de repente ven que su bebé no nace, sino que se lo sacan. Que no lo paren, sino que "se lo paren".
Y aún es más duro cuando quieren hablar de ello y nadie le da importancia porque "yo también parí por cesárea", porque "muchas mujeres paren así y no pasa nada" y porque "lo importante es que tu bebé esté bien". Silenciar a la mujer, hacerle creer que no está rota por no haber sido madre como quería, sino que está rota por sentirse mal por algo que no debería molestarle... terrible.
Y las voces silenciadas que se sienten solas aparecen de repente de manera multitudinaria cuando una mujer decide hacer un poema al respecto, un mantra, para que cada mujer se lo diga a sí misma, removiendo sentimientos hasta el punto de que miles de madres lo han compartido ya, agradeciendo esas palabras, esa visibilización de una cicatriz que no es solo física, sino también emocional, y que podéis leer a continuación:
Mantra de la cesárea
Yo parí por cesárea, y por cesárea yo parí. Y se creó la puerta sagrada, para ti y para mí. Y pongo las manos en mi vientre, y susurro para mí: Gracias cicatriz querida, por lo mucho que aprendí. Yo parí por cesárea, y por cesárea yo parí. Y honro este portal de vida, por donde yo renací. Como madre, como hija, como mujer sin fin. Gracias cicatriz querida, por formar parte de mí. Porque tú custodias bien, el dolor que padecí. Un dolor que hoy yo transformo en sabiduría para mí. Yo parí por cesárea, y por cesárea yo parí. Gracias cicatriz querida, tú y yo unidas al fin. Y mi parto fue digno y bueno, y mi parto me enseñó, a inclinarme ante la vida más allá de mi corazón.
Este mantra de la cesárea es obra de Mónica Manso, que lo compartió en Facebook desde su página Maternidad Consciente y ha sido compartido ya más seis mil veces. Y no me extraña, porque es una de tantas heridas emocionales que poca gente comprende y que acaba silenciada por ese mismo motivo.
"Lo importante es que tu bebé está bien"
"Y a ti, mamá, que te den". Sí, claro que lo importante es que el bebé esté sano, pero eso no quita que haya un suceso inesperado que requiere de una adaptación, de un trabajo psicológico por parte de la madre. ¿Sabéis las personas que tienen una segunda oportunidad en la vida porque reciben a través de un trasplante el órgano de otra persona? Llevan esperando esa intervención meses, sino años, y a pesar de eso tienen soporte psicológico porque tienen que salir adelante con un órgano que no era suyo originalmente. ¡Pero si lo más importante es que están vivos! Claro que sí, pero eso no quita lo otro.
Pues en una cesárea pasa lo mismo: una mujer no va a un hospital a debatirse entre la vida y la muerte, ni ante la posibilidad de que su bebé pueda morir. Claro que a veces sucede, pero no vas a eso. Una mujer va sana al hospital a que los profesionales controlen su parto por si hay un problema, pero con la ilusión y la esperanza de que no tengan que hacer nada especial. Va con la intención de dar a luz a su bebé de manera normal, a un bebé sano.
Cuando algo se tuerce aparecen los miedos: "¿Qué pasa? ¿Está bien mi bebé? Tengo miedo... Estoy muy asustada. Decidme algo. ¿Qué le pasa? ¿Va todo bien? ¿Por qué todos corren?". Y es totalmente lógico y lícito sentir ese miedo porque en ese momento la mujer siente que pierde el control absoluto de su bebé y del proceso. Y eso asusta.
Entonces le hacen cesárea... el bebé nace, todo va bien, y ella agradece que todo haya acabado bien, pero empieza a darle vueltas a todo lo que ha vivido: "¿Qué ha pasado? ¿Por qué? ¿Por qué no he podido parir a mi bebé? ¿Por qué no ha podido nacer como esperaba?".
Y claro que es el día más feliz de su vida... acaba de ser madre y acaba de ver los ojitos de su bebé. ¿Qué puede haber mejor? Pero como digo, eso no quita que pueda sufrir por lo vivido y que necesite explicarlo, buscar apoyo y que alguien le pregunte "¿Cómo estás tú?", y la abrace.
Y que pasado el tiempo se le permita hablar de ello. Y que vaya al ginecólogo, como fue Miriam, mi mujer, y al explicarle que no puede estar del todo contenta con el parto porque acabó en cesárea no le diga "lo importante es que tu bebé está bien", sino "te entiendo... es muy duro ir a ser madre y tener la sensación de que no hiciste lo que debías, sino que lo hicieron los demás... que no fuiste capaz de parir".
Y reconocerlo no es hundirla, ni siquiera es decirle "has sido menos mujer, o menos madre", porque no es así. ¡Ella ya sabe que no es así!. Es sólo validar sus sentimientos y hacerle saber que no es raro que tenga esa espinita clavada, que es normal que llore algunas noches recordando su parto y que ahí estás para cuando necesite hablarlo.
El ginecólogo, la madre, la suegra, la hermana, la pareja... claro que cuando piensa en el bebé da por buena su cicatriz, todos los dolores posibles y todos los sufrimientos vividos. Pero eso no hace que desaparezcan, y permitirle hablar de ello le ayudará de tal modo que, cuando otra mujer viva algo parecido, ella pueda decirle lo mismo: que sí, que duele, que duele mucho, pero que con el tiempo aprendes a aceptar tu cicatriz y a darte cuenta de que no fue culpa tuya, y que eso no te hace menos mujer ni menos madre.
¿Y esta foto?
Probablemente os suene. La compartimos hace unos meses, cuando se hizo viral. Es una fotografía de Helen Aller a un bebé y su madre, que prefirió quedar en el anonimato, que días después fue censurada en Facebook. Censurada porque no solo se censura el dolor de haber dado a luz por cesárea, sino también la cicatriz, la imagen de haber dado a luz así. Alguien denunció la imagen y la fotógrafa fue bloqueada unos días.
Así somos... pensamos que por girar la cara los problemas desaparecen, y los sufrimientos también, y así nos va: todos sufriendo en silencio, todos rotos en mayor o menor medida, pensando que somos los únicos, cuando si habláramos más y nos escucháramos más, compartiendo nuestras inquietudes, podríamos ayudarnos unos a otros a pasar página y seguir adelante, lamiéndonos menos nuestras heridas y afrontando nuevos retos con más valor y con menos miedo a equivocarnos. ¿No creéis?
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